Ser empírico o hacer las cosas de manera empírica no necesariamente es malo. Al contrario, pero cuando el empirismo no es acompañado por el conocimiento científico, termina por ser insuficiente para conseguir los objetivos que sean.
Y aunque parezca increíble, a estas alturas la hotelería de Cozumel aún está bajo la responsabilidad de muchos profesionales empíricos, que si bien marcaron época y en algún momento de la historia sus conocimientos prácticos fueron suficientes, en los tiempos del marketing el empirismo se queda más que corto.
La hotelería tradicional de la isla tuvo un auge muy importante gracias al empuje de empresarios que alcanzaron a percibir que el futuro estaba en el turismo. Así se forjaron hoteleros que hicieron época, pero ellos y su pequeña industria fueron superados por la mercadotecnia de los “cruceros” y los especialistas en marketing que llegaron con el surgimiento de Cancún.
Y entonces, la hotelería de Cozumel, a pesar del potencia de la isla, no solo dejó de crecer.
Por eso, quizá la etapa que inició anoche con la toma de protesta de Beatriz Tinajero Tarriba como nueva presidenta de la Asociación de Hoteles, puede significar una bocanada de aire fresco para la hotelería insular, que históricamente sólo ha sido dirigida por dos personas, una de ellas Gastón Cantarell Díaz, ya fallecida, que estuvo 32 años al frente de la agrupación.
Beatriz Tinajero es una hotelera joven, propietaria de un hotel boutique, formada en instituciones de prestigio, que conoce las herramientas modernas de la administración, finanzas y mercadeo. Es una hotelera empírica, porque se dedica a esa industria, pero también de escuela.
Sus conocimientos pueden influir para cambiar la forma en que tradicionalmente se han manejado los hoteles de Cozumel, donde en los últimos años han cerrado más cuartos que los que han abierto. Cozumel tiene potencial suficiente como para no depender exclusivamente de los cruceros, pero requiere más que acciones empíricas para salir adelante.
Platea
A lo largo de la historia del Palco, nunca lo he usado para cuestiones personales. Sin embargo, hoy quiero hacerlo para recordar a una persona que le dio cobijo a mis padres, a mi hermano menor y a mi cuando llegamos a Cancún en 1979 en busca de mejores horizontes. Lo hago a manera de agradecimiento, porque él nos dio techo en nuestros primeros meses en el Caribe, nos proporcionó comida mientras mi padre conseguía trabajo. Con él fui por primera vez a la playa, me llevó a pescar desde el puente de Punta Nizuc en los tiempos en que podía hacerse.
Se trata de mi tío Rafael Cetina Valle, quien ayer dejó de existir en Chetumal, ciudad a la que siempre consideró como suya, a la que llegó de Yucatán siendo muy niño, de donde salió para enrolarse en las filas de una compañía de la Marina que desde principios de los 70 acampaba en Puerto Juárez y a la que volvió a mediados de los 80, sin importarle dejar atrás el patrimonio que había forjado en los primeros años de Cancún.
Ayer la abandonó para siempre víctima de una diabetes avanzada, cuyos devastadores efectos se acentuaron por las preocupaciones que llegaron a su casa por la crisis que hoy asola a los chetumaleños. Descanse en paz.