En un hospital de Guayaquil, en Ecuador, los muertos de la pandemia llegaron a amontonarse hasta en los baños. Algunos fueron amortajados por enfermeros porque “el personal de la morgue no se abastecía”, revela uno de los trabajadores de salud.
El hombre, que aceptó hablar telefónicamente con la AFP bajo reserva por temor a ser despedido, comparte la “pesadilla” que vivió dentro del saturado sistema sanitario de Guayaquil, uno de los mayores focos de propagación del nuevo coronavirus en Latinoamérica.
Lo que presenció durante lo peor de la crisis, asegura, es “traumático” y le quebró la vida dentro y fuera de su trabajo.
Cuando en marzo comenzó la emergencia, recuerda, cada enfermero pasó de atender de 15 a 30 pacientes en un turno de 24 horas. “Llegaba tanta gente que cuando los ibas a canalizar (con suero) se te morían prácticamente en las manos”.
Entonces “se fueron dando de alta o derivando pacientes (a otros centros) para liberar todas esas camas. Tenemos 65 camas de unidad de cuidados intensivos ocupadas con pacientes de covid. Se sacaron las máquinas de anestesia de los quirófanos para suplirlas con los respiradores”.
“La gente (enferma) está sola, triste, la medicación les produce estragos gastrointestinales, algunos se defecan; se sienten mal y piensan que siempre van a estar así y ven que la persona que está al lado se empieza a ahogar y gritar que necesita oxígeno”.
Las muertes se multiplicaron en un instante, según el enfermero. “El personal de la morgue no se abastecía y lo que nos ha tocado hacer muchas veces a nosotros es amortajar los cuerpos y acumularlos en los baños”.
Sus colegas, agrega, han “tenido que aguantarse las ganas” de usar los retretes ocupados “por cadáveres”.