Washington.— La campaña electoral en Estados Unidos ha entrado en un terreno peligroso, en una realidad turbia que mezcla violencia e ideología. El país está en tensión máxima, y Donald Trump, a quien le gusta azuzar el fuego y quiere hacer del miedo un elemento de su campaña, sigue elevando la temperatura, insistiendo en acusar a los demócratas y la “izquierda radical” de las escenas de caos y altercados que se han vivido en algunas ciudades del país.
Trump se enroca en el discurso de “ley y orden”, en la defensa a ultranza de las fuerzas de seguridad, en el azote constante a sus rivales electorales que según dice quieren instaurar el “terror”.
“Si los demócratas llegan al poder, todas las ciudades del país serán como Portland”, dijo en conferencia de prensa, haciendo referencia a uno de los puntos más calientes de la tensión, con altercados desde hace más de tres meses y que este fin de semana se saldó con un muerto.
Trump insiste en la supuesta guerra contra las fuerzas de seguridad, y dispara que toda la culpa la tiene el “adoctrinamiento de izquierdas” en escuelas y universidades. Algo que quiere resolver con la imposición de “educación patriótica” que enseñe los “valores y virtudes” del país y así construir una “identidad nacional compartida”. El mensaje es similar al de regímenes fascistas.
“Muchos jóvenes han sido alimentados con mentiras acerca de que Estados Unidos ha sido una nación malvada plagada de racismo”, dijo Trump.
A Joe Biden, el exvicepresidente y candidato demócrata a la presidencia, se le agotó la paciencia, y en una aparición inusual salió a rebatir las tesis divisivas del presidente, acusándolo directamente de ser el culpable de la violencia en las calles, avivar las tensiones y no hacer nada al respecto.
Biden, hábil al criticar los destrozos y altercados provocados por los manifestantes que exigen justicia racial, atacó con dureza al presidente. “Hace tiempo que renunció al liderazgo moral en el país. No puede parar la violencia porque durante años la ha fomentado”, dijo.
El demócrata tiene clara la táctica de Trump: para el presidente, el “miedo” es el eje central de su campaña; la violencia en las calles es un “salvavidas político”, con el que puede escapar de su mala gestión de las varias crisis que afronta el país. “Tenemos un presidente que alienta las llamas en lugar de luchar contra ellas”.
Trump rechazó condenar la violencia de las milicias de ultraderecha y sus seguidores en Portland —hay imágenes donde se les ve disparando balas de paint- ball—, e incluso justificó al adolescente pro-Trump que mató a dos manifestantes antirracistas en Kenosha, Wisconsin, insinuando que actuó en defensa propia, a pesar de que está acusado por homicidio y de que las pruebas demuestran que mató a una de las víctimas antes de salir corriendo perseguido.
Las declaraciones recuerdan inevitablemente a 2017, cuando dijo que había gente buena “en los dos lados”, al referirse al enfrentamiento entre neonazis y antifascistas en Charlottesville (Virginia), que se saldó con una activista muerta.
La campaña de Trump está dispuesta a usar los trucos sucios que sean necesarios para implementar en la conciencia estadounidense la sensación de peligro y miedo; en las últimas horas han difundido ampliamente videos manipulados sobre la violencia en el país, en los que hacen falsamente parecer que es provocada y auspiciada por Biden.
Por si fuera poco, Trump confirmó que irá hoy a Kenosha, ignorando las súplicas del alcalde, el demócrata John Antaramian, y el gobernador del estado, para que no lo haga. La ciudad es uno de los nuevos epicentros de las protestas por justicia racial tras el caso de Jacob Blake. “No es el mejor momento, somos una comunidad en el proceso de intentar sanar”, dijo el alcalde.
Trump aprovechará la ocasión para dar un discurso que refuerce su tesis sobre la ley y el orden. No se acercará, en cambio, a la familia de Blake, afroestadounidense que recibió una descarga de siete balazos por la espalda a manos de un policía blanco y que sigue en el hospital paralítico de cintura para abajo.