En abril de 1926, Winston Churchill declaró que su partido, el Liberal Británico, alguna vez hegemónico, había perdido toda relevancia. Estaba reducido a una colección de facciones enfrentadas.
Sus palabras resultaron proféticas: con el paso de los años, ese partido se desvaneció hasta desaparecer oficialmente en 1988.
El declive del Partido Liberal no es un caso aislado. En una veintena de países, partidos históricos han caído en la irrelevancia, derrotados por transformaciones sociales, económicas o políticas, o consumidos por sus propias crisis internas.
El Partido Comunista de la Unión Soviética, el Partido Socialista de Francia o el Partido Nacional de Chile son ejemplos de organizaciones políticas que marcaron época, pero que no resistieron los cambios de su tiempo. Y ahora, en México, es el Partido Revolucionario Institucional, el PRI, el que parece caminar ese mismo sendero hacia la irrelevancia.
Esta semana, Enrique de la Madrid, quien aspiró a la candidatura presidencial del bloque opositor, anunció su salida del PRI. ¿El motivo? Según sus propias palabras, cualquier voz que surja de ese partido ya no es escuchada, valorada ni tiene influencia. De la Madrid, como otros antes que él, decidió abandonar un barco que no solo se hunde, sino que parece no tener capitán ni rumbo claro.
Hoy, el PRI está bajo el control de Alejandro Moreno Cárdenas, “Alito”, señalado como uno de los peores dirigentes en la historia del partido. Tras la estrepitosa derrota del 2 de junio, en la que no ganó ni un solo diputado de mayoría, Moreno no renunció.
Por el contrario, impulsó cambios en los estatutos para perpetuarse en el poder hasta 2032. Pero la realidad es contundente: al paso que va, el PRI podría no sobrevivir para entonces.
Con menos de seis millones de votos en las últimas elecciones, el PRI sufrió el peor resultado de su historia. Aun así, en los próximos años recibirá más de 11,000 millones de pesos en prerrogativas, recursos que estarán bajo el control de Moreno, quien ya ha sido señalado por su opacidad en el manejo del presupuesto público.
Churchill dijo alguna vez que el Partido Liberal Británico había llegado a su fin, y tenía razón. Hoy, esa misma frase parece resonar en la historia del PRI.
Lo que alguna vez fue un gigante político que marcó el destino de México ahora se tambalea como una sombra de lo que fue, condenado a convertirse en un pequeño partido de interés personal, manejado como una franquicia más al servicio del mejor postor, al nivel del PT de Alberto Anaya.
El PRI no solo enfrenta la extinción; enfrenta la vergüenza de terminar como una caricatura de sí mismo, un símbolo de cómo el poder mal administrado puede devorar incluso a los más grandes.
Si no se reinventa —y rápido—, el destino que Churchill pronosticó para los liberales británicos será inevitablemente también el del PRI.