Usted no sabe quién soy yo. Así titula su más reciente columna Íñigo Domínguez en El País Semanal, uno de los cronistas que mejor conoce los laberintos de la mafia italiana. En su escrito señala que «algunos antropólogos han apuntado que la amabilidad y las sonrisas de la gente en países poco civilizados se pueden deber a que existe una posibilidad real de que si eres maleducado el otro saque una pistola. Se ve bien en las películas de vaqueros, donde la ley aún no estaba muy presente. En sociedades avanzadas, en cambio, uno se puede permitir el lujo de ser de modales rudos en la confianza de que no le va a pasar nada. Para comprobarlo basta pasearse por algunas ciudades de Estados Unidos o Europa. Ser antipático es una ventaja del progreso, cualquier idiota puede serlo aunque no tenga ni media bofetada».
En México, al parecer, ser grosero cuesta vidas; la propia y ajenas. Como en el Viejo Oeste: Dos rivales se cruzan en el bar, y la única manera de enfrentarse es por medio de la violencia. Uno de ellos saca una pistola, y le dispara a su enemigo, así como a los guardias que intentan impedírselo. Cientos de personas escuchan los disparos, los gritos, y salen corriendo, provocando una estampida. Esa es la primera versión de las investigaciones realizadas en torno a los trágicos hechos que se registraron ayer en Playa del Carmen. No me la trago.
Si en cambio les doy el beneficio de la duda a las autoridades, este brutal arrebato es sólo la punta del iceberg. Aunque se trate de dorar el tema haciendo creer que fue un hecho ocasionado por «la intolerancia y el conflicto de intereses entre dos individuos» Playa del Carmen ya era una olla de presión cuando se dispararon los balazos. Una meca del crimen en la que tarde o temprano se salpicaría sangre. El año pasado, un ciudadano mexicano preguntó, en el portal de transparencia federal, cuál era la distribución de los cárteles de la droga en todo el país. En un documento fechado el 8 de marzo de 2016, la dependencia respondió de manera clara y directa la pregunta. En ese documento, que puede consultarse en línea, el gobierno federal especifica que en Quintana Roo domina e Cártel del Golfo en Quintana Roo, y señala la existencia de otras dos células criminales: Los Pelones y Los Talibanes.
Un año antes, en abril de 2015, se desclasificó un informe de la DEA. En este se aseguraba que Quintana Roo es bastión del Cártel del Golfo, aunque en Cancún y en Playa del Carmen también actúa el Cártel de Sinaloa. El informe puede también leerse en internet. Las veleidosas fronteras del crimen cambian constantemente, y hay plazas calientes, disputadas por los carteles. Playa del Carmen es una de las joyas de la geografía del crimen. La masacre que se registró la madrugada de ayer es un ingrediente explosivo que se mezcla en la guerra por ese territorio; una matanza que se veía venir. El ruido y las luces ocultaron lo que ahí se gestaba, hasta que estalló la lluvia de balas; la playa en llamas, infierno en el paraíso.
Habituales a la Quinta Avenida comentaban que cada vez era mayor el descaro con el que se vendían drogas a los turistas. «Te la ofrecían como si fueran artesanías», señalaban. Asimismo, el derecho de piso que cobraban las mafias ya casi era visto como un impuesto más. El narcotráfico —la venta de drogas y la extorsión— había hecho ya metástasis en ese destino, epicentro del turismo en México, referente mundial. Quintana Roo, en general, igual presentaba ya signos graves de descomposición. Habituados a cosechar muertos, pocos se escandalizaron con los dos muertos con los que amaneció 2017. Uno, precisamente, en Playa del Carmen: un joven asesinado durante una reyerta de pandillas, según parece. Otro, en Cancún, en la Supermanzana 39, ejecutado, hallado en el interior de una camioneta CRV. Fue «torturado con quemaduras en la espalda, donde recibió además varias puñaladas, para después ser decapitado», se describía en Infolliteras.
Lo que sí fue lógico es que las autoridades quintanarroenses descartaran que la matanza del Blue Parrot tuviera su origen en el terrorismo; los yihadistas cargan sus fusiles con balas de odio, los narcos, con balas de avaricia. No está tan claro que se descarte al narco y se quiera reducir a un desencuentro entre dos personas. Aún así, el saldo de la balacera de la madrugada del lunes no es sólo de cinco muertes y quince heridos: también eliminó el último resabio de inocencia de esa ciudad.
Visitantes y habitantes de Playa del Carmen despertaron conmocionados con la noticia, al igual que México y el mundo. La violencia había cruzado una línea invisible, la muerte se trasladó al santuario de los excesos, donde sólo se permitía la venta de drogas y la extorsión; ya en ningún lugar se está a salvo. El miedo, focalizado hasta hace unas horas, se extendió, abarcando todo el sector. El terror camina por las calles, se respira, se sueña.
El eco de las balas seguirá sonando y la sangre tardará en secarse. El miedo de los empresarios se palpa. La matanza del Blue Parrot, vista desde una óptica sensata, puede convertirse en una advertencia, aunque se repita, una y otra vez, una y otra vez que sólo fue un hecho ocasionado por «la intolerancia y el conflicto de intereses entre dos individuos». Es una advertencia también para el gobierno estatal, que en este inicio de año se enfrentará a lo que verdaderamente preocupa a los ciudadanos de Quintana Roo. La seguridad es, por mucho, el bien que más se añora. Y, aunque ya se lo habían arrebatado a los pobladores de Playa, nunca antes esta realidad había sido tan visible.
El combate al crimen modificará, por lo menos, la dinámica de trabajo de la entrante administración de Carlos Joaquín, hasta el fin de semana enfocada a escarbar en los estados financieros de sus antecesores. Un nuevo enemigo, mucho más temible y mortífero, será ahora el causante de las pesadillas de los quintanarroenses. Ante la matanza registrada, el saqueo del erario parece cosa menor, minucia. Y eso igual es una tragedia.
Playa del Carmen fue incluida el año pasado en el puesto número 19 de los mejores veinticinco destinos del mundo. Esa lista la realiza año con año TripAdvisor. El «rostro de bienvenida de México», como lo definió Carlos Joaquín, es ahora una mueca que espanta. El saldo de la balacera de la madrugada del lunes no es sólo de cinco muertes y quince heridos, reitero: también fue víctima la economía de miles y miles de personas. De Playa, específicamente, pero también de Quintana Roo, de Yucatán… De todo el país.
Twitter: @PabloCicero