En su discurso de renuncia a la presidencia nacional del PRI, Manlio Fabio Beltrones Rivera advirtió que su partido necesita una transformación “a fondo” para servir mejor a la gente y conectarlo más con la ciudadanía.
“Es imprescindible, urgente y prioritario que reforcemos la rendición de cuentas de los servidores públicos, legisladores y gobernantes que emanan de las filas del PRI, que oigamos y atendamos las demandas de castigo a la corrupción y a la impunidad”, dijo quien en los últimos años ha alternado el liderazgo de las dos cámaras del Congreso de la Unión, del Poder Legislativo que sigue siendo la instancia de gobierno donde hay más oscuridad en el manejo de los recursos.
El problema para el PRI no es en sí mismo la transformación, que estatutariamente lo ha hecho constantemente en los últimos años hasta convertirse en un partido con una ideología descolorida, amorfa, que dejó de abanderar las principales luchas sociales, mientras sus líderes y gobernantes se dedicaban a todo tipo de negocios y al saqueo impune.
El PRI se “transformó” en el gobierno de Carlos Salinas de Gortari y se “renovó” con los Peña Nieto, Ortega Pacheco, González Canto, Moreira, Medina, Yarrington y demás gobernadores que en el arranque de la segunda mitad de la docena panista eran considerados como las nuevas figuras que devolverían al PRI a Los Pinos.
Y lo lograron, pero también se lo acabaron muy pronto, quisieron engullir el poder como gelatina y lo que a otras generaciones les llevó 70 años perder con una estela de instituciones construidas, a los del “nuevo” PRI les llevó menos de un sexenio tirar por la borda sin nada que la historia pueda aplaudirles.
El viejo y el nuevo PRI siguen sin entender que fueron los excesos, los cacicazgos y la corrupción lo que provocaron un hartazgo en la ciudadanía. No les ganó el PAN, lo perdió todo el PRI, a pulso.
El “Nuevo PRI” con nuevas ideas y visión de Gobierno nunca llegó. Nunca alcanzó a llegar y ya se fue, porque ahora la vieja guardia está enojada, esta dolida y con sed de revancha.
Ricardo Anaya, el líder nacional del PAN, afirmó hace unos días que el actual PRI es peor que el que perdió la presidencia de la República en el 2000. Es una definición que más allá de donde venga debe preocupar a los priistas.
El problema del PRI no es el discurso, no es el planteamiento de una necesaria re transformación, sino de liderazgo. ¿Dónde están quienes puedan rescatar al PRI de su actual crisis? ¿Quiénes son?
Todo parece indicar que el nuevo dirigente nacional del PRI será designado la próxima semana. Seguramente será alguien del gabinete del presidente Enrique Peña Nieto y, por tanto, lo único que se puede esperar es un cambio de formas, pero no de fondo.
De cualquier manera, la designación del nuevo líder priista será el banderazo de salida para los cambios de presidentes estatales y como en el resto del país, en Quintana Roo el PRI necesita un líder que sea capaz de apoyar a los municipios qué aún gobernará, pero a la vez de criticarlos cuando no hagan las cosas correctas.
Se requiere de un PRI que no solo sea crítico del futuro gobernador que, aunque de formación priista, fue postulado por partidos diferentes, sino que también haga señalamientos, que cuestione a los presidentes municipales emanados de sus filas.
Sólo así, tal cual lo reconoció Beltrones, el PRI podrá empezar a caminar nuevamente y recuperar lo perdido. Sin embargo, la mala noticia es que varios de los apuntados hasta ahora a presidir al PRI en Quintana Roo no representan ninguna novedad, no son de vanguardia, sino todo lo contrario.
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