Café Negro
El día más triste
Óscar González
Ayer, según expertos, vivimos el día más triste del año. El Blue Monday se establece según una fórmula matemática creada en 2005 por el investigador de la Universidad de Cardiff y experto en motivación Cliff Arnal, quien llegó a esta conclusión tras estudiar las variables del clima, su escasa liquidez para pagar algunas deudas y su decepción por haber incumplido los propósitos del nuevo año. Ya no queda rastro de las fiestas de fin de año, como no sean unos kilos de más; es lunes, cuando la mayoría vuelve al trabajo tras el descanso de fin de semana, y se presenta en la parte más empinada de la “cuesta de enero”, escasa de ingresos y pródiga en deudas. Se entiende bien.
Sin embargo, me preocupa mucho lo que en general escuché y leí ayer. En La Vanguardia apareció una nota en la que la psicóloga del deporte Patricia Ramírez dice que “si una persona dirige su foco de atención a todo lo que resta (invierno, frío, inicio de la rutina, volver al trabajo, dormir menos, más responsabilidades) y no tiene en cuenta todo lo que suma (ser afortunado por trabajar, tener capacidad económica para responder al gasto de la tarjeta, tener calefacción para vencer el frío, reencontrarte con compañeros de trabajo con los que compartir los momentos vividos en vacaciones), lo normal es que se encuentre triste.
“Si damos más valor a lo que nos falta que a lo que tenemos –sigue–, nos sentimos mal. El valor, lo que apreciamos, aquello de lo que hablamos y compartimos con los demás, es una elección. Tú decides si sumas o restas”.
Opiniones como la de arriba son muy peligrosas, pues si bien pueden ser válidas para las personas sanas no los son para quienes padecen la enfermedad de la depresión, quienes a pesar de “echarle ganas” y poner todo su empeño en concentrarse en los aspectos positivos de su vida no pueden lidiar con su malestar debido a que hay fallas fisiológicas en la química de su cerebro. Esas opiniones de tipo motivacional alejan a los enfermos de la posibilidad de atenderse médicamente, e incluso los desaniman más porque los hacen sentir impotentes. Y lo son.
La depresión como enfermedad es un problema fisiológico, que se caracteriza por un desequilibrio en los neurotransmisores que impide la generación normal de varias sustancias como la serotonina que, verbigracia, a nivel del sistema nervioso central representa un papel importante en la inhibición de la ira, la agresión, la temperatura corporal, el humor, el sueño, el vómito, la sexualidad y el apetito. Estas inhibiciones están relacionadas directamente con síntomas de depresión.
Para quienes padecemos de la enfermedad de la depresión, no basta con tener actitudes positivas o poner buena cara al mal tiempo. Es necesario un tratamiento prescrito por un psiquiatra, que incluye medicamentos científicamente probados para el restablecimiento de la normalidad en las funciones sinápticas, que es la manera en la que nuestras neuronas se comunican y responden a los estímulos.
Estamos hablando de medicinas, que se pueden equiparar al felodipino que un cardiólogo puede recetar a un enfermo de hipertensión arterial o el antiinflamatorio que un ortopedista le manda a un artrítico. Para la depresión existen los antidepresivos y es frecuente que un psiquiatra, dependiendo de cada caso particular, también recete ansiolíticos para disminuir el estrés y la angustia.
Bien podría creer yo que el tercer lunes de enero del año pasado fue particularmente triste, pero no mucho más que otros, porque estaba enfermo de depresión y ni siquiera lo sabía. Por más que me esforzaba, esos factores negativos de la época se imponían indefectiblemente a los muchos positivos que tiene mi vida, y hoy reconozco y valoro con toda intensidad.
Ayer fue un muy buen día para mi, o por lo menos no mucho peor que el excelente fin de año que acabo de pasar. Hoy soy capaz de hacer lo que recomienda la psicóloga Patricia Ramírez: ver las cosas de manera positiva, pero se debe sobre todo a que hace meses que el psiquiatra de la Clínica Mérida Alejandro Torre Sarlat me trata médicamente de la depresión.
Llevado casi a rastras por mis hijos y la mamá de mi hija, empecé el tratamiento con consultas quincenales y una combinación de medicamentos. Las sesiones luego se hicieron mensuales y ahora acudo cada mes y medio. La medicación también se ha venido reduciendo con el paso del tiempo. En la última consulta, gracias al progreso mostrado, el doctor me retiró el ansiolítico que tomé cada vez en menor cantidad durante los últimos meses. Me siento “de salida”.
Si cree en la ciencia y para usted todos los días son Blue Monday, en verdad le recomiendo que se atienda por un profesional. No hay otra manera.