Desde hace años en la sociedad mexicana, y la quintanarroense no es la excepción, hay la convicción de que los políticos, a conveniencia, no dicen la verdad. Muchos ciudadanos tienen la certeza de que las promesas electorales son baúles de mentiras y gran parte de los programas son ramilletes de futuros incumplimientos.
El tema de la concesión de Aguakan, que tanto se cuestionó con razón desde la oposición y que hoy desde el gobierno se mira con ojos diferentes, parece destinado a ese baúl.
Decía Sófocles que “una mentira nunca vive para llegar a vieja” y menos la que procede del poder político; la mentira es la forma más cobarde y simple de autodefensa.
En los países más democráticos mentir en el seno del Poder Legislativo es un delito que conlleva consecuencias políticas, como ocurrió a mediados de los años 70 en Estados Unidos cuando Richard Nixon tuvo que renunciar a la presidencia de ese país por el escándalo que generó con sus acciones de acoso y espionaje a opositores, activistas y figuras políticas que fueron descubiertas al darse a conocer el contenido de documentos robados en la sede nacional del Partido Demócrata.
Nada diferente de lo que suelen hacer muchos gobernantes en México, sin importar su color.
Es cierto que la mentira política existe desde siempre, que las reglas y la técnica de lo que antaño se llamaba “demagogia” y hoy se llama “manipulación o propaganda” han sido sistematizadas y codificadas desde hace miles de años.
Pero nunca se ha mentido tanto como se hace hoy en día, y nunca se ha mentido tan masiva, tan íntegra y cínicamente como en la actualidad sin que de esa práctica se deriven responsabilidades. Desde los totalitarismos y fascismos indeseables de la mitad del siglo XX, gran parte del progreso tecnológico se ha puesto al servicio de la mentira.
En política se deforma a conveniencia la verdad que interesa a la sociedad, se manipula por intereses de partido la realidad que interesa a los ciudadanos, por ello los ciudadanos deben siempre estar alerta.
La verdad y la política nunca se llevaron bien, hay grandes desencuentros entre la transparencia y la gestión política y que la veracidad no se encuentra entre las virtudes propias de los políticos, aunque muchos de ellos creen que por poseer el poder y detentar la autoridad son, también, poseedores y guardianes de la verdad.
Sin embargo, la mentira y el engaño juegan un papel relevante en la política en la que el pueblo es siempre el único perdedor, pero la rebeldía, la crítica y la acción ciudadana deben ser los medios adecuados y necesarios para despertar de este mal sueño que mantiene aletargados a los mexicanos desde hace varias décadas y que se refleja en esa pobre participación que tuvo la marcha organizada esta semana en Chetumal para protestar contra el reemplacamiento que el PAN apoya en Quintana Roo, porque forma parte del gobierno y ataca furibundamente en Yucatán, donde es oposición.
Y poniendo en sus mentiras remiendos de pequeñas verdades, en las últimas semanas el PRI se ha erigido como el partido que combate a la corrupción y expulsa de sus filas o suspende sus derechos partidistas a ex gobernantes que antes protegió y consideró como políticos “de una nueva generación”.
Alexandre Koyré (1892 –1964), filósofo e historiador de la ciencia política francés de origen ruso, que también trabajó en los Estados Unidos, dijo en su obra “La función política de la mentira moderna” que es importante saber ubicar, identificar y observar las conductas de esos políticos mediocres que tienen a la mentira como táctica y aprovechan muchas veces la ignorancia de la gente para concretar sus planes.
Buscan, señala Koyré, a las personas que puede servirles como escalera para lograr el poder y sus más oscuros intereses.
“Por desgracia, una vez alcanzado el poder es cuando el pueblo (los ingenuos votantes) se da cuenta de la farsa, mas ya no hay tiempo de corregir el error cometido”, subraya.
Los políticos mediocres están donde están los buenos políticos, mimetizándose, desarrollando acciones políticas ineficientes para tratar de cumplir los programas prometidos o colocados en puestos para defender el plan de gobierno, sin afectar sus intereses.
Se ubican también como asesores, realizan acciones manipuladas que les permite obtener grandes beneficios por el solo hecho de estar relacionados con el gobernante. Realizan declaraciones conscientes de que son parcial o completamente falsas, esperando que los ciudadanos les crean, ocultando siempre la realidad sensible en forma total o parcial. De éstos hay muchos en la actual administración estatal.
Hay quienes se consideran políticos solo por el hecho de estar afiliados a partidos u otros sectores con la posibilidad de alcanzar un cargo, ignorando el proceso de formación que la responsabilidad política les exige. De éstos proliferaron en el gobierno de Roberto Borge.
Es importante que los políticos recuperen la confianza de los ciudadanos que hoy tienen perdida, que las nuevas generaciones de políticos dignifiquen su identidad alejados de toda corrupción, honestos en sus acciones, templados en el trabajo, seguros de sus creencias, leales a sus electores y fieles a su palabra.
¿Será mucho pedir?
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