“En ese trabajo no hay compasión. Nada de compasión. No es tu familia, es una persona que no conoces, tú no sientes, ¿por qué vas a tenerle compasión? No tienes por qué. Y la recompensa era el dinero. De 50 a 60 mil pesos sólo por una persona”, dice el sicario en primer plano mirando de frente al espectador.
Segundos antes, otro sicario, quien aún no llega a la mayoría de edad, confiesa:
“Mi primer muerto fue como a los 14 años. Iba como en segundo de secundaria. Fue en la colonia Roma. Me acuerdo que llegamos y la persona estaba en un balcón, asomada. Yo iba vestido de la secundaria y comencé a disparar. Quedó colgado. Yo, en mi adrenalina, me eché a correr”.
Y entonces recuerda su enorme sorpresa cuando al momento de cobrar por el “trabajo” en vez de dinero lo que recibió fueron las llaves de un AudiA4. “¡Ay, no manchen!, dije. Y así empezó el dinero”, sigue.
Un silencio pesado y absoluto reina en la sala de cine. El lleno es total. Es la exhibición del más reciente documental del mexicano Everardo González, “La libertad del diablo”, en el Festival Internacional de Cine de Berlín, la Berlinale.
Del cuadernillo del programa del festival se advierte que se trata de un filme fuerte, en el que la violencia y la maldad son los protagonistas.
“Víctimas y victimarios logran desahogarse frente a la paciente cámara de Everardo González. Pequeños episodios de la vida diaria son enmarcados por detallados y estremecedores relatos y surge el retrato de una sociedad, en la que gobierna el miedo y un profundo desconcierto”, reza parte de la sinopsis.
Y sí.
La libertad del diablo trata y retrata el dolor de las más de 300 mil víctimas que ha dejado la denominada “guerra contra el narcotráfico”, dentro de las que el director también considera a los victimarios: jóvenes sicarios, miembros del Ejército Mexicano y de la Policía Federal.
Víctimas y victimarios
“Yo con mi angustia por encontrar a mis hijos quería que me ayudaran pero no hubo manera de que me dejaran entrar a la fiscalía que porque no había ministerios públicos para levantar la denuncia (…) Hasta las seis de la tarde llegó uno y me dijo que no me podía atender porque no era su turno, que volviera otro día porque además a lo mejor mis hijos andaban de parranda. ¿Cómo iban a andar de parranda si tengo los números de las patrullas que se los llevaron?, le dije”.
Es el testimonio de una madre. De sus ojos claros y expresivos no dejan de brotar lágrimas.
Su rostro y cabeza, como el de cada uno de los entrevistados en el documental, está cubierto por una máscara de tela color piel, como las que se utilizan para las personas quemadas. Solo ojos, nariz y boca quedan al descubierto, lo que acentúa el dramatismo de cada historia.
“Al otro día a las ocho de la mañana fui de nuevo para poner la denuncia de desaparición forzada, pero me dijeron que no podían, que esperara porque los ministerios públicos llegan hasta las nueve. Es una impunidad…Sientes desesperación y angustia de que no te hacen caso. ¡Si son cuatro seres humanos a los que se llevaron!”, dice todavía aún con voz entrecortada. Las lagrimas han humedecido gran parte de la máscara.
Después, viene el testimonio de un hombre que busca a sus hermanos desaparecidos y para ello intenta vender en vano su alma al diablo llegando hasta entrevistarse con un jefe sicario. Antes, el de una mujer muy joven que narra la pesadilla del día en que se llevaron a su mamá que se encontraba dentro de su propia casa y que casi matan a golpes a su papá.
En otro momento, un desertor del Ejército Mexicano lanza una frase tajante: “Es un asco ser militar”. Y también el de un policía federal, cuya forma de hacer justicia y “mantener el equilibrio” era ejecutar a los detenidos al considerar que no merecían vivir pues seguirían matando más gente.
“Mosaico revelador”
Durante la denominada “guerra contra el narcotráfico” emprendida en el 2006 por el entonces presidente Felipe Calderón surgió un número de víctimas nunca antes visto. Eran daños colaterales, se atrevió a decir la administración en turno. Y entonces comenzaron los Ejecutómetros, esos crudos conteos mediante los cuales los medios de comunicación fueron registrando los muertos día a día.
“Me parecía revelador ese mosaico de cómo se vivía ese periodo de la guerra calderonista desde diferentes ángulos y me vino la idea de hacer algo que confrontara lo que piensan las víctimas y los victimarios de ese escenario que viven en carne propia”, explica Everardo González en entrevista con Apro.
Durante cinco años el experimentado documentalista investigó y tejió una red de contactos que le permitieron acercarse no sólo a las víctimas, sino a quienes desde el crimen organizado o las instituciones del país ejercían y ejercen aún hoy la violencia. Logró que sus personajes se desnudaran ante su cámara.
El resultado, “La libertad del Diablo”, tuvo su estreno mundial en el 67 Festival Internacional de Cine de esta capital en la sección Berlinale Especial, que presenta una selección de filmes que invitan a la reflexión, y pelea por el recién creado premio Glashütte Original al mejor documental que será entregado este sábado 18 de febrero.
Además de definir e investigar el contenido del documental, González trabajó con el concepto artístico y estético de éste. Para ello, eligió las máscaras que cubren a cada uno de sus entrevistados.
“Las decidí utilizar no para proteger su identidad sino para cubrir una necesidad estética-filosófica. Me basé en el uso de las máscaras del teatro griego y en las posibilidades reveladoras que tiene el uso de una máscara y la libertad de expresión que otorgan”, explica.
–¿Ayudó a tus personajes a expresarse mejor?
–Sí, mucho. Lo hicieron con total libertad.
Tras la filmación del documental, Everardo González asegura haber encontrado respuestas a las interrogantes que durante estos años de violencia excesiva se planteó una y otra vez.
“Me di cuenta que estamos muy condicionados culturalmente a lo que somos. Las sociedades desiguales como la mexicana y la falta de oportunidades generan este tipo de violencia. El modelo económico en el que vivimos obliga a la gente a tener y tener bienes sin cuestionarse cómo los va a obtener”, señala.
Además de que “el ser humano tiene mucha bestialidad y atrocidad dentro de sí y sólo hacen falta los detonantes indicados para generar la violencia que estamos viendo. México es un país que pone de manera arrogante al que no tiene nada lo que debería tener pero que nunca va a alcanzar. Es inmoral nuestra economía y por supuesto que genera odio”, reflexiona.
Pero no sólo eso. En un plano más filosófico, lo que González también descubrió con la “Libertad del diablo” es la empatía que una mirada, sea de quien sea, puede producir en el espectador. “Es muy difícil ser empático cuando no se mira a los ojos de alguien, por eso a veces las noticias nos suenan tan distantes”.
–Pero la empatía no es difícil de generar con una víctima. Quizás lo sea con un victimario.
–También con las víctimas puede ser complicado. Cuando sus historias están sólo publicadas nos parecen lejanas porque no hay un contacto visual. Al mes se diluyen. Pero la mirada del otro, ya sea víctima o victimario, nos hermana y nos hace entender que el dolor ajeno también nos pertenece y que no debería ser ajeno.
–¿Te sucedió cuando entrevistaste a los sicarios? ¿No sentiste repulsión por ellos?
–Suceden dentro de uno muchas cosas, pero nunca sentí repulsión. Me resultaba difícil sentir repulsión por un chico de 17 años que nació del lado equivocado en una sociedad tan desigual como la mexicana. No lo justifico pero de alguna manera llego a entender que la desesperanza genera mucha atrocidad.
En las propias palabras de su mismo director, La libertad del diablo es un retrato de la maldad, del demonio suelto con sus atrocidades dentro de una sociedad impune, en la que todo sucede “porque no va a haber castigo ni condena, no va a haber ni siquiera discusión al respecto”.