Hay un hombre al que los emprendedores de la región más dinámica del planeta miran con una mezcla de admiración y envidia. El nuevo faro de los jóvenes ingenieros que se instalan en California, como lo fue en su día Steve Jobs, es un sudafricano de 45 años llamado Elon Musk, el idealista que está revolucionando la industria automovilística con sus coches eléctricos Tesla. El soñador que ha logrado traer de vuelta a la Tierra cohetes espaciales producidos en su fábrica de SpaceX. El ambicioso empresario que tiene una compañía, SolarCity, dedicada a diseñar y fabricar las placas fotovoltaicas más eficientes posibles para alimentar las electrolineras en las que repostarán sus coches. Un ejecutivo con mente de ingeniero capaz de sacar tiempo para proponer el desarrollo de Hyperloop, una especie de tren que rozaría la velocidad del sonido, o de fundar Open AI, un centro de investigación sin ánimo de lucro que promueve el desarrollo de inteligencia artificial en código abierto.
Porque si algo tiene Musk es que piensa a lo grande. No se conforma con demostrar que los coches eléctricos son viables, sino que ya trabaja en cómo deben ser las autopistas del futuro, en las que se podrá recargar de forma gratuita la batería del vehículo con energía 100% limpia. Sus cohetes no son capaces de regresar del espacio a nuestro planeta solo para abaratar los viajes orbitales: con ello pretende acelerar la carrera espacial. Porque su objetivo real es llegar a Marte, donde ambiciona establecer una colonia permanente.
El periodista del Bloomberg Business Week Ashlee Vance acaba de publicar Elon Musk. El empresario que anticipa el futuro. Así resume la visión de este peculiar emprendedor: “Mark Zuckerberg nos quiere ayudar a compartir las fotos de nuestros bebés; Musk aspira a… bueno… nada menos que salvar a la especie humana de la aniquilación”.
En diciembre de 2015, un cohete de SpaceX se convirtió en el primero de la historia en aterrizar sin daños tras orbitar en el espacio.
Viajes interplanetarios
“Está convencido de que el futuro de la especie humana pasa por habitar otros planetas. De verdad, creo que casi todas las decisiones que toma tratan de contribuir a que ese momento llegue lo antes posible”, explica por teléfono este excolumnista de The New York Times y The Economist, cuyo libro encierra más de 30 horas de entrevista con el protagonista.
Una perseverancia a prueba de bombas y un intelecto fuera de lo común acaban de completar el perfil que el autor hace del emprendedor de moda. Si tuviera que elegir tres momentos clave en la vida de Musk, Vance señala los siguientes: “Cuando, a los 12 años, escribió el código de su primer videojuego, que acabó vendiendo por 500 dólares. Se demostró a sí mismo que era capaz de mucho”, comenta el autor desde su casa de Mountain View, en Silicon Valley. “Otro día significativo fue cuando le echaron de PayPal, la empresa que él mismo había fundado. Se dio cuenta de que tenía mucho que aprender sobre cómo ser un buen jefe”.
Efectivamente, antes de apostar por las industrias automovilística, aerospacial y energética, Musk probó las mieles de las startups tecnológicas. La primera fue Zip2, un indexador de webs de medios de comunicación. La vendió en 1999 a Compaq Computer por 300 millones de dólares. La segunda, PayPal, la famosa empresa de pagos electrónicos, de la que era accionista mayoritario, fue adquirida en 2002 por eBay a cambio de 1.500 millones de dólares.
¿Veremos el Hyperloop?
Musk presentó en 2012 un sistema de transporte llamado Hyperloop, capaz de superar los 1.100 km/h y que, si uniera Los Ángeles y San Francisco, costaría 6.000 millones de dólares, 30 veces menos que si se construyese un tren de alta velocidad. Se trataría de un gran tubo con aire a baja presión por el que circularían cápsulas con forma de bala.
Su fortuna procede de las puntocom
El dinero amasado tras esa venta fue la base sobre la que ha construido su actual imperio. Y eso nos lleva al tercer momento cumbre en la vida de Musk: “Ser capaz de sobrevivir a 2008”, espeta Vance. Ese año, Tesla Motors, SpaceX y SolarCity se asomaban a la bancarrota. Y, por si fuera poco, su mujer le pidió el divorcio. “Me di cuenta de que era un hombre diferente cuando en 2012, cuatro años después de estar a punto de perderlo todo, una de sus naves llegó a la Estación Espacial Internacional y Tesla presentó su Modelo S, el que demostró que los coches eléctricos pueden hablarle de tú a tú a los de gasolina”, reconoce Vance.
Buena parte de la admiración que profesa Musk entre los emprendedores se deriva de que ha sido capaz de innovar en industrias complejas, que poco tienen que ver con los negocios online. En SpaceX, los ingenieros desarrollan sus modelos 3D en mesas colocadas al lado de donde los soldadores ensamblan las enormes piezas de los cohetes. A Musk se le ocurrió que tener a todas las partes del proceso bajo un mismo techo (el de un enorme hangar de Los Ángeles) era lo más acertado, ya que lograría que los diseñadores pudieran tocar literalmente el fruto de su trabajo para poder rectificar con mayor agilidad. Esa lógica aplastante domina casi todas sus iniciativas.
El nuevo Model 3 de Tesla Motors fue presentado en marzo.
Un liderazgo diferente
Su nivel de exigencia para con su equipo roza la tiranía, pero no escatima esfuerzos para que sus empleados trabajen en un entorno cómodo. Vance cuenta en el libro que el equipo que desarrolló el primer cohete de SpaceX, compuesto por unos 30 ingenieros, trabajó en jornadas maratonianas, fines de semana incluidos. Pero todos los días a las 20.00 horas se hacía un parón durante el cuál jugaban a un videojuego de acción. “Nadie era capaz de acabar con Musk”, reconoce uno de sus empleados, que también describe cómo su jefe llegó a ocuparse de mejorar la instalación eléctrica de la oficina para que soportase mejor tener a una treintena de jugadores online.
“Sus ideas tienen más que ver con la química, la física y la ingeniería que con la informática”, apunta Vance. El propio Musk le dijo al autor lo que sigue: “Probablemente haya demasiados tipos brillantes a los que solo les interesa internet y las finanzas. (…) Eso explica en parte que no hayamos avanzado en innovación”.
Su audacia a la hora de renovar industrias tradicionales le ha granjeado numerosos enemigos. Las big three de Detroit esperan con ansia el fracaso de Tesla. Recientemente tuvo uno: murió un miembro de su equipo durante una prueba de su prototipo de coche autopilotado. “Musk teme que los rusos le asesinen”, dice Vance. Tiene razones para hacerlo: SpaceX ha cerrado contratos con la NASA valorados en más de 10.000 millones de dólares para realizar misiones que antes monopolizaba la Agencia Espacial Federal Rusa.