Una de las vías para conocer la verdad de las grandes decisiones está en el chisme.
Hacer circular un buen chisme asegura que ése será el tema de conversación de un amplio sector de la población. Una forma de decidir de qué va a hablar la gente en el trabajo, en el café o en la cena. Esto último es un buen argumento para armar una teoría conspirativa.
Hay quienes dicen que el chisme apela a lo más bajo de la condición humana. Pero no. El chisme es un saber. Por supuesto, no el que se aprende en las aulas o en los libros. Toda la obra filosófica contemporánea es incapaz de producir cambios en el interior de una familia o en la percepción de una obra de gobierno con la eficacia y velocidad con la que puede hacerlo un chisme.
Los especialistas en manejo de crisis y en imagen política no tienen herramientas para combatir un chiste bien contado. Los politólogos de alcurnia no consideran al chisme y al rumor como temas de sus ponencias. En los cuartos de guerra el chisme y el rumor son ignorados.
Pero el chisme tiene fuerza propia y algunas características envidiables para los que se dedican a otros temas un poco más presentables. Se transmite con rapidez, produce un interés instantáneo y además lo percibimos como una sensación corporal. Escuchar un chisme genera algo que sólo se compara con lo que produce escuchar un chiste. Descubrir la intimidad de otros despierta atención en forma natural, algo que no logran ni la física cuántica ni las reglas gramaticales ni los vericuetos de la informática. El chisme domina el principal placer del secreto: la posibilidad de ser revelado. Además, es un tipo de conocimiento realmente democrático: atraviesa todas las clases sociales sin hacer diferencias de raza, sexo o religión.
Es cierto: saber y conocimiento son dos palabras demasiado grandes para el chisme. Pero, seamos humildes, muchas veces también los son para la cultura. sentido de cualquier cosa- hay algo en sus maneras que podríamos tener en cuenta.
El chisme, aunque sea por un instante, produce alianzas, vuelve cómplices a quienes disfrutan compartiéndolo. El chismoso puede ser patético y peligroso, pero tiene vocación de transmitir lo que sabe. Además, es difícil que se vuelva aburrido. Quizás éste sea un punto.
A los inalcanzables los acerca, les quita la máscara, los vuelve vulnerables. Esa es la magia del chisme y el rumor, tan denostados.
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