El futuro alcanzó a la oposición. El PAN y PRI llegan al 2024 con los dedos en la puerta, desorganizados, infiltrados, desdibujados y con brazos caídos en varios estados de la república. Muchos de sus líderes nacionales sólo están interesados en cómo seguir medrando del erario a través de posiciones políticas, desesperados por las pluris y en los estados, los líderes locales buscan obtener prebendas de los gobiernos morenistas.
Hace mucho que dejaron de existir aquellos líderes de oposición que se enfrentaban al gobierno en turno, que levantaban la voz y generaban contrapeso. Hoy solo son comparsa. La política mexicana ha presenciado un fenómeno peculiar en los últimos años: la llamada oposición, tildada de conservadora y derecha, hace esfuerzos desesperados por aparentar que su ideario político es el mismo que el de la cuarta transformación. Todo un contrasentido.
El PRI y el PRD alimentaron a Morena, sus bases y operadores políticos son los que ocupa actualmente Morena y quienes aún permanecen dentro de sus institutos, sólo apuestan a una supervivencia básica. Sus socios, los del PAN, el partido que tradicionalmente representa a la derecha mexicana, tiene mayor presencia entre el electorado, pero se avergüenza de lo que es.
Incluso, desde 2018 la llamada oposición ha adoptado una estrategia cautelosa al evitar confrontaciones directas con el presidente López Obrador. Este enfoque se basa en el temor de perder votos de los simpatizantes del mandatario mexicano, pero ¿realmente esa estrategia ha sido beneficiosa? En las últimas elecciones, la oposición ha evitado el contraste de proyecto, maneja discursos con pinzas, evita la confrontación natural que debe haber cuando se contrastan ideas en procesos electorales.
En las campañas, los candidatos de oposición y sus asesores deciden que golpear al presidente les quitaría votos de quienes simpatizan con López Obrador. Sin embargo, hay que cuestionar la validez de esta estrategia, considerando que ese voto de por sí no lo tienen, ni lo tendrán.
En cambio, al adoptar esta postura, la oposición pierde la oportunidad de movilizar a sus propios seguidores, que sí están abiertamente en contra de las políticas del actual gobierno, pero terminan desilusionados ante la falta de figuras que enarbolen sus demandas y eso los aleja de las urnas.
Es decir, mientras por un lado la oposición busca no incomodar a los simpatizantes del presidente, con el objetivo de atraerlos, lo que no se consigue, por otro pierden su voto duro. Especialmente la derecha en México ha caído en una situación vergonzante, niega su cruz. Lo mismo ocurre en otros países latinoamericanos, pero en algunos lugares como Argentina ha habido un cambio gradual en la aceptación de la derecha, por la aparición de nuevos liderazgos.
En Chile, José Antonio Kast le compitió fuertemente a Boric y hay analistas que afirman que este líder de derecha será el próximo presidente del país andino. En España también se ha consolidado el liderazgo de Santiago Abascal con Vox, que sin reserva alguna se asume como de derecha y defiende las posturas tradicionales de este bando. Comparando esto con la situación en México, surge la pregunta: ¿por qué la derecha mexicana se siente tan cohibida? ¿por qué se avergüenza tanto?
Lo que es claro es que falta un liderazgo fuerte que defienda principios conservadores sin complejos, esos complejos que han surgido de vez en cuando, como cuando los panistas se deslindaron de Abascal, a quien invitaron a la Ciudad de México y en cuanto empezaron las críticas, borraron todo rastro de su presencia en ese evento y desconocieron cualquier relación con el líder de Vox. También ocurrió cuando se dio a conocer el triunfo de Javier Milei en Argentina. Hubo tímidas felicitaciones por parte de la derecha mexicana y luego se deslindó de éstas y dijeron que no se identifican con la derecha que representa Milei.
Desde el PAN se ha adoptado por un discurso que coquetea con la agenda progresista organizando talleres de lenguaje inclusivo y el respaldo a símbolos feministas y abortistas, que son señales de una rendición cultural, que no solo ha sido identificada por López Obrador sino que ha alimentado su retórica contra los conservadores.
Es evidente que la derecha mexicana necesita un cambio radical en su discurso y enfoque. Hay un vacío de liderazgo, que debe ser ocupado por una figura política más alineada con las verdaderas bases y pensamientos de sus votantes, pero en el horizonte no se ve a ninguno. Los panistas de base albergan una creciente insatisfacción con su partido.
Debe adaptarse a los nuevos desafíos y realidades. El PAN debe articular un nuevo discurso político y social, alejándose de las palabras y conceptos de sus adversarios que le ha dado por utilizar.
Es crucial presentar una agenda propia que refleje los valores conservadores sin avergonzarse de ellos. Si los panistas, si la derecha mexicana pretende revitalizarse, requiere valentía, autenticidad y un liderazgo audaz que rompa con la inercia del pasado y no se entregue a las primeras de cambio.
La situación actual exige una reinvención, un renacimiento que libere a la derecha de las cadenas de la vergüenza y del entreguismo de muchos de sus dirigentes, para posicionarse como una opción política válida y respetada en México.
¿Lo podrán hacer pronto? Por lo menos en el contexto actual no se ve cómo y, además, no tienen tiempo.
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