El llamado que de manera espontánea surgió a través de redes sociales se multiplicó y ayer miles de inmigrantes en distintas ciudades de Estados Unidos optaron por quedarse en casa. Las aulas en las escuelas quedaron vacías, las puertas de los restaurantes no fueron abiertas, los pequeños comercios mantuvieron abajo la cortina para demostrar que la grandeza estadounidense radica también en el trabajo de aquellos a los que el presidente Donald Trump busca echar del país.
Así, casi en una soledad y silencio absolutos lucieron las calles de ciudades como Filadelfia, Nueva York, San Francisco, Washington, Chicago, Los Ángeles y Boston. La protesta nacional “Un día sin inmigrantes” llegó incluso al Capitolio federal, en donde una cafetería del Senado fue uno de varios establecimientos a los que sus empleados no se presentaron a trabajar.
Los organizadores convocaron a inmigrantes de todos los estratos y condiciones, pero los efectos se resintieron sobre todo en la industria restaurantera, que ha sido desde hace tiempo el primer peldaño en la escalera económica para los recién llegados al país, con sus múltiples empleos para cocineros, lavaplatos y meseros. Los dueños de restaurantes de origen inmigrante fueron algunos de los que cerraron sus comercios en una muestra de solidaridad con sus empleados.
A pesar de los efectos de “Un día sin inmigrantes”, Trump no se inmutó ni con la protesta ocurrida a las afueras de la Casa Blanca, y en la rueda de prensa que ofreció al medio día no mencionó el tema, aunque sí afirmó que uno de los asuntos más difíciles en su gestión es el de los ‘dreamers’.
Al respecto, aseguró que abordará “con corazón” la situación de los 750 mil inmigrantes traídos a Estados Unidos sin autorización cuando eran niños y a los que la Casa Blanca protegió de la deportación en 2012 con el alivio migratorio conocido como DACA, por sus siglas en inglés: “Me parece muy duro hacer lo que la ley ordena exactamente qué hacer. La ley es estricta”.