El lunes, la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, afirmó haber ganado “la batalla” contra el coronavirus, al registrar una cantidad mínima de casos –actualmente tiene mil 122, con 19 decesos-, tras haber prometido “erradicar” la enfermedad.
¿Qué hizo este país para lograrlo?
Desde el 23 de marzo, cuando unas 100 personas habían dado positivo, Ardern anunció las que describió como restricciones fronterizas más duras del mundo.
“Vamos a tomar medidas duras y fuertes”, advirtió Adern desde el principio.
Se cerraron las fronteras por completo, excepto para ciudadanos y residentes que estuvieran fuera y quienes se vieron obligados a permanecer en cuarentena 14 días al llegar a Nueva Zelanda.
Se ordenó a los ciudadanos permanecer en casa, a menos de que fuera “absolutamente necesario” salir por alimentos o medicinas.
Se les permitió hacer ejercicio en sus vecindarios, pero se cerraron las playas y parques infantiles.
Se ordenó el cierre general de negocios, excepto aquellos “absolutamente esenciales para satisfacer necesidades vitales, como supermercados y farmacias”.
Desde el 26 de marzo se cerraron oficinas y escuelas, incluso bares, restaurantes, entre ellos los de “sólo para llevar”.
Se adoptó un sistema de testeo amplio. Cada vez que una persona daba positivo, todos sus contactos cercanos eran localizados y obligados a permanecer en cuarentena.
Hasta la semana pasada, se habían realizado más de 100 mil pruebas –unas 2 mil 190 por cada 100 mil habitantes, una tasa incluso superior a la surcoreana-, en un territorio con una población de 5 milllones.
Expertos han señalado que el caso de Nueva Zelanda es difícil de trasladar a otros países, pues se trata de una nación insular, pequeña, lo que facilita controlar las fronteras y saber quién entra o quién sale, así como la realización de una mayor cantidad de pruebas.
Ahora, el país bajó el nivel de alerta de 4 –el máximo-, a tres, lo que permitirá la reapertura de algunos negocios, restaurantes y de aquellas escuelas donde se ha complicado el estudio desde casa o cuyos padres requieran volver a trabajar.
Esta fase se mantendrá dos semanas, para evaluar cómo evoluciona la situación y evitar un rebrote.