Nunca antes los cancunenses habían demostrado su hastío a una situación que siempre les ha aquejado, pero que finalmente ha hecho crisis.
Siempre hubo una especie de amor y odio con los taxistas, siempre se optó por ese mal servicio porque no había más.
Lejos quedaron los años en que los taxistas buscaban cercanía con su comunidad, haciendo servicio social, apoyando en momentos difíciles. Terminaron por volverse ajenos.
Y ese hastío se vio el lunes, durante el bloqueo a la zona hotelera, cuando los propios cancunenses encararon, increparon a los taxistas, les reclamaron e intentaron retirar sus unidades.
Eso sí, a pesar de la muchedumbre, los taxistas se portaron con la misma arrogancia y valemadrismo de siempre.
Pero lo de ayer enseñó el camino que deben seguir los gobernantes, a los que manifiestan que llegaron para transformar al estado.
Los ciudadanos ya están cansados y están promoviendo su propia manifestación, que sería histórico: un día sin taxis el próximo viernes.
Mal harían las y los gobernantes de ahora en seguir tolerando a los taxistas, en seguir cediendo ante ellos, como se ha hecho históricamente y darle la espalda a los ciudadanos.
Los taxistas ya no son la fuerza electoral que todo político buscaba tener de su lado.
Hace unos días un diputado dijo que están dispuestos a pagar el costo político que implica una nueva ley de movilidad en la que se promueva y proteja la competencia en el servicio de transporte.
Pero el verdadero costo político sería seguir tolerando, protegiendo y hasta siendo cómplices de los taxistas.
El verdadero costo político sería que nada cambie y que la autoridad continúe bailando al son que toquen los taxistas.
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