Al principio sucedía casi de manera inconsciente. Enrique se dirigía al refrigerador justo después de concluir algún asunto relacionado con su trabajo en casa, como la redacción de un oficio, una junta por zoom o la entrega de un informe. Buscaba un bocadillo como una pequeña recompensa, que además lo libraba de la computadora por unos minutos.
Poco a poco, las visitas a la cocina se incrementaron. Cuando tenía un pequeño ataque de ansiedad, comía un par de galletas y regresaba con ellas hasta su escritorio. Al quedar solo las migajas, buscaba algo más. Antes de la pandemia no consumía frituras, pero paulatinamente las fue integrando en sus rutinas cotidianas. El final de un paquete siempre era el principio de uno más.
Ya no había horarios para surtirse de alimentos; el desayuno se fundía con la comida y la cena en un ciclo imparable. Un dolor intenso en las rodillas lo alertó de los efectos de sus nuevas rutinas. Le achacó el problema al frío, pero cuando se le ocurrió desempolvar su vieja báscula, se dio cuenta del origen de todos sus males: había subido seis kilos desde el inicio de la pandemia.
Desequilibrio de peso completo
Comer en exceso es una de las causas más comunes de obesidad, una condición causada por el desequilibrio entre la síntesis de grasas y el consumo de energía. La regulación del apetito y la saciedad es una ecuación compleja, pues intervienen muchos factores como la integración cerebral de los impulsos de saciedad, las señales hormonales, el gasto de energía, así como el estado mental y nutricional del individuo. Una investigación presentada recientemente por el Instituto Médico Howard Hughes brinda nuevas pistas sobre la función de las neuronas que condicionan el que nos sintamos, o no, satisfechos.
Los impulsos de hambre y sed habían sido estudiados como motivaciones separadas, pero este estudio muestra que algunos circuitos neuronales son compartidos por ambos.
Comer y beber son producto de complejos pasos dictados por nuestro cerebro, que se guía por diferentes de señales, desde el olor de una comida tentadora hasta la sensación de tener “un hueco” en el estómago. Los investigadores han dividido los comportamientos sobre el apetito en diversos aspectos para entender de mejor forma los detonantes particulares de estos instintos; por ejemplo, las neuronas que nos impulsan a buscar comida son diferentes de las neuronas que nos mantienen comiendo.
La investigación fue realizada por especialistas del Laboratorio Sternson, en el Campus de Investigación Janelia del Instituto Médico Howard Hughes.
Este laboratorio, a cargo del químico Scott Sternson, desarrolla investigaciones de neurociencia molecular que buscan entender mejor la neurobiología de las necesidades de supervivencia, precisamente como el hambre y la sed. Estos conocimientos ofrecen una base para el tratamiento de los principales desafíos biomédicos que enfrenta la sociedad, como la obesidad y la diabetes.
El grupo de estudio, comandado por la doctora Rong Gong, identificó un grupo de células cerebrales que pueden ser responsables de este comportamiento y que son parte de un circuito de retroalimentación neuronal que influye en la llamada palatabilidad, es decir, en la recompensa hedónica que proporcionan los alimentos o bebidas que son más gratos al paladar.
El estudio trazó un mapa de los circuitos neuronales en el cerebro de un ratón para identificar posibles puntos de conexión entre las vías del hambre y la sed.
Un conjunto de neuronas muy activas les llamó la atención en una región del tallo cerebral llamada locus coeruleus, una parte del cerebro conectada con muchas estructuras del sistema nervioso y que está relacionada con comportamientos como la atención y la motivación.
40 mil UMUERTES ANUALES en México son atribuidas al consumo de refrescos.
Los científicos no habían estudiado exhaustivamente el conjunto de neuronas periLC que habitan esta región cerebral por la dificultad de registrar su actividad en animales en movimiento; sin embargo, este laboratorio desarrolló una nueva técnica de monitoreo a través de un mini microscopio que observa la actividad de las células nerviosas mientras los ratones se alimentan y beben líquidos endulzados. Estas neuronas animan a seguir consumiendo y cuando los sabores resultan más placenteros, el modo de consumo incrementa rápidamente su velocidad a un ritmo que se puede volver casi incontrolable.
Ilusiones pasajeras y pandemia
Hay toda una industria de los alimentos encargada precisamente en alentar la actividad de estas neuronas.
Los alimentos procesados y ultraprocesados utilizan sofisticadas mezclas de aditivos para volverlos muy atractivos a los sentidos, resultar apetecibles y generar hábito.
La pandemia ha sumado adictos a estas azucaradas y calóricas ecuaciones.
Varios estudios recientes han indagado precisamente en el impacto del hiperconsumo de alimentos durante la pandemia. Uno de ellos se realizó en la Universidad de Oxford.
De acuerdo con los resultados de la encuesta de la Unidad de Variación Biocultural y Obesidad (UBVO), el largo desarrollo de la pandemia ha aumentado el consumo de bocadillos ultraprocesados y ha disminuido las rutinas de ejercitación no sólo en los periodos de aislamiento más radical, sino a lo largo de todo el desarrollo de la pandemia.
Stanley Ulijaszek, profesor de ecología humana y director de la UBVO, señala en su reporte que los cambios en los hábitos alimenticios tienen posibles consecuencias a largo plazo para las tasas de obesidad y las enfermedades crónicas en general, incluso en grupos que no habían resentido este impacto.
El aumento de peso se vuelve especialmente peligroso ante el impacto del SARS-CoV-2.
Desde que comenzó la pandemia, docenas de estudios han mostrado que los pacientes más enfermos de Covid-19 han sido personas con sobrepeso y con obesidad.
214 kg DE ALIMENTOS ultraprocesados por persona al año se consumen en el país.
El primer metaanálisis de este tipo, publicado el 26 de agosto en Obesity Reviews, reunió datos de 399 mil pacientes en todo el mundo, mostrando cifras que son contundentes:
Las personas con obesidad que contrajeron el SARS-CoV-2 tienen 113% más de probabilidades de llegar a la hospitalización que las personas con un peso saludable. Los datos también mostraron que los obesos tenían 74% más probabilidades de ser ingresadas en una Unidad de Cuidados Intensivos y 48% más probabilidades de morir.
En nuestro país aún nos encontramos en medio de una prolongadísima emergencia sanitaria, por lo que todavía no hay datos acerca de cuántos kilos ha sumado la pandemia a una población que ya padece sobrepeso en más del 73%.
Esta cifra es el resultado de un acelerado crecimiento del problema que prácticamente se ha cuadriplicado durante las últimas tres décadas, según datos de la OCDE.
Una estrategia gubernamental que finalmente se ve reflejada en los estantes de las tiendas son los etiquetados en los productos que alertan sobre el exceso de azúcares, grasas, sodio y calorías en los alimentos.
El reto es muy grande: de acuerdo con datos del Centro de Investigación en Nutrición y Salud del INSP, se considera que en nuestro país 25% de las calorías que consume la población provienen de la llamada comida chatarra y bebidas azucaradas, tal como las viandas que vuelven locos a los ratones del laboratorio de Stern y que son consideradas algunas de las drogas más devastadoras.