El 15 de septiembre de 1988 la Plaza de la Reforma de Cancún se empezó a llenar de gente desde la tarde. No se sabía con precisión si se iba a dar el tradicional “grito” de independencia, porque había opiniones encontradas. Y es que dos días antes el huracán Gilberto había golpeado con furia a la ciudad que se encontraba sin energía eléctrica, sin agua potable, con la devastación a la vista en todas las calles.
Pero los cancunenses, desde la tarde comenzaron a llegar a la Plaza de la Reforma. Fue entonces cuando el alcalde José González Zapata ratificó su voluntad de que la ceremonia del “grito” de independencia se tenía que celebrar como todos los años, pero sin el brindis en el Palacio Municipal. Algunos funcionarios municipales opinaban que en vista de los daños de Gilberto debía suspenderse la celebración de la independencia nacional.
Pero González Zapata entendió el mensaje de los cancunenses que desde la tarde se empezaron a reunir en la Plaza de la Reforma y en todo el tramo de la avenida Tulúm que va del monumento a la Reunión Norte-Sur a la glorieta del monumento a la Historia de México.
En la ciudad no había restaurantes abiertos, los hoteles estaban cerrados, muchas calles estaban intransitables por los árboles caídos. Había incertidumbre acerca de los tiempos de la reconstrucción y la apertura de los centros de hospedaje. Y los cancunenses querían un mensaje claro de que el huracán no nos había arrebatado la esperanza.
No habían puestos de antojitos regionales como era costumbre cada año y mucho menos alcohol. Pero había alegría. Estaba reunido un pueblo dispuesto a expresar su voluntad de salir adelante. Un huracán tan poderoso como Gilberto, que alcanzó los 300 kilómetros por hora de intensidad, no podía doblegar el espíritu de los cancunenses que habían salido al encuentro de la alegría, la amistad y la convivencia, a pesar de la oscuridad.
Cuando el alcalde José González Zapata salió al balcón principal del Palacio Municipal y repicó la campana para vitorear a los héroes de la patria, la emoción colectiva fue indescriptible. De todas las gargantas salió un Viva México que cimbró a todos. Y de la multitud salió una voz ronca y conmovedora que pareció interpretar el sentimiento común: VIVA CANCÚN.
Cancún renació esa noche del 15 de septiembre de 1988, quizá el grito de independencia más emotivo que se haya vivido en esta ciudad.
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