Allí andan por las calles con la mirada perdida, con sus ropas a medio lavar, desplanchados, golpeando las paredes, pateando piedras,con su destino ya perdido en un volado desde antes que nacieran.
Son niños y niñas, son adolescentes y jóvenes por miles que caminan y se reúnen en las esquinas, en los lotes baldíos y en parque sabandonados de la ciudad. Se juntan y hablan entre sí y ven con desconfianza y un naciente rencor a los vehículos que cruzan por las avenidas.
Hablan con monosílabos. Sus palabras son cortas y elementales. Sus códigos de comunicación nos son desconocidos.
Aprendieron a leer pero ya casi se les olvidó. Ojean algunas revistas en los puestos de la esquina y se van. Se van sin prisa, mirando generalmente al suelo. Quizá porque ya no tiene caso mirar el horizonte tan chato que tienen enfrente.
La música que conocen y que les gusta son los narcocorridos,el reguetón en todo caso. Aprendieron poco en la escuela primaria, los años que allí hayan estado, durmiéndose en los mesabancos rústicos por el hambre que siempre les acompaña.
Desconocen la emoción de la poesía y el sortilegio de la música. Allí van, por las calles, por sus calles inundadas cuando llueve, por sus calles casi siempre polvorientas. Tienen un sentimiento tal de desarraigo que hasta el tradicional concepto de familia ya casi les es ajeno.
Los ve uno, a esos adolescentes, a esos jóvenes, con sus ropas tristes, con sus miradas extraviadas a veces por las drogas baratas y brutales que es lo único que tienen a su alcance, Y uno piensa cómo fue que sucedió esto.
Porque uno ve a los jóvenes que estudian y trabajan, y da gusto verlos caminar de prisa, da gusto verlos sonreír, da gusto ver cómo abren con fruición un libro o como hacen fila para entrar a un concierto.
Pero ver a estos jóvenes de nuestras colonias populares, que son la mayoría, caminando en el filo del abismo, siente uno un desasosiego tal que, es inevitable, a veces se convierte en tristeza.
Porque allí, en esos corazones vulnerados desde la más tierna infancia, se incuba la violencia de alquiler.
Ver a estos jóvenes sin empleo, sin educación, sin salud,caminando a la deriva pero cuyo destino al final de cuentas es el despeñadero,es la peor radiografía de nuestro tiempo. Y no puede uno dejar de hacerse una pregunta inútil en su desencanto: ¿cómo llegamos a esto?