Rashawn Ray, sociólogo en Brookings Institution, recordaba el dicho que destaca que “cuando los Estados Unidos agarran un resfriado, los negros tienen la gripe”. Si se a los afroestadounidenses se les añade los latinos y, de hecho, el resto de minorías raciales y étnicas de EU, no hay metáfora más adecuada y literal para la situación actual del país, con una desproporción “inaceptable” de afectación de los no-blancos por coronavirus y que es la prueba más evidente de la desigualdad imperante, dolorosa y endémica que existe.
Entre algunas élites corría la tesis que el SARS-COV-2, el nuevo coronavirus pandémico que ha sumergido al mundo en una crisis global de niveles inimaginables, era un virus “ecualizador”, que igualaba a toda la población por igual en cuanto al posible contagio.
En Estados Unidos no es nada cierto. Al contrario: como acostumbra a pasar en todos los ciclos de declive, las crisis sirven para poner de manifiesto las fallas del sistema, la disparidad social, el racismo estructural de una primera potencia mundial que sigue pecando de una desigualdad galopante, ampliada a cada tropiezo.
“Cuando una crisis como la pandemia de Covid-19 aparece, las desigualdades se exacerban, en lugar de desaparecer”, sentencia Ray. “¿Cómo puede ser que esta desigualdad tenga implicaciones tan amplias?”, se pregunta Ray, recordando que el racismo forma parte de la propia idiosincrasia de la creación de EU, que todavía se manifiesta en los recursos que reciben lugares y servicios de predominante población no-blanca.
Las cifras son espeluznantes. Una encuesta de Pew Research apuntaba, ya hace unos días, que 46% de los afroestadounidenses y 39% de los latinos veía el coronavirus como una amenaza para su salud; entre los blancos sólo 21%.
Los datos de muertos confirman el peor de los augurios. En Louisiana, uno de los próximos focos de la pandemia, los afroestadounidenses representan 70% de los muertos por el virus, pero sólo 32% de la población total; cifras casi calcadas al condado de Milwaukee, en Michigan, en la otra punta del país.
En la ciudad de Nueva York, 34% de los muertos son latinos, a pesar de sólo representar 29% de la población; los fallecimientos de afroamericanos son 28%, mientras sólo son 22% de los habitantes.
“La gente pobre paga el precio más alto sea cual sea la situación”, concluía Andrew Cuomo, el gobernador de Nueva York, totalmente “alarmado” por las cifras. “Son números que te dejan sin palabras”, reaccionó Lori Lightfoot, la alcaldesa de Chicago, ante lo que consideró unos datos “entre los más chocantes” que ha analizado desde que lidera una ciudad enormemente golpeada y que también presenta gran disparidad racial.
No hay pruebas que demuestre una mayor predisposición de una raza o etnia por encima de otra en cuanto al contagio o muerte por coronavirus. Corría el bulo que un alto grado de melatonina evitaba el contagio: no sólo es falso sino que, además, como demuestran los datos anteriores, es totalmente al revés.
Las tesis científicas descartan, como confirmó el director general de salud pública de EU, Jerome Adams, que haya una razón “biológica o genética” que predisponga a los no-blancos a ser más predispuestos a quedar afectados por el Covid-19. “El virus no percibe el color de piel, y, por lo que sabemos, no se transmite por un vector como los mosquitos”, decía esta semana Richard Watanabe, profesor de medicina preventiva de la Universidad del sur de California. “Es nuevo entre los humanos, todos estamos expuestos por primera vez y, por tanto, nuestros sistemas inmunes están desarrollando sus defensas por primera vez”, añadía el experto.
“[La afectación a las minorías] es alarmante, pero no sorprendente”, apuntaba el propio Adams, afroestadounidense que ayer confesó ser asmático. Y todo lleva a una misma conclusión factores de “predisposición social”, en una definición del director de salud pública, que provoca que negros, latinos y pueblos originarios estén más expuestos y les pone en alto riesgo de sufrir complicaciones severas por el coronavirus.
Por una parte está la disparidad “inaceptable” de salud, en palabras de Anthony Fauci, director del instituto nacional de enfermedades infecciosas y alergias que se ha convertido en el faro de EU en cuanto a la Covid-19.
Las minorías raciales, especialmente la afroestadounidense, tiene un problema de exacerbación de condiciones médicas crónicas como diabetes, hipertensión, obesidad o asma, que “afectan desproporcionalmente” a estas comunidades, reconoció Fauci. A eso hay que sumar las altas tasas de falta de seguro médico entre estas poblaciones, principalmente la comunidad latina; por no hablar de las condiciones estructurales de racismo, con los sesgos reconocidos por todos los estamentos, e incluso la brecha cultural provocada por la diferente percepción y tolerancia al dolor.
Por otra parte está el componente de las opciones reales de aplicar técnicas de mitigación, la ya famosa “distancia social” que predican los gobiernos federal, estatal y municipal. Unas recomendaciones que son un “privilegio”, tal y como escribía el columnista Charles M. Blow en el The New York Times.
Según cifras presentadas por la Casa Blanca, sólo uno de cada cinco afroestadounidenses y uno de cada seis hispanos tienen un trabajo que les permite teletrabajar. Datos sobre las condiciones en las que viven estas comunidades, normalmente en trabajos mal pagados o con salarios míseros, la mayoría en sectores que ahora se consideran esenciales (transporte, restauración, limpieza) y que por tanto les dejan expuestos al contagio, dada la imposibilidad de confinarse en casa y evitar el contacto social.
Asimismo, tanto los afroestadounidenses como los latinos viven en zonas de alta densidad poblacional, en casas donde viven miembros de distintas generaciones: más foco potencial de contagios.
Cada vez hay más estados que presentan los datos por raza y etnia, presionados por la opinión pública, varios senadores y congresistas, y grupos de abogados y expertos. La Casa Blanca prometió hacer lo posible para tener todas las cifras para poder hacer el análisis adecuado y, que de esta crisis, se puedan sacar consecuencias para paliar la disparidad racial de un sistema de salud ya de por sí elitista, inaccesible y alienador. “Es un momento de pasar a la acción”, alentó la alcaldesa Lightfoot.
Más riesgo de contagio y más complicaciones son el cóctel perfecto para la aparición de la Covid-19 y sus consecuencias fatales. Es lo que Ray describe como “la receta para el desastre”, donde las consecuencias son un incremento de la exposición, diagnósticos y muertes por coronavirus. “Es el precio que pagamos por la desigualdad”, resume la socióloga Kim Blankenship, de la American University.