En nuestra cultura política, al gobernante que llega se le ve como el salvador y cuando va de salida sufre una metamorfosis: se convierte en villano, sobre todo para quienes sienten que no fueron recompensados.
Cuando los gobernantes llegan al poder son como la miel o el azúcar que atrae a las hormigas, que buscan saborear los dulces fluidos que emanan del ejercicio del poder.
Sin embargo, cuando los gobernantes se van, cuando termina su período, surgen quienes toda costa buscan deslindarse del amigo con el que compartieron el proyecto que se acabó o del jefe que les dio la oportunidad de desarrollarse profesional y políticamente.
Quedan personas resentidas, ya sea porque consideraban que les dieron menos de lo creían merecer o que fueron, desde su punto de vista, injustamente castigados o “congelados”.
La autocrítica no es una virtud del político y menos del que en la soberbia cree su castigo o “congelamiento” fue producto de grillas y no de sus propios errores, de su apetito voraz.
Y no falta quien en una mala lectura del contexto político busque destruir el panal que le dio miel, derribar el árbol que le dio sombra para hacer leña y con ello pretender congraciarse con quien arribó recientemente al poder.
Eso es lo que está ocurriendo en estos días en Quintana Roo.
Hubo una transición pacífica, civilizada de un gobernador que terminó su gestión como el séptimo mejor calificado de México, Carlos Joaquín González y la primera mujer gobernadora en la historia del estado, Mara Lezama Espinosa.
No hay gobierno nacional o regional en el mundo, incluyendo a los países desarrollados, que no tenga deuda y Carlos Joaquin recibió una de las administraciones estatales más endeudadas de México.
Con el escaso margen financiero que tuvo, organizó un gobierno que cumplió en la medida en que las posibilidades se lo permitieron.
Félix González Cantó no se esperaba enfrentar algunos de los huracanes más fuertes en la historia del Estado y eso condicionó su gobierno, pero Carlos Joaquin no solo enfrentó a la mayor cantidad de huracanes en un sexenio, sino también una creciente inseguridad que exige inversión y una pandemia que le obligó a redirigir recursos para atender la emergencia.
Y en medio de eso, tenía que afrontar la pesada herencia con una recaudación prácticamente en ceros y recortes presupuestales de parte de un gobierno federal insensible, que por un lado presume recaudaciones récord y por otro castiga a los estados al no enviarles el dinero que les corresponde.
Así, ni el mejor financiero del mundo podría entregar un gobierno sin deuda.
Al nuevo gobierno le corresponde lidiar con lo que recibe, que además no era un secreto. Estaba en los documentos de la entrega.
Al nuevo gobierno le corresponde poner en marcha su propia estrategia financiera para enfrentar la escasez de recursos, pues será imposible que la Federación envíe a Quintana Roo recursos adicionales para inversión y menos para cubrir pasivos.
Carlos Joaquin enfrentó su realidad.
Ahora le toca al nuevo gobierno hacer lo propio.
Y a los ex funcionarios resentidos únicamente les toca reconocer que terminaron donde están por sus propias irresponsabilidades y que corrieron con suerte al ser solo “congelados”, porque eso les salió barato.
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