En los tiempos electorales se habla mucho de democracia. Y en realidad, las elecciones son uno de los signos de la vida democrática. Un país sin elecciones libres es una dictadura, y nuestro país ha ido construyendo con altibajos un sistema democrático, que, como se dice, no es quizá el mejor sistema pero es el menos malo que se conoce.
Lo importante es que la gente se sienta representada por sus gobernantes. Por eso es imprescindible no sólo que los procesos legales se apeguen a la legalidad sino que las autoridades elegidas tengan legitimidad. Y esto lo brinda un proceso electoral limpio.
La democracia no se agota en las elecciones, como muchos suponen. La democracia es mucho más grande en sus objetivos, tales como la elevación de la calidad de vida de las mayorías.
El artículo tercero de la Constitución señala que la democracia no sólo es un régimen jurídico y un sistema político sino un sistema de vida que debed promover el mejoramiento económico, social y cultural del pueblo.
Es decir, que sino se combate la desigualdad no con medidas clientelares sino con programas que generen empleos, mayor cobertura educativa y de salud, y con políticas incluyentes, la democracia no es real.
Las elecciones son un escaparate de la vida política. Sirven de mucho y son vitales porque son el medio para elegir al titular del Poder Ejecutivo, a los legisladores locales y a los cabildos, integrados por los presidentes municipales, los síndicos y los regidores.
En pleno siglo XXI, ¿podemos decir que vivimos en un sistema democrático pleno?
La respuesta está en la realidad. La realidad es dura y no admite maquillajes. Más allá de las palabras están los hechos.
Existen todavía hechos que laceran la vida democrática y que lastiman la conciencia de muchos mexicanos.
El clientelismo electoral es una realidad en todas sus modalidades, entre ellas la compra de votos. La abstención también es un hecho motivado por desinterés y por falta de cultura cívica, entre otros factores.
La pobreza de nuestra democracia tiene que ver con la anemia de los partidos políticos y el agotamiento de sus discursos, casi siempre repetitivos.
Quizá una característica de los procesos electorales recientes es el hartazgo y el cansancio de la ciudadanía a los partidos políticos. La partidocracia ya dio todo de sí, ya se agotó, ya no es un factor de cambio.
¿Saldrá la gente a votar el domingo cinco de junio? Esta es una de las incógnitas.
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