La semana pasada el INEGI exhibió que la inflación mensual de febrero fue de 0.63%, la más alta desde 2010 para ese mismo mes. Más aún, los datos de febrero presentan una inflación interanual del 3.76%. El nivel es cercano al 4%, que es el máximo fijado por el Banco de México. La cifra puede no sonar escandalosa, pero es una señal clara de que los precios están aumentando.
En cierta medida, el aumento de los precios se debe a la COVID-19. El gran confinamiento desarticuló cadenas productivas, desincentivó el consumo y presionó la inversión; en consecuencia, desde marzo el índice de precios al productor ha aumentado. En teoría, este choque negativo en la oferta debería eliminarse una vez que acabe la enfermedad, o al menos cuando termine el confinamiento estricto, pero esas alternativas se ven lejanas, por lo que los precios seguirán viéndose afectados.
La inflación no solamente es presionada por la pandemia que vive el mundo actualmente. Como lo han señalado varios especialistas, un posible efecto de los estímulos fiscales que los gobiernos del mundo han otorgado es el aumento de los precios. Si bien es cierto que Janet Yellen, secretaria del Tesoro de Estados Unidos, ha afirmado que la inflación no es un peligro para su país, en los mercados hay incertidumbre sobre lo que pueda sucederles a los precios en el corto plazo.
Otro efecto que podría afectar la inflación en México es el paquete económico ejercido por Estados Unidos hace algunas semanas. Sobre esto, el gobernador del Banxico, Alejandro Díaz de León, no ha dado un diagnóstico contundente, pero afirmó que se está evaluando la medida y su impacto en la economía de México.
Con todo esto en mente, es claro un ambiente de incertidumbre, pues en México los efectos de la COVID-19 siguen siendo latentes. No se sabe si la inflación será contenida por los bancos centrales y tampoco es posible conocer por el momento los efectos del paquete económico estadounidense. No obstante, no hay que ser alarmistas, la inflación no está ni siquiera cerca del nivel de 6% observado en 2017. Esperemos que la inflación no siga subiendo y, si lo hace, al menos que sea porque hay crecimiento o reactivación económica. En ocasiones un mal lleva a algo bueno, pero, si se puede evitarlo, mejor.
Finalmente, es un hecho que el aumento del precio del huevo me afecta, pero no lo suficiente. Hay que recordar que a pesar de que la inflación es un aumento generalizado en los precios, el aumento no siempre es proporcional y homogéneo. Esto puede significar que algunos productos básicos aumenten más que otros.