Texto original publicado por Motorpasion.com
Viajar a Cuba es como volver atrás en el tiempo 30 o 40 años, pero automovilísticamente hablando es retroceder más de medio siglo. El país caribeño, cuenta por suerte o por desgracia, con uno de los parques automovilísticos más antiguos del mundo, digno de ver para los que viajamos allí como turistas, pero demasiado vetusto, contaminante e inseguro para los que viven allí.
Nos hemos ido a la isla caribeña para mostrarles y contarles algunas historias sobre los coches que habitan la capital de la isla, viejos cacharros que siguen funcionando a diario con un ritmo frenético por las achacadas calles de La Habana. ¿Se suben con nosotros en un alemndrón cubano?
Al llegar al aeropuerto José Martí de La Habana, y tras más de una hora para pasar el control de pasaportes, nada más salir a la calle, el choque automovilísticamente hablando es indescriptible. Cuando llegamos era de noche, así que del entorno poco se podía ver. Lo único que si se veía eran cientos de viejos coches, la mayoría de origen americano, que esperan a los turistas a su llegada al aeropuerto. Al principio me costó entender que hacían todos esos coches antiguos allí, pero luego me di cuenta de que no
eran coches antiguos, si no que eran los coches que predominan en las calles de La Habana.
A nosotros nos esperaba un viejo Moskvitch, un coche de origen ruso y aspecto muy similar a un SEAT 124 que con sus más de 200.000 kilómetros en el marcador, todavía circula con una dignidad renqueante. Como curiosidad, el salpicadero original lo habían sacado y en su lugar llevaba uno de un Hyundai Atos, que al parecer encajaba a la perfección. Moskvitch es una marca absolutamente desconocida en el resto del mundo, pero es una de las más comunes en Cuba, con cientos de coches de los años 60 y 70 todavía en funcionamiento.
Los almendrones son coches de los años 30, 40 o 50, la mayoría de ellos de origen americano. Más de medio siglo después de su época de esplendor, esos Cadillac, Chevrolet o Pontiac siguen rodando por las carreteras de la isla. Debemos tener en cuenta que los coches americanos dejaron de entrar en Cuba en 1959 y después apenas entraron coches de marcas de países comunistas como Rusia. Por eso y porque no hay apenas alternativas, todos esos coches todavía se conservan hoy en día, aunque el 90% han sufrido importantes modificaciones.
La gran mayoría montan motores diésel de camión en lugar de los V8 originales. Las mecánicas han sido sustituídas por otras más económicas y en ocasiones fiables que
pueden mantenerse sin un coste tan alto como el de aquellos gastones V8 de sonido espectacular que montaban en origen.
En un almendrón puedes atravesar La Habana por un precio no superior a cinco pesos cubanos, el equivalente aproximado a .50 centavos de dólares. Su uso está muy extendido, no sólo entre los ciudadanos cubanos, sino también entre los turistas que aprovechan para volver al pasado montados en ellos y bajarse con un olor a gasolina y humo como ya nadie recuerda en el mundo moderno.
Una de las características de los almendrones es que no haces el recorrido tu
solo, ya que o bien desde el inicio vas compartiendo el coche con desconocidos que van al mismo punto que tu o que se apean por el camino, o también sueles ir parando para recoger a nuevos pasajeros a medida que vas avanzando.
Una de las cosas que más me llamó la atención por las calles que rodean el centro antiguo de La Habana, es el constante olor a contaminación y el humo sucio y negro que desprenden esos coches de los que estamos hablando.
Es algo lógico ya que cuando esos viejos Cadillac y Chevrolet eran lo último de lo último en automoción, nadie se preocupaba ni quería pensar en medidas Euro5 o Euro6. Por eso,
todos estos coches siguen contam
Allí es normal llegar a casa con la ropa oliendo a “petróleo”, como ellos dicen. Por la
noche la intensidad de tráfico se
reduce muy considerablemente, pero nada más amanecer y comenzar a rodar los coches, ese olor vuelve y desde muy temprando se cuela dentro de las casas.
Si la precariedad del parque automovilístico es realmente llamativa para alguien que viene del mundo moderno, lo mismo ocurre con las infraestructuras. Las calles de La Habana están llenas de baches y todo tipo de imperfecciones que hacen que los conductores de esos viejos coches tengan más mérito si cabe por ser capaces de circular sin dañar sus herramientras de trabajo.
A pesar de esa habilidad que demostraban en todo momento los conductores de los almendrones, tarde o temprano todos los coches acaban pinchando alguna rueda o sufriendo averías, es ley de vida. Es por eso que las “poncherías”, que es como se conoce a los talleres de reparación y sustitución de neumáticos, abren en la mayoría de los casos 24 horas.
En esos talleres el flujo de coches no cesa nunca, ya sea para reparar pequeñas averías, pinchazos o incluso para instalar sistemas de luces LED de colores en el habitáculo o en el exterior. Están tan de moda las luces de colores que te las puedes encontrar en cualquier coche, clasico o moderno, creando una curiosa mezcla entre clasicismo y modernidad.
Por suerte, los coches antiguos también forman parte del reclamo turístico de Cuba. Cualquiera que haya estado en La Habana habrá visto que gran parte de los souvenirs que los clientes se llevan de recuerdo, los coches tienen siempre un espacio junto a los sitios típicos como el Capitolio, la Bodeguita del Medio o el clásico Floridita, sitios frecuentados por Ernest Hemingway.
Además todavía quedan algunos coches clásicos que mantienen sus mecánicas originales, muchos de ellos perfectamente restaurados y otros en proceso. Esos coches, la mayoría de tipo descapotable, pasean a los turistas por el Malecón y también se concentran al lado del Capitolio, donde acaba la calle Obispo, punto clave para los turistas en La Habana.
Por un precio que puedes negociar entre 20 y 35 CUC, el equivalente aproximado a 18 y 30 euros, puedes contratar un coche descapotable antiguo para que te de un paseo por La Habana. Aparte de ser una de las mejores formas de conocer y ver las calles de la ciudad y las zonas clave, como el Malecón o la Plaza de la Revolución, montar en uno de esos coches descapotables para disfrutar de un paseo es algo que recomiendo a cualquier visitante de La Habana.
Además durante nuestra visita vimos otros coches clásicos americanos perfectamente restaurados. Por ejemplo los Chevrolet Bel-Air restaurados son uno de los modelos más habituales por las zonas turísticas. También suelen juntarse los dueños de clásicos restaurados en las inmediaciones del Hotel Nacional los sábados por la tarde para lucir sus coches y compartir divertidos momentos con una botella de Cristal en la mano.
Por supuesto, yo no iba a ser menos y el último día de estancia en La Habana había reservado algo más de una hora para dar un paseo en un clásico descapotable. Cuando llegamos al Capitolio, unos 10 descapotables se agolpaban allí. Había Cadillac, Chevrolet, Pontiac y algún coche más que no supe identificar, pero entre todos esos gigantescos coches había uno casi escondido que llamó mi atención.
Se trataba de un precioso Ford Thunderbird de 1956, el modelo original de ese mito del automovilismo americano. Mucho más pequeño que el resto de clásicos disponibles allí, el Ford Thunderbird automáticamente me entró por el ojo y lo elegí para dar un paseo. Íbamos a ser tres personas contando con el chófer, y a pesar de que el Thunderbird teóricamente era un biplaza, la realidad es que el banco corrido permite pasear con relativa comodidad a tres personas.
Tras negociar con el chófer para que nos ajustase el precio a 25 dólares, definimos la ruta para que nos llevase desde el Capitolio hasta el Malecón, después por el parque Almendares para dirigirnos hacia la Plaza de la Revolución y terminar después en la feria de San José. Montamos en el coche y con el suave ronroneo del motor 4.2 V8 heredado del motor del Ford Mercury, arrancamos.
La suavidad de la mercánica es absoluta, y eso nos hace disfrutar del paisaje y los olores del mar al paso por el Malecón. El sonido del motor sólo se aprecia cuando el chófer le pisa más de lo normal al acelerador. Le cuento que me dedico a esto de los coches y el hombre, que había vivido en España hasta hace sólo un año, me empieza a contar unas cuantas historias interesantes sobre coches clásicos en La Habana.
Primero me habla de lo que cuesta conseguir piezas para su coche por el embargo que Estados Unidos tiene sobre Cuba. Constantemente tiene que estar llamando a familiares en Miami para que después de hacer mil estratagemas, las piezas de repuesto lleguen a La Habana. Le digo “seguro que aquí hay coches de gran valor olvidados en cualquier casa sin que sus dueños sepan lo que tienen allí”.
Entonces me miró y comenzó a hablarme sobre varios Porsche 356 que todavía ruedan en ocasiones por las calles de La Habana y sobre un Mercedes 300 SL Gullwing que se vendió hace unos meses por sólo 60.000 euros. Como es lógico los ojos casi se me salen de las órbitas, y viendo el interés mostrado, nuestro chófer me prometió que si volvía a La Habana me llevaría a ver todas esas joyas escondidas en garajes de particulares u olvidados en los jardines de algunas casas.
La tarjeta del chófer de ese Ford Thunderbird de 1956 está ahora en mi mesilla de noche y no veo el momento de juntar unos ahorros para volver a La Habana, llamarle e ir juntos en busca de esas joyas que residen en una isla dónde la industria del automóvil se quedó estancada a finales de los años cincuenta, con todo lo bueno y lo malo que ello supone. Te llamaré, amigo y esta historia continuará en Motorpasión…