Mucho pasó en estos casi 8 meses desde que el mundo se enteró que en la ciudad de Wuhan, en China, aparecía un enemigo silencioso, contagioso y potencialmente mortal para muchos, que iba a originar una nueva pandemia. Se trata del nuevo coronavirus SARS-CoV-2 que origina la enfermedad COVID-19.
Mientras la ciencia avanza, también lo hace la enfermedad, que ya contagió a más de 16 millones de personas y se cobró la vida de 645.300 almas. A partir de su secuenciación genética en los primeros días de enero de este año, la medicina y la ciencia en general han buscado herramientas para derrotarlo. Desde drogas ya conocidas para otras enfermedades, hasta tratamientos innovadores que están actualmente en etapa clínica. Y por supuesto, el desarrollo de una vacuna efectiva que hoy es perseguida por más de 200 proyectos en todo el mundo.
En este mundo hiperconectado, con la misma velocidad que el coronavirus iba contagiando, también crecía la incertidumbre por el desconocimiento general que había, los fallos en varias decisiones estratégicas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la enorme cantidad de información que muchas veces generó confusión, malos entendidos y hasta supuestas curas por medio de tratamientos caseros engañosos, promesas pseudocientíficas y hasta medicamentos probados para otras enfermedades que resultaron ser un fracaso, a pesar de ser promocionados con bombos y platillos por presidentes poderosos del mundo.
¿Pueden las gárgaras con enjuague bucal proteger de la infección con el nuevo coronavirus (2019-nCoV)?Organización Panamericana de la Salud,
En Bolivia, hay denuncias de la venta de un elixir que “aleja al COVID-19” y consiste en un frasco con dióxido de cloro, un tipo de blanqueador que se utiliza para desinfectar piletas y pisos. En Cochabamba, en el centro del país, la botella de 3,78 litros de dióxido de cloro se vende por ocho dólares. Y hasta el Senado de Bolivia, con mayoría opositora, aprobó la semana pasada un proyecto de ley que permitiría suministrar la solución de forma gratuita para uso médico, a pesar de las protestas del Ministerio de Salud.
dióxido de cloro y sus supuestas ventajas como tratamiento contra el coronavirus FDA, debió comunicar que la sustancia no tiene valor médico y que puede tener efectos potencialmente mortales,También tomar mucho alcohol, o incluso beber lavandina se ha promocionado en donde la pandemia está pegando más fuerte: Latinoamérica, una región donde muchas personas no pueden pagar una atención médica de calidad o el sistema sanitario local no es eficiente. Y millones terminan cayendo en tratamientos alternativos que son ampliamente promocionados en las redes sociales y explotados por muchos especuladores.
productos de limpieza que contienen metanol, etanol o lavandina son útiles para eliminar el coronavirus de las superficies, pero nunca deben ingerirseOtra cura milagrosa promocionada es la luz ultravioleta, que efectivamente causa la desintegración del virus en distintas superficies y esterilizar objetos. Pero lo ilógico y hasta peligroso llegó de boca del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que sugirió la posibilidad de tratar el coronavirus con “una inyección” de “desinfectante” o aplicando “luz solar” en el cuerpo humano para poder así vencerlo.
Otro de los ejemplos más increíbles también sucedió en Estados Unidos también, donde grupos evangelistas salieron a asegurar que los objetos de plata eran naturalmente antimicrobianos, cosa que el gobierno debió negar enfáticamente a través de la FDA. Y las propuestas pseudocientíficas también llegaron a los secadores automáticos de manos, promocionados como efectivos para matar al COVID-19, lo que valió la respuesta de la OMS para negarlo rotundamente.
Tratamientos médicos que fallaron
Los científicos están probando un amplio espectro de tratamientos probados eficazmente en otras enfermedades, pero no para el COVID-19. Las probabilidades de que algunos de ellos sean útiles se consideran bajas, y se sabe que algunos son potencialmente dañinos. En muchos casos, no hay evidencia sólida de que funcionan contra el coronavirus.
El gobierno de Perú compró ivermectina para combatir la pandemia, y semanas después dio marcha atrás, luego de que la OMS dijo que no debía usarse para tratar al coronavirus. Eso no impidió la explosión de un mercado ilegal de la versión veterinaria de la— ivermectina, lo que obligó al gobierno peruano y a la Administración de Drogas y Alimentos de Estados Unidos (FDA, por su sigla en inglés)— a advertir a los ciudadanos contra el uso de medicinas para animales de granja. Aún así, en el pequeño pueblo de Nauta, en la Amazonía peruana, el gobierno local y los grupos religiosos llegaron a dar ivermectina veterinaria a adultos y niños de hasta cuatro años, según los medios locales y un grupo de derechos humanos.
La novela de la Hidroxicloroquina
Si hubo un medicamento ponderado y a la vez cuestionado en medio de la pandemia por la aparición del virus SARS-CoV-2, fue la hidroxicloroquina. Derivada de la cloroquina, se trata de una droga contra el paludismo que generó una grieta en la comunidad científica mundial.
En el principio de la explosión de casos en Europa por el nuevo coronavirus que causó estragos principalmente en Italia, España, Reino Unido y Francia, hubo una voz que se alzó como una esperanza certera para derrotar los efectos del virus en pacientes graves: el virólogo Didier Raoult, director del Instituto Mediterráneo de Infección en el Hospital Universitario (IHU) de Marsella, que anunció en marzo en un video el “final de partida” contra el virus: la cloroquina, dijo, una medicación utilizada contra la malaria, había eliminado los síntomas del 75% de los 24 pacientes en los que él la probó.
Mientras Raoult ganaba fama mundial, como posible salvador de las vidas que pendían de un hilo a causa del COVID-19, una serie de artículos científicos comenzaron a echar por tierra los “beneficios” de la hidroxicloroquina. Buscando el consenso de sus pares, Raoult encontró en un personaje fuera del ámbito científico, el mayor apoyo para la utilización de la droga: el presidente estadounidense Donald Trump, que comenzó a elogiar los efectos de la hidroxicloroquina al punto tal que comenzó a tomarla en forma preventiva, sin padecer la enfermedad por el nuevo coronavirus.
Trump tomó durante dos semanas hidroxicloroquina con zinc y vitamina D, después de que dos miembros del personal de la Casa Blanca dieran positivo al COVID-19 en los exámenes, y el presidente no presentó efectos colaterales, de acuerdo con los resultados de su más reciente examen físico difundidos por su médico. Igualmente, las autoridades federales han advertido que no hay que usar la hidroxicloroquina salvo en hospitales y estudios formales debido al riesgo de los efectos colaterales, en especial arritmias.
el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, finalmente se contagiaraPero el 22 de mayo, un estudio publicado en la prestigiosa revista médica The Lancet, por científicos estadounidenses y suizos, se basó en los datos de unos 96.000 pacientes ingresados entre diciembre y abril en 671 hospitales del mundo para comparar la evolución de quienes recibieron este tratamiento y de quienes no. El estudio determinó que el medicamento contra la malaria no funciona e incluso era peligroso para pacientes infectados ya que aumentaba el riesgo de muerte hasta en un 45 por ciento. Y los pacientes de COVID-19 que tomaban el medicamento tenían hasta cinco veces más probabilidades de desarrollar una arritmia potencialmente mortal, una complicación conocida.
Esos resultados que sugerían que la droga podría aumentar el riesgo de muerte entre los pacientes de COVID-19, luego de ser publicados, detuvieron los ensayos mundiales del prometedor medicamento y generó que la Organización Mundial de la Salud (OMS) emitiera un alerta mundial el 25 de mayo para suspender temporalmente los ensayos para llevar a cabo una revisión de seguridad.
Argentina también suspendió todos los estudios con este medicamento tras esa publicación.La Organización Mundial de la Salud (OMS) informó a principios de este mes que suspendía los ensayos con hidroxicloroquina y la combinación de medicamentos contra el VIH lopinavir/ritonavir en pacientes hospitalizados por coronavirus al no reducir la mortalidad.
“Los resultados provisionales del ensayo muestran que la hidroxicloroquina y lopinavir/ritonavir producen poca o ninguna reducción de la mortalidad de los pacientes hospitalizados con COVID-19 cuando se compara con los cuidados estándar”, señaló en un comunicado. Y agregó: “Los investigadores del programa Solidaridad interrumpirán los ensayos con efecto inmediato”.
Respecto a otro de los medicamentos ponderados contra la enfermedad COVID-19, en Venezuela, el presidente Nicolás Maduro, que tiene problemas incluso para dotar de agua potable y jabón a sus hospitales en ruinas, se ha jactado de haber obtenido de su aliada Cuba decenas de miles de dosis del medicamento interferón alfa-2b, utilizado contra algunos virus y tipos cáncer, para combatir la pandemia. Y hasta las clínicas del Estado ahora requieren que los pacientes con síntomas del coronavirus tomen el fármaco. Pero no hay evidencia concluyente de que este medicamento en particular, uno de los muchos que constituyen esta clase de interferón, funciona contra el coronavirus, y en Estados Unidos los Institutos Nacionales de Salud (NHI) no recomiendan actualmente su uso en pacientes con COVID-19.
Como aprendizaje final, los expertos destacan que la saga de la hidroxicloroquina no debería erosionar la confianza pública en la ciencia, aunque debería servir como recordatorio para no tomar a ningún científico o estudio en particular demasiado en serio cuando no es confrontado por sus pares y en un determinado tiempo prolongado para comprobar su seguridad y eficacia.