Desde los tiempos del gobernador Mario Villanueva Madrid, en los años 90, cuando la oposición empezó a cobrar forma en Quintana Roo, se volvió común que los líderes de los partidos políticos, que en teoría debían ser contrapesos al poder, se pusieran bajo las órdenes de los gobernantes en turno.
Luis Romero Rivera, diputado panista en la VII Legislatura, tuvo que regresar a su natal Veracruz, una vez que negoció el exilio a cambio de la cárcel, en la que estuvo luego de ser desaforado para procesarlo penalmente por violación.
Sólo de esa forma el villanuevismo logró acallarlo.
La dirigencia nacional del PAN envió a uno de sus jóvenes talentos, formado bajo la tutela de Carlos Castillo Peraza, condiscípulo de Felipe Calderón Hinojosa, para enfrentar al dinosaurio. Se trataba de Alejandro “Pipo” Vázquez Cuevas.
Sin embargo, el joven diputado federal panista no dio mucha batalla. A las primeras de cambio sucumbió a los “encantos” de Mario Villanueva.
Y desde el PRD las cosas también eran igual.
Con Roberto Borge los líderes de la oposición hacían lo que el entonces gobernador les ordenara e hicieron todo lo posible por impedir que se concretara la alianza que a la postre postularía a Carlos Joaquín.
El hoy ex gobernador tejió con las dirigencias nacionales y así pudo sortear los intereses de los Ramos, Martínez y demás familias, supuestamente dirigentes de la oposición, que estaban al servicio del borgismo.
Después de un sexenio en el que los líderes del PRD perdieron a su partido y los panistas no supieron aprovechar el envión que les dio Carlos Joaquín, hoy la oposición quintanarroense está prácticamente diluida y sus líderes, los mismos que se opusieron a la alianza joaquinista, pero que se sirvieron de ella, han puesto a la venta su chatarra.
El PAN entró a una metamorfosis, en la que se convertirá en partido satélite de Morena.
Las familias que controlan a ese partido han decidido que lo mejor es, como ha ocurrido antes, ponerse a las órdenes del gobernante en turno, en lugar de construir proyectos alternos que enriquezcan a la democracia y legitimen al gobierno en turno.
Una muestra de ello ocurrió el domingo pasado, cuando en el proceso interno para elegir al nuevo presidente panista en Solidaridad, el ex diputado Eduardo Martínez hizo equipo con la secretaria de Gobierno Cristina Torres Gómez, para intentar imponer como presidenta a Teresa Valerio, sobrina de la regidora panista Petra Luisa Villar.
En esa tarea Matilde Carillo, ex regidora panista y ahora regidora del Verde y la diputada Estefanía Mercado, también del partido del tucán, intentaron persuadir a jóvenes panistas, para actuar en contra de la alcaldesa Lilí Campos Miranda y debilitarla en sus posibilidades de reelegirse.
Los panistas afines a Lilí Campos lograron bloquear la operación y evitaron que al menos en Solidaridad se impogan los intereses de los mercaderes de la política.
Sin embargo, en el plano estatal la venta de la franquicia panista está decidida. Lo único que está por definirse es quién hará la negociación final y quién representará a la comparsa “opositora”.
Ello se definirá en la elección de la nueva directiva estatal, programada para el 6 de diciembre.
La candidata “más fuerte” es la actual regidora en Cancún Reyna Tamayo, quien sin mayor miramientos votó siempre en línea con la mayoría morenista en el Cabildo del ayuntamiento de Benito Juárez.
El actual dirigente estatal Faustino Uicab aspira a la reelección y Martínez Arcila, el mandamás del Congreso entre 2016 y el mes pasado y líder panista en tiempos de Roberto Borge, aspira a encabezar nuevamente al partido, para hacer la “gentil” entrega.
Como en los tiempos de Mario Villanueva, el PAN de Quintana Roo no está en condiciones de autogobierno.
Si el PAN nacional desea construir algo serio de cara al 2024, debe desaparecer al Comité Directivo Estatal y mandar un delegado, para reconstruir desde sus bases a la oposición panista.
Pero debe elegir bien. No vaya a ser que mande a otro “Pipo”.
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