“Nuestro primer visitante extranjero, ¡qué placer!”. De esa manera reciben en Bagno de Bologna, un pabellón de playa ubicado en Cesenatico, destino turístico frente a las aguas del mar Adriático.
Tras el colapso económico ocasionado por uno de los confinamientos más estrictos decretados en Europa para frenar el avance del coronavirus, Italia anhela más que nunca la llegada de turistas.
El sector representa 13% del Producto Interno Bruto (PIB) y concentra 14% de la fuerza laboral. De su desempeño en las próximas semanas dependerá el estado en el que inicie el proceso de recuperación. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) estima que unos 216 mil 100 negocios operaban el rubro de alojamiento de 2018.
A pesar de la desconfianza en la parte sur, menos golpeada por la pandemia que la próspera zona del norte, el presidente Giuseppe Conte permitió inicialmente los desplazamientos entre las regiones, y a partir del próximo 15 de julio abrirán las fronteras externas con el resto de los socios del área de libre circulación de personas conocida como Schengen.
La decisión avalada por el comité gubernamental encargado de estimar la peligrosidad del Covid-19 ha sido acogida con gratitud en las populares playas italianas, donde se mantiene vivo el espíritu de que aún es posible salvar la temporada veraniega en un “año negro” para el turismo.
La esperanza ha tomado vuelo entre el personal de Bagno de Bologna, luego de dos fines de semana con casa llena. Los visitantes vienen de las urbes más cercanas, como Cesena y Bolonia.
“Necesitaremos más que un par de días buenos para sobrevivir”, dice Manuele, un empleado que porta una careta de plástico transparente para evitar contagiarse.
De lunes a viernes, el complejo registra una ocupación de alrededor de 25% de los camastros, principalmente son jóvenes de entre 14 y 22 años, cuyos padres tienen un segundo domicilio en esa zona.
“Hay todavía miedo, no vemos familias ni tampoco a los pensionados regulares. Ojalá que los extranjeros se animen a venir ahora que abrieron la frontera”, señala el trabajador.
Alemanes, franceses, suizos, austriacos y británicos constituyen los principales visitantes en Italia, aunque desde 2017 los estadounidenses y chinos exhiben fuertes incrementos. Demoskopika, firma especializada en estadísticas, estima que este año podría terminar con 143 millones de turistas menos y la desaparición de 18 mil millones de euros en gasto en el rubro, a causa de la emergencia sanitaria.
A la suerte
En el balneario romañolo explican que debido al brote han perdido completamente dos meses de ingresos, uno de ellos clave. Mayo aparecía en el calendario como el que prometía pagar una parte importante de las facturas este año. Entre los eventos previstos estaba Nove Colli, la carrera de ciclismo internacional de gran fondo por excelencia en el país, que fue aplazada hasta 2021.
“Perder ese mes ha sido devastador”, comenta un empleado de una heladería ubicada en el puerto del canal.
Por esas calles son evidentes las secuelas del parón económico: tiendas de artículos de baño, cafeterías, así como restaurantes muestran “pulso” de abandono, al igual que algunos hoteles.
Los comerciantes explican a este diario que muchos negocios no están reabriendo por falta de recursos y asistencia gubernamental. El soporte del Estado se limitó a 600 euros al mes y fue parejo; es decir, el mismo monto fue asignado a un restaurante que a una panadería que siguió operando de forma habitual. La cobertura sólo se aplicó durante dos meses, y lejos está de las necesidades de los hoteleros.
Una investigación realizada por la periodista local Anna Budini exhibió las dificultades para poner en marcha uno de esos establecimientos luego del confinamiento. Estimó que un propietario de un hotel de tres estrellas con aproximadamente 30 habitaciones debe contar, de entrada, con unos 20 mil euros para cubrir los costos fijos de “reapertura previa” y los gastos obligatorios básicos operativos, excluyendo personal, suministro de almacén y servicios públicos.
Otro motivo por el que algunos de esos negocios no han reabierto, explican los pobladores, es el hecho de que no están dispuestos a asumir el riesgo de registrar a un huésped por el virus. En caso de un brote epidemiológico, los visitantes y los empleados deberán ser puestos en cuarentena.
Las medidas anti-Covid adoptadas por hoteles cinco estrellas y dirigidas a reforzar la seguridad en los locales italianos incluyen la introducción de mecanismos de desinfección en el sistema de ventilación y algunas novedades tecnológicas, como la digitalización del check-in y la consulta del menú del restaurante vía teléfono inteligente.
Protocolo costero
A pesar de que en la costa de Emilia-Romaña intentan revivir la normalidad habitual, el primer nado después del confinamiento no es el mismo en época de coronavirus. Ante todo, se requiere de disciplina, ajustarse a reglas nunca antes vistas entre los visitantes en las cálidas aguas del mar Adriático. El protector solar, la toalla y el traje de baño resultan insuficientes.
En los pabellones, reservar no es necesario, pero sí recomendable. Lo primero que exhibe la entrada del establecimiento playero son carteles que ilustran los comportamientos a seguir para prevenir y contener el riesgo de contagio por coronavirus.
También la recepción ha sido organizada de tal manera que a la llegada se puede respetar el distanciamiento social. El acceso es controlado, y tras la bienvenida al visitante a éste se le pide desinfectar las manos; luego es conducido por un empleado al lugar asignado. Asimismo, las sombrillas guardan una distancia de cuatro metros y medio entre sí.
En los espacios comunes, las regaderas cuentan con cantidad suficiente de jabón líquido, y en los baños hay guantes y gel antibacterial.
Los trabajadores en la zona portan una careta de plástico transparente y guantes de látex; además, con frecuencia higienizan los camastros, los inodoros, así como las áreas comunes. Respecto al deporte, está permitido el voleibol.
El cubrebocas se ha convertido en un utensilio habitual entre los italianos: se usa para viajar en el transporte, hacer compras en el supermercado o ir al estilista; sin embargo, la mascherine no es obligatoria en la playa, ya que se supone que hay suficiente distancia entre las sombrillas. De esta manera, por un instante es posible desconcertarse de la crisis económica y la experiencia del lockdown, disfrutando del mar y el sol en completa tranquilidad.