De 1994 al 2016, la vigencia del TLCAN llevó a México a transformar la estructura de su aparato productivo para dejar de ser una economía exportadora de materias primas —básicamente petróleo— para convertirse en una verdadera potencia exportadora de manufacturas; esto es, un perfil más parecido al de algunos países desarrollados como Alemania o Japón.
La alta concentración de flujos comerciales con Estados Unidos y la fuerte atracción de inversión extranjera directa no sólo es consecuencia del TLCAN, sino también de muy bajos costos de producción en términos de mano de obra calificada, de evidentes ventajas logísticas por la cercanía geográfica con el propio mercado estadounidense y del sólido compromiso de México con la economía de mercado.
En el escenario más negativo, una eventual derogación del TLCAN, no eliminaría ni los bajos costos de producción, ni las ventajas logísticas de México; tampoco —al menos durante este año y el siguiente— el compromiso del gobierno con las mejores prácticas de libre comercio.
Estas ventajas condicionan un patrón de comercio intra-industrial entre México y EU en el que las propias empresas estadounidenses obtienen claros beneficios competitivos del intercambio comercial con sus filiales en México.
Desarticular estos flujos de manera abrupta, ya sea por decreto, amenazas o la imposición de una política arancelaria, bien puede paralizar en el corto plazo importantes áreas de producción industrial en EU —automóviles, electrodomésticos, etc.
Hacerlo de forma gradual también implicará elevados costos de ajuste que a la larga repercutirán en mayores costos de producción y precios más elevados para los consumidores de EU.
De acuerdo con las cifras del departamento de Comercio de EU, en el 2015 el volumen de comercio —exportaciones + importaciones— entre México y ese país supera los 500,000 millones de dólares con un superávit comercial a favor de México por 60,000 millones de dólares. Esta cifra ha servido para que el locuaz candidato, y ahora vociferante residente de Estados Unidos, acuse a México de ganarles en su propio juego (el libre comercio) para seguir una actitud populista, simplista e infantil, que busca cambiar las reglas del juego.
Sin embargo, dada la magnitud del comercio entre ambos países, corregir el déficit comercial de 60,000 millones de dólares mediante la interrupción abrupta de los flujos de comercio implica cancelar de manera abrupta más de 235,000 millones de dólares de exportaciones estadounidenses… a ellos también les va a doler… en el corto plazo por la cancelación de negocios y en el largo plazo… por pérdida de mercados y mayor inflación asociada a mayores costos de producción.
Una solución más apropiada sería la de renegociar las reglas de origen del TLCAN para que México aumentara nuestras importaciones de componentes americanos en lugar de los de otros países para así reducir el déficit comercial. Sin embargo, esta posible solución es inteligente y técnica pero no espectacular, quizás por sus propias características, podría no encontrar terreno fértil en la administración Trump.
La incertidumbre generada por las amenazas que la nueva administración federal de EU ha hecho a México, ha tenido un claro impacto en el tipo de cambio y la política monetaria del Banco de México (Banxico).
Desde la victoria electoral de Trump el 8 de noviembre del 2016 y hasta el viernes 27 de enero, el peso se ha depreciado 12.3%; la paridad en el mercado interbancario ha alcanzado máximos históricos de 21.90 pesos por dólar y actualmente se ubica alrededor de 21 pesos por dólar; asimismo, Banxico ha incrementado en 100 puntos base su tasa de referencia, que actualmente se ubica en 5.75 por ciento.
El Índice de Precios y Cotizaciones de la Bolsa Mexicana de Valores también ha mostrado una gran volatilidad, caracterizada por fuertes ajustes seguidos de interesantes recuperaciones.
Así, el índice se ubica sobre los 47,000 puntos, una caída de sólo 2.2% en relación con su valor previo a la victoria electoral de Trump. La resistencia de este indicador, que al final del día mide la percepción de los inversionistas sobre la salud de las empresas mexicanas, bien puede estar fundamentado en los factores que México tiene a su favor en este periodo de incertidumbre, a saber:
1) Las empresas tienen vida propia y capacidad de adaptación a circunstancias cambiantes.
2) Los costos inherentes de ajustar los flujos comerciales de EU hacia otros socios comerciales pueden ser elevados y molestos; pero sin duda serán mucho menores a los que tuvo México en su tránsito de una economía cerrada hacia una economía abierta en los años 80 y 90 del siglo pasado.
3) Lo anterior es posible porque el aparato productivo de México hoy es internacionalmente competitivo.