Así actuaba Don Carlos

Por Eduardo Ochoa Guerrero

 

El reciente fallecimiento de Don Carlos Menéndez Navarrete, tercer director del Diario de Yucatán, trajo a mi memoria enseñanzas, anécdotas, pláticas y lecciones del hombre, el empresario, el periodista que siempre defendió y protegió aquello en lo que creía. De todos esos momentos guardo uno muy especial que hoy quiero compartir.

Una mañana de junio de 1991, el teléfono de mi escritorio sonó.

Todos los días llamaba a los corresponsales del Diario en las cabeceras municipales yucatecas más importantes y las ciudades de Campeche, Cancún o Chetumal para solicitarles información o ellos me llamaban para informar de sus tareas del día.

Sin embargo, esa llamada no era de ninguno de los corresponsales.

–Te llama Don Carlos, te está esperando en la Sala de Juntas –la voz de Marisela, del otro lado de la línea, sonaba como todos los días: sin alteraciones que revelaran qué tan urgentemente era requerida mi presencia.

Tomé una libreta y un bolígrafo y empecé a caminar desde mi lugar, en la más reciente ampliación de la Redacción. Pasé por el pasillo donde un murete separaba el área de reporteros y la Sección de Imagen, por la sala donde estaba el escritorio del Director y salí a la que ocupaban el Jefe de Redacción y otros colaboradores de primer nivel. Miré hacia donde estaba Marisela y ella sólo apuntó su índice hacia la Sala de Juntas.

Esa sala había sido habilitada en fecha reciente con aluminio y cristal. Ocupaba parte del espacio donde estaban los reporteros la primera vez que entré a la Redacción, cada uno con su máquina de escribir, ya inexistentes en el periódico en 1991.

Toqué a la puerta discretamente y la empujé. Al primero que vi, sentado en un sillón de piel, fue a Mario Villanueva Madrid. Me miró sin emitir palabra.

–Pasa y cierra la puerta– manifestó Don Carlos, quien luego añadió “supongo que ustedes se conocen”, lo cual no fue negado ni por Villanueva Madrid ni por mí, que sólo alcancé a decir “buenos días”.

Lo cierto es que fue la única ocasión en que estuve cara a cara con Mario Villanueva. Lo conocía como a muchos políticos de Campeche, Quintana Roo y Yucatán: por lo que a diario se publicaba sobre ellos, pero personalmente sólo a algunos.

–Toma asiento –me indicó Don Carlos, quien apenas me senté me expuso la razón de la visita–. El ingeniero Villanueva vino a decirme algunas cosas sobre ti y tu trabajo. Le pedí que estuvieras presente para que las escuches.

–Como le decía Don Carlos, soy blanco de una campaña en su periódico, desde el cual estoy sometido a ataques infundados con los que se busca obstaculizar mi carrera política –empezó el entonces presidente municipal de Benito Juárez con licencia y aspirante a una senaduría–. Yo entiendo que cada quien juegue su juego, pero estoy en desventaja, sin la oportunidad de defenderme.

–Hay mucho dinero de por medio y Eduardo es uno de los beneficiarios. Él es parte de un grupo que impulsa la carrera política de Joaquín González Castro, “El Quino”, y por eso he venido a hablar con usted, para exponerle esa situación y que esté enterado –manifestó Villanueva Madrid.

–Entiendo y supongo que se refiere a la información publicada sobre la venta de un terreno de propiedad municipal a una distribuidora de automóviles. ¿Gusta dar en este momento su versión sobre el tema? –preguntó Don Carlos.

–No –respondió de inmediato Villanueva Madrid–. Yo estoy en espera de que el gobernador (Miguel Borge Martín) se pronuncie al respecto para, entonces sí, dar mi versión.

–Entonces –intervino Don Carlos, quien viró hacia mí–, puedes retirarte Eduardo.

Salí de ahí sorprendido de lo que acababa de escuchar. A González Castro lo conocí a principios de 1987, cuando el Diario me envió a Cancún para reorganizar la corresponsalía y contratar al personal que alimentaría con información a la naciente Sección Peninsular.

Lo traté una vez como presidente municipal y en otra ocasión conversamos brevemente en el estadio Cancún 86 sobre una de sus pasiones, el equipo Pioneros de Cancún, que para mí, más que un club de futbol, era el primer proyecto de integración social de esta ciudad, cuya sociedad empezaba a esbozarse y se enfrentaba a problemas como la gran población flotante, sin identidad y un crecimiento poblacional superior al 20 por ciento anual.

A González Castro, quien en 1991 era senador de la República, no lo volví a tratar sino hasta hace unos años y, a pesar de que a partir de entonces nos encontramos en distintas ocasiones, nunca le conté esa “anécdota”. Curiosamente, ha sido uno de los abogados que en algún momento hicieron gestiones para buscar la libertad de Mario Villanueva.

En cuanto a Villanueva Madrid, a quien efectivamente había criticado por su forma de gobernar: “recuerden que tranquilidad viene de tranca”, dijo en alguna ocasión a invasores de terrenos en la franja ejidal, una frase que lo pinta de cuerpo entero, nunca lo traté.

Días después de que se le otorgó la licencia como presidente municipal supe de la venta de un terreno destinado a las nuevas instalaciones de la Policía Municipal en la avenida Kabah.

El crecimiento de la ciudad hacía urgente desalojar el inmueble que está a un costado del Palacio Municipal, que funcionaba además como cárcel, donde hoy están oficinas como la de Comercio en la Vía Púbica y Fiscalización, entre otras.

El entonces presidente municipal invitó al gobernador Borge Martín a colocar la primera piedra, pero no pasó de ahí, la obra nunca se ejecutó y el predio se vendió.

Pedí a los reporteros de la oficina del Diario una investigación sobre el tema y confirmaron graves irregularidades, pero la principal fue que la operación ante notario se concretó días después de que Mario había dejado la presidencia municipal. La “campaña” de la que habló ante Don Carlos Menéndez incluyó la publicación del acta notarial que confirmaba que cerró el trato cuando ya no era presidente municipal en funciones.

Más tarde, Marisela marcó nuevamente a mi extensión para decirme que Don Carlos requería mi presencia en su oficina. Acudí de inmediato, intrigado por lo que me diría.

–En primer lugar –me dijo Don Carlos apenas me senté frente a él–, es que quiero que estés tranquilo porque a Mario no le creo una palabra de lo que vino a decir. Sé que la información sobre la venta del predio en Cancún ha estado respaldada con declaraciones de personas identificadas y documentos.

–Le ofrecí la oportunidad de que diera su versión, porque entiendo que no se ha pronunciado al respecto, pero no la aprovechó y sus razones tendrá –añadió.

–Tú tienes mi apoyo y por ese lado puedes estar tranquilo, pero hoy descubriste que allá, afuera, hay alguien que te quiere perjudicar –continuó–. Sigue trabajando de esa forma y cuídate.

Mario Villanueva obtuvo la senaduría y menos de dos años después, en 1993, ganó la gubernatura y desempeñó una administración cuyos resultados y consecuencias se han documentado ampliamente durante 20 años.

Dejé el Diario en diciembre de 1998. Varias veces he contado la anécdota ocurrida en junio de 1991. Hay quienes no lo creen, porque consideran que el propietario y director de un periódico no actúa así y nunca invitaría a un empleado a ser testigo de una conversación como esa.

Mi explicación es que no conocieron a Don Carlos Menéndez Navarrete, su manera de actuar, transparente; su firme decisión de no aceptar la publicación de propaganda del PRI, porque finalmente la pagamos todos, con nuestros impuestos; su indeclinable defensa de la libertad de expresión y de los hombres y mujeres que trabajábamos con él, quienes sólo podían responderle con lealtad.

En cuanto a Mario, entiendo que era su manera de actuar, que estaba enfermo de poder y que, para alcanzarlo, hacía o trataba de hacer a un lado todo lo que considerara un estorbo. Eso fui para él y por eso atentó de esa forma contra mi estabilidad laboral, la familiar y la libertad de expresión. Sin embargo, para mi fortuna, se topó con Don Carlos Menéndez Navarrete. No contaba con eso.

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