Por Óscar González / En estos días, como siempre sucede a finales de noviembre pero en especial ahora, al cumplirse 50 años del suceso, surgieron puñados de publicaciones y especiales televisivos sobre el asesinato del presidente de Estados Unidos John F. Kennedy en Dallas.
Como siempre sucede, la mayoría de las publicaciones atendieron de preferencia las teorías conspiracionistas y más rebuscadas del magnicidio, que fueron y son los focos de atención creciente desde hace medio siglo. Éstas son desde luego mucho más atractivas que la versión oficial que arrojaron las investigaciones de la Comisión Warren –nombrada por el presidente Lyndon B. Johnson–, que establecieron que ese fatídico 22 de noviembre hubo tres disparos, el francotirador fue uno solo —Lee Harvey Oswald— y no hubo manera de comprobar de manera científica o por lo menos racional conspiración alguna atrás del crimen.
Muy aburrido, ¿no es cierto? Resulta apasionante imaginar a la URSS de Nikita Krushev y a la Cuba de Fidel Castro a una año de la Crisis de los Misiles, a la CIA, al FBI, a la ultraderecha gringa, a los judíos texanos y hasta a la mafia –por cierto, fue esta la presunta fuerza conspiradora que mejor libra ahora, parece, los filtros de las investigaciones científicas y la razón, aunque sin nada en verdad concluyente–, pero en un magnífico documental History Channel revela que a pesar de las evidencias la gran mayoría de los estadounidenses –en porcentajes que rondan los 70 y 80 puntos– están absolutamente seguros de que las cosas no sucedieron así. Es cierto que hay dudas y vacíos, pero del cúmulo de investigaciones válidas apuntan mejor que a ninguna a la conclusión de la Comisión Warren. ¡Por eso seguramente Estados Unidos es el paraíso de los ovnis!
¡Qué lástima que no haya sido en un periódico, sino en la televisión –fugaz e inasible en primera instancia– que conocimos estos impactantes datos, que nos dejan claro que sólo para la política es válido que vox populi vox dei!, y que la ignorancia hace que los incautos caigan en la peor de las credulidades que existe: creer que no creer en nada, rechazar todo a rajatabla, a falta de información e inteligencia, es la más inteligente de las posturas. Así se comporta el 80 por ciento de los estadounidenses, lo sabemos ahora, pero desde hace mucho tiempo nos consta que la gran mayoría de los intelectuales y periodistas mexicanos y quintanarroenses reproducen –perdón por no hablar en primera persona del plural; nos excluimos– ese patrón.
La segunda mejor explicación para dicho comportamiento interpretativo de las masas y los medios ávidos de su consumo la conocimos en el documental de marras. Ya encontraremos en las repeticiones de cable el nombre del especialista que señaló que, por ejemplo, para la percepción popular en el caso del holocausto del nazismo la muerte de seis millones de judíos y un número incalculable de víctimas de guerra bastaba perfectamente para comprender la proporción entre víctimas y victimarios al conocer el historial del brutal Tercer Reich y su demencial Fürer Adolf Hitler. Casi nadie duda de lo que sucedió en el Segunda Guerra Mundial y sus prolegómenos. En cambio, la intuición normalmente rechazará –como sucede de hecho– que un desvalido paria medio desquiciado como Lee Oswald haya sido capaz de asesinar desde el sexto piso de un anodino edificio de Dallas a uno de los hombres más ricos y casi seguramente el más poderoso del mundo.
Muy buena, pero disculpen ustedes: nuestra explicación del conspiracionismo –especialmente del que se da entre los analistas y periodistas– es mucho más simple: si no tienes la más remota idea de lo que pasa, si no entiendes nada de lo que se habla o si te perdiste en la conversación, entonces di: ¡no, aquí hay gato encerrado!; ¡atrás de todo esto está la CIA!, o de plano, para no dejar lugar a dudas: ¡esto –junto con el calentamiento global– es culpa de Carlos Salinas de Gortari! ¡Esa no falla, me cae!
Ya nos dan bastante flojera. A ver si alguien trata de valorar inteligentemente las feas estadísticas sobre los 365 días de Enrique Peña esta semana sin caer en dichas tentaciones.
GRILLOGRAMA
El código Da Vinci…
Ya lo dijo y comprobó
El rey del tejemaneje
(Para más señas, un peje)
Que todo aquí es un “compló”