El ciclista estadounidense, que superó un cáncer testicular, era un símbolo del deporte de su paíus pero, tras años de gloria, se supo la verdad detrás de su éxito. La historia del héroe tramposo
“Lo único que necesitás son glóbulos rojos, transfusión, bolsas”. Esas fueron las palabras que acaso necesitaba escuchar de la boca del doctor Michele Ferrari en 1995. De esta manera, motorizó esa ambición que arrastraba desde muy joven y que lo llevó a buscar al médico italiano precedido de dudosa fama. Así se lanzaría al estrellato definitivo en el ciclismo y ganaría nada menos que siete Tours de Francia, con una enorme capacidad para negar y hasta parecer que atacaba a quienes estaban sospechados de doping. Hasta que un día no pudo sostener más la mentira, y todo se desmoronó en su propio peso.
Retrocediendo hasta los orígenes de Armstrong, acaso podamos desenrollar la madeja de una trampa tan extendida, que lo convirtió en uno de los mayores símbolos de la mentira y el encubrimiento del doping en toda la historia del deporte. Aunque esto no significa que haya sido el único, ya que siempre estuvo rodeado de muchos competidores asociados a las mismas prácticas, que ya pasaron a ser habituales en el mundo del ciclismo. El norteamericano sería entonces una especie de rey de ese mundo sórdido de engaños constantes, en el que ahora se le sumó un nuevo capítulo. Es que el cronista francés Antoine Vayer desarrolló en su libro Dopaje: mi guerra contra los tramposos una investigación en la que deduce que el norteamericano pudo haber escondido un motor dentro de su bicicleta en varias competencias.
Lance Edward Gunderson nació en la ciudad de Plano, al norte de Dallas, Texas, el 18 de septiembre de 1971 pero su padre los abandonó a él -”nunca supe nada de él ni me interesa”- y a su madre. Linda Armstrong Kelly lo tuvo a los 17 años -”crecimos juntos. A mis 5 años, ella tenía 22, a mis 15, ella tenía 32″- y tras conocer a Terry Armstrong y casarse con él, éste lo adoptó cuando tenía tres años. Le su apellido, aunque la segunda pareja de su madre ejerció violencia contra él. Lance Armstrong lo describe como “terrible y estricto”, que le daba palizas con una raqueta por motivos como dejar abierto un cajón. Terry, exageradamente ordenado, venía de haber estado cinco años en una escuela militar y que admitió en un documental que emitió ESPN que “nunca lo abracé ni le dije que lo quería. No le demostré cariño pero lo trataba como un animal en el sentido de ganar a toda costa y si fue campeón después, mucho fue por mí”. Su madre se separó de él cuando tenía 15 años.
“Yo le daba chirlos en la cola, nada de elementos para pegar, pero debía salir adelante”, insistió Terry Armstrong. Su madre recordó que a Lance “le encantaban los desafíos” aunque el ex ciclista es tajante, “es un milagro que no haya terminado siendo un asesino serial”. Con un hogar violento, Armstrong sentía desde muy pequeño que había algo que no encajaba. Jugaba al básquetbol, al béisbol, al fútbol americano, al fútbol “pero no coordinaba, no era bueno”, aunque nadaba desde los siete años.
Con doce años, Lance Armstrong se dio cuenta de que necesitaba competir para descargarse e inició su carrera en el equipo de natación de Plano, el City of Plan Swim Club, en el que llegó a ser cuarto en los 1500 metros libres en el campeonato de Texas. Gente que lo conoció en ese tiempo lo describe como “muy bajito de estatura, que hacía muchas preguntas e increíble en el agua, muy fuerte”.
Pero sentía que no era el mejor, que algo le faltaba y entonces se fue pasando al triatlón, y allí sí, empezó a destacarse. Pero era menor de 16 años y eso le impedía competir oficialmente por lo que, en lo que pudo haber sido la primera gran mentira de su carrera, comenzó a falsificar certificados. “Competía ilegalmente y de todos modos, les ganaba a todos”, recuerda con una mezcla de orgullo y pretendida picardía. Fue campeón en 1987/88 y ya profesional a los 16 años, ganó los torneos nacionales de Sprint en 1989 y 1990. Ya lo catalogaban como de personalidad de tipo A, un líder. Los amigos de ese tiempo cuentan que estaba “en una competencia constante” y también como “bocón e irrespetuoso”.
Se había mudado a Austin, y ya contaba con una moto y una tarjeta de crédito. Quien luego fue un destacado ciclista y también texano, compañero suyo en varias competencias, Robert “Bobby” Julich, cuenta que con 17 años, Armstrong ya tenía fama de estrella pero cuando lo conoció en una prueba de 10 minutos Contrarreloj, se había decepcionado en los primeros cinco. Con viento en contra, “él tomó impulso, yo ya estaba por abandonar, él comenzó a crecer y me veía desfallecer y me gritaba ‘marica, esto todavía no terminó. Me di cuenta de que estaba a otro nivel y con el tiempo, entendí que estaba ante el mejor ciclista de todos los tiempos”.
En 1990 firmó su primer contrato con un equipo por 18000 dólares al año y como se gastaba 300 en alquiler, le quedaba una buena diferencia para vivir. Ya al segundo año, el contrato era por 24000 anuales. A los 21 años, Armstrong tuvo su primera temporada profesional en el ciclismo. Decidió que era lo mejor y en lo que se sentía más cómodo. “Cuando ando en bicicleta me transporto a un espacio lejano, fijo objetivos, pienso en la competencia, imagino rivalidades aunque no existan, enciendo mi odio. Pienso en el futuro, es como soñar despierto”, llegó a decir.
Ser un ciclista profesional siendo estadounidense, en cierta forma era otra vez no conectar del todo con los deportes que más interesan a esa sociedad. Si bien Greg Lemond, californiano, había ganado tres Tours de Francia (1986, 1989 y 1990), Armstrong lo tenía claro: “Un estadounidense que elige el ciclismo es alguien que no encaja” y “vivir en Como no coincide con el lugar del que vienes”.
Se había ido a vivir solo a Italia porque había sido contratado a sus 21 años por el equipo Motorola luego de participar en los Juegos Olímpicos de Barcelona (donde terminó decimocuarto) y lo que importaba era la temporada europea. Sólo volvía a Texas en las vacaciones. Armstrong llamó a esta etapa como la de “cruzar la línea”, lo que significaba, en otras palabras, ingresar en el terreno del doping. “Es que todos los mis compañeros de equipo lo hacían y los de los rivales, también”, se justificó muchos años después. “Fue romper las reglas, inyectarse con cortisona, estimulantes”. Llevaba una vida sin demasiadas salidas y enfocada al éxito.
Uno de sus pocos amigos era su compañero Frankie Andreu. En 1993 obtuvo el campeonato mundial de Ruta de Oslo, bajo la lluvia, superando a estrellas como el español Miguel Indurain (segundo) y aumentó su prestigio al ganar la Clásica de San Sebastián en 1995. Pero 1996 parecía que iba a ser un año inolvidable cuando consiguió el “Flecha Valona “(nunca antes un norteamericano lo había conseguido) pero apenas duró cinco días en el Tour de Francia y fue sexto en los Juegos Olímpicos de Atlanta en Contrarreloj y decimosegundo en Carrera en Ruta.
Una de las competencias más emblemáticas para cualquier ciclista profesional es el Tour de Francia, que se inició en 1903 y que estaba pensado para la clase trabajadora, para los mineros, para gente con físicos pesados. Hasta que se convirtió en profesional con equipos cada vez más sofisticados. Se trata de 21 días para recorrer cerca de 4000 kilómetros entre colinas, montañas, hasta llegar al Arco de Triunfo en París, y con el público cerca de los ciclistas, tocándolos, dándoles su aliento.
El rumor instalado es que un gran número de ciclistas profesionales incurrían en el doping (analgésicos, cocaína, anfetaminas) pero ya en 1993 comenzó a circular que se había introducido el consumo de una hormona, la eritropoyetina sintética, conocida también como EPO, que producía glóbulos rojos, un sofisticado sistema de estimulación. En la década anterior se había empezado a utilizar en algunos deportes, pero se decía que había ocasionado algunas muertes por lo que volvió con más fuerza y por otras vías unos años más tarde. “Sentía que me ganaban todas las carreras y era la decisión que debíamos tomar”, contó Armstrong años más tarde, quien admitió que en su equipo “nos preguntábamos quién los entrenaba” hasta que se enteró de la existencia del médico especializado en deportes Michele Ferrari.
Motorola no tuvo éxito entre 1993 y 1995, cuando ganó su primer Tour “porque nos negábamos a hacer lo que el resto hacía” y de hecho, en una oportunidad, terminó una competencia a muy poco del ganador y sintió una enorme frustración. “Ser segundo es devastador”, sentenció. Y si declaraba para afuera que “hay una epidemia de EPO y hay que atrapar a esos malditos”, por dentro se preguntó cómo hacer para conseguirla y poder competir al más alto nivel y hasta superar a los rivales. En la carrera del doping, ser más que ellos, aunque para el público eso hiciera creer que se trataba de una competencia sólo deportiva.
Se decidió a ir a buscar a Ferrari, pero a hacerlo por su cuenta. La EPO era difícil de captar por los mecanismos de control antidoping aún no tan sofisticados en una carrera interminable por detectar a los tramposos. Le pidió entonces al belga Eddie Merckx, considerado el mejor ciclista de todos los tiempos, que le presentara a Ferrari, quien lo introdujo al gran mundo del doping indetectable. “Él conmigo era directo, y la relación funcionó porque yo hacía al pie de la letra lo que me decía”. Harto de perder en la competencia deportiva y en la otra, 1996 tenía que ser un año distinto.
Muchos que coincidieron con Armstrong en el circuito por aquellos tiempos cuentan que para el inicio del nuevo año “ya era otra persona, sin grasa y más fuerte”. Pero comenzó a tener dolores testiculares y primero pensó que estaban relacionados con su posición en la bicicleta y lo ignoró pero comenzó luego a vomitar sangre. “Parecía la escena de un crimen”. Resultó ser cáncer testicular avanzado, con manchas como pelotas de golf. Se trataba de un cáncer testicular con metástasis pulmonares y cerebrales.
Cuando lo descubrieron, lo operaron al otro día a las 7 de la mañana, con 27 años y no le daban mayores chances de sobrevivir, apenas un 40 por ciento. El 3 de octubre de 1996 le extirparon el testículo e inició un tratamiento de doce sesiones de quimioterapia.
“Fue una competencia para mí, contra el cáncer. Cada marca era un dato en la pantalla de la computadora en mi habitación. Era ahora un juego entre la vida y la muerte”, afirmó luego. Lo había salvado su dura disciplina y ya para las fiestas de fin de año su recuperación era evidente. No sabe hasta hoy si el cáncer pudo ser originado por el doping. “A los dos meses pensé que había que hacer algo para ayudar, para recaudar fondos”. Comenzó organizando una carrera anual en Austin en febrero de 1997, con cinco mil ciclistas, un éxito total aunque muchos no lo conocían o no estaban ligados al ciclismo. La fundación se llamó “Livestrong”.
En poco tiempo, Armstrong se transformó en un personaje muy popular en los Estados Unidos. “Yo estaba en un lugar parecido al de Michael Phelps, como LeBron James, pero no lo extraño. No hubiera sido bueno para mí y para mi familia. No sabía lo que mi historia significó para otros, para el mundo o que fuera tan grande”.
Tras un descanso a fin de año, por las fiestas, volvió al circuito para competir ahora por el equipo Cofidis, en 1997. Se lo veía frágil, sin cejas ni pelo, y se terminó desvinculando. Nadie lo quería. Su regreso parecía imposible y así lo terminó contratando la United Postal Service de los Estados Unidos (750.000 empleados) a finales del año. Le pagaban poco y pensó primero que lo que le estaban ofreciendo, para alguien de su trayectoria, era una broma. Arreglaron un bono por mil dólares por punto que obtuviera en competencias oficiales de la Unión Ciclista Internacional (UCI). En la primera carrera pensó que no daba para más. “Volví a casa y pensé que tal vez estuve corriendo contra el cáncer”.
En 1998 participó de algunas competencias pero no estaba seguro de cuál sería su nivel, aunque la esposa le insistía en que debía regresar, que no podía retirarse así, sin luchar. Tenía que terminar la temporada y el objetivo era al principio no abandonar ninguna carrera, pero empezó a ganar otra vez, para sorpresa de todos. “Guardaba dentro de mi mucha amargura contra los otros 19 equipos”.
Justo en el Tour de Francia de 1998, en el que Armstrong no participó, se produjo un gran escándalo con el uso de drogas en casi todos los equipos. Willy Voet, el médico de Festina, había sido arrestado en la frontera antes del inicio después de que funcionarios de la aduana le incautaran sustancias prohibidas, y entre ellas, la EPO. Festina fue excluida de la competencia y sus ciclistas admitieron el uso de doping y tanto Voet como el director del equipo, Bruno Roussel, fueron multados y encarcelados. Otro equipo, el de la ONCE, también fue sorprendido con prácticas ilegales.
A partir de allí, el Tour de Francia se transformó en otra competencia con menos obstáculos. Las autoridades hablaban de limpiar la imagen del ciclismo y para eso, se trataba de buscar un poco menos de esfuerzo, para favorecer que los corredores participaran de un modo natural, sin estimulación artificial. Fue en ese llamado “Tour de Saneamiento” cuando en 1999 regresó Armstrong, quien ya parecía totalmente recuperado y milagrosamente, peleaba por ganar. De todos modos, fue una ilusión. Ya el EPO estaba difundido en muchos equipos, más allá de que lo del estadounidense de la US Postal Service era exagerado.
Cuando se impuso en el Tour de 1999, algunos investigadores recurrieron entonces a la Bristol Myers Squibb, la empresa de quimioterapia que trató a Armstrong, porque desconfiaban de sus chances reales de ganar de modo natural luego de un cáncer como el que había padecido, pero con la paradoja de que cuantas más sospechas, más popularidad cosechaba porque su causa de haber regresado con gloria luego de haber estado cerca de la muerte generaba enorme admiración. Cada vez más gente aparecía en los costados de las rutas con su clásica camiseta o pulseras amarillas en señal de apoyo, y en Estados Unidos comenzaron a seguirse sus carreras con expectativas y en pantalla gigante. Pero la UCI hizo la vista gorda, cuando tras detectarle doping positivo por cortisona, adujo que había utilizado una crema para la piel y que ya había sido recetada previamente. “Supongo que me protegieron con la idea de proteger al deporte luego de todo lo que había pasado en la competencia anterior”, se jactó Armstrong en un documental sobre él que emitió días pasados ESPN. Lo cierto es que esa receta había sido fraguada (luego reconocido por ella misma ante los periodistas Pierre Ballester y David Walsh en el libro “LA condifencial, los secretos de Lance Armstrong”) por la masajista del equipo, Emma Oreilly y además, se había inyectado cortisona por la vía intramuscular y también la colaboradora disimuló esto tapando el orificio en el cuerpo. Armstrong había asombrado al ganar el Tour por 16 segundos de distancia sobre Marco Pantani, el campeón de 1998.
Años más tarde, la agencia antidoping estadounidense (USADA) afirmaría que Armstrong presionó a sus propios compañeros para doparse, siempre en complicidad con el doctor Michele Ferrari, a quien le gustaban los números y los cálculos y era un especialista en que la EPO-a la que los ciclistas llamaban “La Edgar” por el escritor Edgan Allan Poe- no saltara en los controles. También participaba en los operativos un ayudante personal de Armstrong conocido como “El Motorman”, que recibía instrucciones y se acercaba entre los hinchas con un termo para entregarles a los competidores del equipo cuando lo necesitaran. La provisión la armaba infiltrándose en el tráiler de US Postal y cuando los ciclistas regresaban se encontraban las jeringuillas de EPO metidas en sus zapatos y las ponían en latas de bebidas vacías, las que pisaban y tiraban al tacho una vez introducidas en el cuerpo “Cuando ganemos el Tour van a decir que es imposible, que escondemos algo, y lo único que escondemos, es nuestro esfuerzo”, decía Armstrong , desafiante, en sus declaraciones cuando le daban a entender alguna sospecha. Tyler Hamilton, otro ciclista de US Postal, admitió años después que todo el equipo se dopaba, que era lo más usual. La EPO aumenta la concentración de glóbulos rojos en casi un 50 por ciento, lo que brindaba una mayor oxigenación especialmente en zonas montañosas y puede diluirse en la sangre con suero fisiológico y no aparecía en los controles, o con la ayuda de los diuréticos y entonces en la prueba ya no hay metabolitos en la sangre, según explicó el director del Centro Biomédico de Coldeportes (Colombia), Juan Carlos Quiceno.
Las maniobras de Armstrong con Ferrari enojaron definitivamente a Lemond, el anterior norteamericano tricampeón del Tour, lo que generó una enemistad entre ellos, mientras que el organizador de la competencia francesa, Jean Marie Leblanc, manifestaba que “no estaba feliz” con esta relación entre el ciclista y el médico, que había sido condenado por “fraude deportivo” aunque luego fue absuelto de todos los cargos por un tribunal italiano de apelación. Cuando esto ocurrió, ya era luego de que Armstrong ganara varios Tours y entonces se alejó del facultativo por tener, según dijo, “cero tolerancia por alguien condenado por usar o facilitar dopantes”.
Es decir que mientras continuaba utilizando doping, Armstrong seguía mostrándose como un abanderado en la lucha contra él. Otro duro enfrentamiento por doping fue con el diario “L’Equipe”, que también comenzó a desconfiar de sus éxitos en 1999, cuando volvió luego del cáncer y el conflicto recrudeció cuando en 2006, la UCI acusó a la Agencia Mundial Antidoping (AMA) de haber facilitado informaciones confidenciales al diario y que no había pruebas concretas, aunque siete años después, el organismo ciclístico internacional cambiaría de parecer ante las evidencias.
Entre 1999 y 2002 fue la etapa de oro para Armstrong, quien parecía imparable, aunque las sospechas crecían paralelamente. US Postal, con su director Joan Bruyneel, traía cada vez mejores ciclistas para el equipo, como Viatcheslav Ekimov, George Hincapie, Tyler Hamilton, Checho Rubiera y Roberto Heras. Ni ganadores anteriores de Toures como Jan Ulrich o Pantani ni Joseba Beloki pudieron frenarlo y para 2003, ya consiguió igualar al español Miguel Indurain con cinco títulos, aunque ya en 2004 fue aplastante, sacándole seis minutos a su perseguidor, el alemán Andreas Kloden. Y en 2005 volvió a ganar pero con el equipo Discovery Channel, heredero del US Postal Services, esta vez sobre el italiano Ivan Basso.
En 2000, ante los rumores de que habían aparecido mecanismos para detectar la EPO, y según la denuncia posterior de la USADA, Armstrong y Ferrari decidieron optar por otro método de engaño. El ciclista Hamilton denunció que utilizaron un discreto hotel en Valencia para transfundir su propia sangre extraída días antes, con la idea de reinyectársela para que tuviera más glóbulos rojos propios, algo que ya estaba prohibido desde 1986. La inyección se producía en el día 11 de los 21 del Tour. Dos días después, Armstrong alcanzó al italiano Pantani, quien también había sido descalificado por irregularidades sanguíneas en competencias anteriores, pedaleando de manera espectacular en una montaña de 2000 metros, algo poco usual.
Armstrong acabó ganando su segundo Tour aunque otra vez con acusaciones de doping y hasta se permitió contestar en un aviso de Nike en el que se lo ve inyectándose algo y pregunta “¿A qué me dedico? A dejarme los cuernos 6 horas por día entrenándome. ¿A qué te dedicas tù?”. Ya con seis Toures de Francia en su palmarés, Armstrong, quien milagrosamente seguía eludiendo controles, se había convertido en un ícono internacional, especialmente cuando, además, se puso de novio con la cantante de rock Sheryl Crow, sumado a su fundación. “Mi amigo, un gran campeón y un verdadero estadounidense”, decía de él el entonces presidente George Bush (hijo). Pero paralelamente, una compañía de seguros, SCA, se negó a pagarle los cinco millones de dólares pactados en bonus por los informes de doping sobre él.
En el Tour de 2004, el ciclista Philippo Simoni supo lo que era estar en contra de Armstrong porque todos coinciden en que no había término medio, o se estaba con él o contra él.
Simoni ya había testificado en 2001 contra Ferrari. Lo acusaba de fraude deportivo aunque luego retiró los cargos pero hizo algo impensable, según la USADA: había roto el silencio del ciclismo. En ese Tour de 2004, Armstrong fue por un rezagado Simoni para molestarlo poniéndosele atrás y perdiendo el tiempo para atacarlo de una manera inusual, tras una guerra de palabras. Le dijo que se apartara de su camino y Simoni accedió, pero burlonamente, al apartarse, le hizo un gesto claro de que se callara la boca. “Era un acosador”, señaló su ex compañero Tyler Hamilton, quien en esa temporada pertenecía al equipo Phonak.
Tras ganar su séptimo Tour en 2005 y en el pico de su carrera, anunció su retiro “para dedicarme a ser padre a tiempo completo” y la posta se la entregó a su amigo y confidente Floyd Landis, quien le había ayudado a ganar tres Tours y quien en 2006 consiguió vencer pero dio positivo con altos niveles de testosterona y fue despojado del título por la UCI y suspendido por dos años y al volver, ya no encontró posibilidades de reinserción. Esto terminaría siendo fatal para la carrera de Armstrong, que anunció en el sitio web de su fundación, en 2009, que regresaba a la competencia con el equipo Astaná, otra vez con Joan Bruyneel y que también integraba Alberto Contador. Era tal la idolatría que sentían por él que en una de las competencias tuvo un accidente a la altura una localidad en Palencia, donde se fracturó la clavícula, y los habitantes montaron un monumento en su homenaje al costado de la ruta. Para 2010, junto a Bruyneel, organizaron un nuevo equipo, el Team Radioshack, pero sin mucho éxito (terminaron en el puesto 23 en el Tour), hasta que anunció su retiro definitivo en 2011.
Joe Lindsey, escritor ligado al ciclismo, dijo que eso de no ayudar a Landis fue un “grave error”. En 2010, Landis se reunió en un restaurante de Beverly Hills con un agente del ciclismo y grabó todo lo que dijo, saltándose todos los códigos de la “omertá” ciclística y habló sobre “años de mentira sobre el doping del equipo US Postal”. Fue el inicio del fin de Armstrong, aunque no lo mencionó nunca. Lo que dijo Landis llegó a la agencia de drogas y alimentos FDA que lo fueron a ver y ahí sí ya dio todos los datos. FDA inició una investigación formal .El problema era si US Postal estaba haciendo fraude por doping y traficando sustancias ilegales mientras era auspiciado por un patrocinador federal de los Estados Unidos.
A partir de allí, todo fue barranca abajo. Travis Tygart, el jefe de la USADA, comenzó a acercarse a ex compañeros de Armstrong como Hamilton y otros y por fin, todo estalló. “Me quité un peso de encima cuando supe que mi vida había cambiado”, dijo Hamilton. Tygart sostiene que este informe “demuestra que el equipo US Postal liderado por Armstrong tenía el programa más sofisticado, profesional y eficiente sistema de dopaje que se haya visto nunca”. Una semana después del informe, Armstrong apareció en la reunión por el decimoquinto aniversario de su fundación. Hamilton dice que cuando lo vio en el escenario, supo que era otro hombre y que estaba destrozado por dentro y que se le notaba en la voz.
Betsy, la esposa del ciclista y ex amigo Fran Andrew, también citada para testificar, se quedó petrificada cuando vio a Armstrong en la sala, mirándola de manera intimidatoria, pero se sobrepuso y contó un diálogo que escuchó entre él y el doctor que lo trató de cáncer en 1996, y cuando éste le preguntó si había consumido algo como para comenzar el tratamiento, el ciclista le respondió “EPO, hormonas de crecimiento, esteroides, testosterona”. “Fue un gran fraude en la historia del deporte -.insistió Betsy Andrew-¿la verdad no importa?”.
El 12 de junio de 2012, la USADA acusó formalmente a Armstrong de usar EPO, transfusiones de sangre, testosterona y corticoides entre 1998 y 2011, y el 10 de octubre, presentó ante la UCI el informe “Decisión Razonada” (el realizado por Tygart) con más de mil páginas, declaraciones de 26 personas, entre ellos 11 ex compañeros de Armstrong y que involucraron, además de Michele Ferrari, a los médicos Luis García del Moral y José Martí. El español Rubiera, en cambio, dijo que en los cinco años en los que coincidieron, nunca lo vio doparse. El 22 de octubre, la UCI hizo efectiva la sanción de por vida y lo desposeyó de los 7 Tours. “Hoy el ciclismo tiene futuro”, dijo la UCI en el anuncio de 2013 y anuló su palmarés ciclístico desde 1998, de quien en 2000 fue premio Príncipe de Asturias del Deporte en España.
Los patrocinadores Nike, Trek, Oakley y Giro lo abandonaron. Sin embargo, Armstrong la siguió: publicó un twitter bajo la foto de sus siete camisetas amarillas, que decía “de vuelta en Austin, descansando” pero el escándalo siguió y el 7 de octubre renunció como presidente de Livestrong, hasta que en enero de 2013, en una emotiva entrevista con Oprah Winfrey, en la TV de los Estados Unidos, admitió por primera vez haber tomado sustancias prohibidas. La conductora le mostró imágenes suyas, en el pasado, no sólo negando todo sino cuando tras ganar un Tour, se lo dedica a los cínicos y escépticos porque “para ganar, hay que trabajar muy duro”. Dijo que es uno de los grandes errores que cometió en su vida y que se sentía ridículo.
Ese año, el Comité Olímpico Internacional (COI) lo descalificó del tercer puesto en los Juegos de Sydney 2000 y le exigió que devolviera la medalla, algo que ocurrió en diciembre de 2013. Armstrong logró pagar como indemnización apenas 5 millones de dólares de los 100 que exigía US Postal. “Esto es el último recurso porque no tengo 100 millones, para no entrar en juicio. Si ponía el 10 por ciento, ya eran 10 millones. Nunca imaginé estas cifras, pero estoy contento y por 5 recuperé parte de mi vida”, afirmó satisfecho en el documental de ESPN.
Ahora, años después de aquel castigo, surgió una nueva acusación que desarrolló más extensamente en el libro “Dopaje: mi guerra contra los tramposos”. El escritor y periodista Antoine Vayer fue el que tomó la posta y se dedicó a investigar exhaustivamente varios videos del ciclista para averiguar si había algo extraño en sus movimientos. Es así que descubrió un polémico gesto que el estadounidense solía hacer en reiteradas ocasiones: cuando tocaba la parte trasera de su asiento, el ciclista aumentaba su cadencia y la velocidad de forma inmediata.
“¿Es el uso de un motor lo que explica sus 7.4 vatios / kg durante 9 minutos y 33 segundos por pedalada? Subiendo Alpe d’Huez después de 6 horas de esfuerzo, pasando antes por Madeleine y Glandon”, preguntaba Vaye. El compacto de imágenes de distintas secuencias dentro del Tour dejó en evidencia al estadounidense y abrió un polémico debate. “¿Lance Armstrong es la mayor estafa del deporte?”.