Tendemos a concebir el cáncer como una enfermedad moderna, que apenas tuvo representación en el pasado. Centrándonos en los seres humanos, esta es una idea equivocada.
De hecho, el caso más antiguo conocido data del año 1.200 antes de Cristo. La razón por la que hace siglos o milenios no se documentaron apenas casos es, por un lado, porque no se conocía y, por otro, porque la esperanza de vida era mucho más corta y, si bien pueden aparecer tumores también en niños y adultos jóvenes, la mayoría morían antes de la edad en la que se desarrollan la mayoría de ellos. Todo esto hace referencia a humanos.
En animales también se han documentado casos en fósiles. Pero nunca uno como el que acaba de describir en The Lancet Oncology un equipo de científicos del Royal Ontario Museum (ROM) y la Universidad McMaster: el primer fósil de dinosaurio con cáncer.
En realidad, el fósil en cuestión fue hallado en los años 80, pero en su momento se pensó que las malformaciones del hueso se debían a la reparación de una fractura. Ahora, un estudio mucho más exhaustivo demuestra que, en realidad, se trataba de un osteosarcoma. Es un hallazgo muy importante, no solo por ser el primero de su clase, sino también porque puede aportar información muy interesante para estudiar la evolución de esta terrible enfermedad, tanto en especies extintas como en los propios seres humanos.
El tardío diagnóstico de un dinosaurio con cáncer
El fósil en el que se ha centrado este estudio procede del hueso peroné de un dinosaurio herbívoro, de la especie Centrosaurus apertus, con unos 76 millones de años de antigüedad.
Fue hallado en 1989, en el Dinosaur Provincial Park en Alberta, en un lecho masivo de huesos. Desde entonces, había pasado a formar parte de la colección del Museo Royal Tyrrell, donde no estaba registrada ninguna peculiaridad que lo hiciera especial.
Para dar respuesta a esta pregunta, reunieron a un equipo multidisciplinar de científicos y médicos, en el que se incluían profesionales de la radiología, la patología, la cirugía ortopédica y la paleopatología.
Fue necesario someter el fósil a una serie de pruebas, que fueron desde la tomografía computerizada hasta el análisis a un microscopio 3D. Así pudieron encontrar las señales de la progresión del osteosarcoma a través del hueso y realizar el diagnóstico definitivo del diagnóstico con cáncer.
Una víctima fácil para el T.rex
El estudio muestra también que, posiblemente, el tumor se expandió por otros huesos del animal. No es fácil saberlo, puesto que el peroné se encontró con los restos de otros muchos ejemplares de su especie, que posiblemente huían en manada cuando fueron alcanzados por unas inundaciones.
Ahora, al menos, sus restos se han convertido en una joya de la paleontología por dos motivos. Por un lado, indican que, quizás, muchos fósiles expuestos en museos escondan señales de enfermedades que no se han sabido investigar. Por otro, aporta información muy interesante sobre la evolución del cáncer, algo que no solo es útil en la investigación de los dinosaurios. También lo es para el estudio de tumores humanos.