Este sábado 30 de julio se conmemora el 169 aniversario del inicio de la llamada Guerra de Castas. He aquí un fragmento de mi libro La rebelión de los mayas:
El año de 1847 llegó con el rojo color de la violencia.
Un pueblo desesperado se disponía a intentar reconquistar su tierra entre ecos de recónditos sueños y recuerdos de coléricas profecías. En Culumpich, rancho de Jacinto Pat, se concentraba armas. En Tepich, bajo nocturnos auspicios, varios jefes indígenas conspiraban. Manuel Antonio Hay, comprometido con el movimiento en gestación, fue aprehendido en Chichimilá. Lo fusilaron en Valladolid. Era el 26 de julio.
Los soldados llegaron a Tepich en busca de Cecilio Chí. En su frustrado propósito dejaron vestigios de su salvajismo. Eran el preludio de una tempestad.
El 30 de julio, en la madrugada, Tepich fue atacado por cientos de los indígenas comandados por Cecilio Chí. La reacción de la clase dominante fue iracunda. Los militares incendiaron todas las casas, asesinaron a hombres, mujeres y niños; violaron y destruyeron con vesania todo lo que estuvo a su alcance. El periódico oficial proclamó:
“Se les hicieron prisioneros que fueron pasados por las armas; del pueblo incendiado no es hoy sino un montón de cenizas; los pozos fueron cegados. Tepich ya no existe y el nombre de ese pueblo rebelde ha sido borrado del catálogo de los demás de Yucatán”.
Los campesinos se transformaron en guerreros de volcánica audacia.
El resplandor de sus machetes alumbró la noche, despejó los caminos y pobló de épicas resonancias las paginas de su historia recobrada. posición de su compañero de armas, y la guerra no se detuvo. El gobernador Santiago Méndez, ante el incontenible avance de los rebeldes, dijo:
“La guerra de los bárbaros, esa guerra atroz y desoladora que se formó en medio de nuestras guerras intestinas, ha llegado a tomar formas enormes y
Desde Norteamérica, donde cumplía su vergonzante misión de negociar la venta de Yucatán, Justa Sierra O’Reilly clamaba:
“Yo quisiera hoy que desapareciera esa raza maldita y jamás volviera a aparecer entre nosotros”.
En la primavera de 1849, en Chanchén, cayó asesinado el comandante Cecilio Chí. Fue enterrado en Tepich por ser el lugar de su nacimiento y la cuna de la rebelión. Pero su verbo incandescente no se apagó. Se siguió luchando en los caminos, en las barricadas, en las milpas, en las chozas y en los corazones de los guerreros.
En septiembre del mismo año fue abatido Jacinto Pat, en un paraje llamado Holchén, cerca de Bacalar.
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