Imagínense la escena, que nos propone el propio Jhon Carlin, el escritor y periodista de cuya obra “Playing the Enemy: Nelson Mandela and the Game That Changed a Nation”, Clint Eastwood preparó el guión para su inolvidable película “Invictus”.
Trata sobre los acontecimientos en Sudáfrica antes y durante la Copa Mundial de Rugby de 1995, organizada en ese país tras el desmantelamiento del sistema segregacionista del ‘apartheid’. Los actores Morgan Freeman y Matt Damon desempeñan, respectivamente, el presidente sudafricano Nelson Mandela y Francois Pienaar, el capitán de los Springboks. “Invictus” fue lanzado en los Estados Unidos el 11 de diciembre de 2009. El nombre invictus, puede ser traducido del latín como invicto o invencible, y es el título de un poema del inglés William Ernest Henley (1849-1903). En el crepúsculo del político más venerado del mundo, Jhon Carlin, se ha desplazado a Johannesburgo. Las noticias que llegan de allí nos hacen afirmar que quizás el triunfador ‘Madiba’ fracasó en lograr la paz en su familia. El sainete, ‘La bruja Winnie’ no puede esperar y ha comenzado ya el espectáculo.
Nelson Mandela en el salón de su casa, el año pasado, envuelto en una manta. Sentadas a un par de metros de él, dos de sus hijas, discutiendo. Mandela tiene la mirada distante, el rostro inmóvil. Difícil saber si está atento a la discusión o si, desde la niebla senil que ofusca su mente, no se entera. Entra un íntimo amigo de Mandela, su hombre de confianza a lo largo de más de 20 años. Las dos mujeres siguen hablando airadamente, como si no estuvieran presentes ni su padre ni el invitado. El tema de la conversación: qué muebles y qué piezas de cocina se llevará cada una cuando el padre muera.
El invitado a la casa de Mandela era Jakes Gerwel, su asesor más cercano durante los cinco años, de 1994 a 1999, que fue presidente de Sudáfrica. Gerwel, que murió a finales de 2012, le había contado la historia a una amiga, y ella se lo contó a Jhon Carlin… Gerwel, según la amiga, narró la escena horrorizado y con detalle “forense”. “Es difícil de creer, pero después se la conté a dos individuos que tienen, y durante muchos años han tenido, una relación muy cercana con Mandela y no se sorprendieron en absoluto. Respondieron narrando otras historias similares, igual de horrorizados que Gerwel ante el descaro y vulgaridad que están exhibiendo los herederos de Mandela en el afán de explotar las oportunidades materiales que ofrece su asociación sanguínea con el personaje político más venerado del mundo.
Estas personas pidieron que no se publicaran sus nombres por respeto a Mandela -que pronto cumplirá los 95 años, el próximo 18 de julio-, por no iniciar una guerra pública con sus hijas, sus nietos y bisnietos antes de su muerte..”.
Todos los miembros de la familia, salvo su última esposa Graça Machel, crasos aspirantes a nuevos ricos sin aportar nada al país
Pero una guerra encubierta sí ha tenido lugar hace ya años entre los descendientes de sus dos primeros matrimonios y los amigos que Mandela hizo durante su largo camino hacia la libertad. Y no solo amigos. Según las fuentes consultadas, bien enterados de lo que ocurre en el hogar del antiguo presidente sudafricano, el objetivo principal del odio y resentimiento de los herederos de Mandela es su tercera esposa, con la que no tuvo hijos, la mozambiqueñaGraça Machel. “Convencidos, absurdamente, de que ella se casó con él solo por su dinero, el único concepto de vida que son capaces de entender, cuestionan permanentemente la legitimidad de su matrimonio”, afirma tajante una de las fuentes, que insistió en que, con la excepción de la señora Machel, todos los miembros de la familia de Mandela eran unos crasos aspirantes a nuevos ricos que no habían aportado nada de valor al bien común de su país.
El temor del resto de la familia es, evidentemente, que Machel, mujer que ha dedicado su vida a la lucha por la democracia y los derechos humanos, se acabe quedando con un buen trozo de la herencia de su marido. Machel, que desentona en el clan Mandela casi tanto como un personaje de Marcel Proust O Albert Camus en la ‘casa de los Derbez’, ha mantenido un digno silencio. Entre sus allegados, una de sus mayores preocupaciones hoy es que Mandela coja un periódico y, en un inusual momento de lucidez, se entere del último capítulo en la saga familiar, el que ha destapado el conflicto latente entre los parientes que le tocaron y los amigos que él eligió.
Se trata de un juicio pendiente por una causa traída por dos de las tres hijas de Mandela, Makaziwe y Zenani, contra un grupo de abogados nombrados por el expresidente para dirigir dos empresas cuyo objetivo es acumular dinero para sus herederos. De manera deliberada, Mandela, también abogado de profesión, optó por no permitir que su familia ejerciera el control de estas y otras empresas patrimoniales, todas creadas con el mismo fin. Las hermanas, apoyadas por otros miembros de la familia, buscan que -contra los expresos deseos de su padre- un tribunal les pase el control de las empresas a ellas. Ya no se trata de una disputa por muebles o piezas de cocina. Y ni siquiera, en primer lugar, de acceder al efectivo en esas compañías. El objetivo es poner de nuevo en marcha una máquina que está en manos de estas dos empresas y que se paró, por voluntad del propio Mandela, hace nueve años. Se trata de una máquina de impresión gráfica que en este caso es, ante todo, un aparato para imprimir dinero.
Las hijas Makaziwe y Zenani, falsificaron la firma del político más venerado del mundo, en unos cuadros con la huella de su mano
Mandela se prestó hace un decenio a crear unos cuadros que exhibían, en diferentes colores, la huella de su mano. La máquina hace copias perfectas no solo de estos cuadros, sino también de la firma de Mandela. Antes de que él diera instrucciones para que se dejaran de reproducir, convencido de que un exceso de volumen en el mercado abarataría su imagen, se vendían por unos 10.000 euros cada uno. El más destacado de los abogados contra los que las hermanas Mandela se han querellado, George Bizos, no ha disimulado su indignación. Las dos mujeres, respondió Bizos, amigo de Mandela desde hace 60 años, “quieren tener en sus manos cosas que no deberían venderse y el dinero de las empresas”. Y agregó: “Nosotros no somos secuestradores”.
La hija de Makaziwe Mandela, Tukwini, acusó a Bizos de cosas peores en una carta abierta que le escribió vía Associated Press. Después de llamarle “mentiroso”, le dijo: “Por favor, tenga la decencia de comportarse como una persona mayor si se interesa por el bienestar de mi abuelo y por su buen nombre, que fue lo que le impulsó a su inmerecido estrellato”. Es difícil exagerar la colosal -la épica- impertinencia contenida en estas palabras. George Bizos, de 84 años, es un monumento en Sudáfrica; nombrarán calles por él cuando se muera. De origen griego, pero con las maneras y el acento inglés de un aristócrata británico, Bizos defendió a Mandela en el juicio de 1964 -10 años antes de que naciera Tukwini-, en el que se salvó de la pena de muerte y fue condenado a cadena perpetua; defendió a Winnie Mandela 27 años más tarde, cuando se la acusó de secuestro y asalto; y se ha pasado toda la vida ofreciendo sus servicios como abogado a militantes políticos contra el apartheid o, cuando llegó la democracia, a las personas más desfavorecidas y vulnerables de su país. Mandela, que recibía las visitas de Bizos en la cárcel con efusivos abrazos, lo quiere como a un hermano. Si hubiese leído las declaraciones de su nieta contra él en alguno de los periódicos que su actual esposa intenta que no vea, no es una exageración proponer que hubiera caído muerto de una apoplejía.
De lo único que se lamentó cuando salió de la cárcel después de 27 años fue de no haber podido atender a las necesidades de sus seres queridos
La principal contribución que ha hecho Tukwini Mandela a la humanidad ha sido crear con su madre, que ha logrado colocarse en la dirección de 16 empresas sudafricanas, una marca de vinos que lleva el nombre de su abuelo. Otras dos nietas de Mandela han lanzado una línea de ropa, también utilizando el venerable nombre familiar, además deprotagonizar un reality de televisión llamado “Being Mandela” (Ser Mandela) en el que las dos aparecen de compras en los centros comerciales más lujosos y cenando en los restaurantes más de moda de Johanesburgo. Ellas dos, como Tukwini, han dado su apoyo explícito a la causa judicial contra Bizos y los otros amigos y viejos compañeros de lucha de Mandela.
Hay un nieto, Mandla, que no se ha apuntado. Pero él también es una figura polémica, acusado, entre otras cosas, de intentar vender a una compañía de televisión los derechos para filmar el entierro de su abuelo en las tierras ancestrales donde nació: otro potencial disgusto del que la senilidad salvó a Mandela, y uno más de los muchos que han escandalizado a sus amigos de toda la vida
No es del todo sorprendente, sin embargo, que se haya creado una ruptura entre la familia y los amigos de Mandela, casi todos provenientes del mundo político. La ruptura la provocó él, en cierto modo, hace muchos años, cuando optó por anteponer la causa de su pueblo a la de su familia biológica. De lo único que se lamentó cuando salió de la cárcel después de 27 años fue de no haber podido atender a las necesidades de sus seres queridos. Incluso después de lograr la libertad, no tuvo más remedio que dar prioridad a la política, y es bien sabido que sus hijos se lo recriminaron. Encontró consuelo y simpatía en amigos, precisamente, como George Bizos y Jakes Gerwel.
Graça Machel, lo más sensato que podría hacer, por su propio bien, sería abandonar Sudáfrica a las 24 horas del funeral de su marido
En el otoño de sus días intentó compensar sus carencias como padre, abuelo y bisabuelo creando empresas que se encargarían de asegurar que no les faltaría nada a sus descendientes una vez que él muriera. Pero esta iniciativa, como hoy se ve, también ha generado sus complicaciones. Según los estatutos de las empresas, los abogados que Mandela nombró para dirigirlas deberían remunerar a sus herederos seis meses después de su muerte, pero también poseen la discreción legal para alargar el plazo.
Es probable, según fuentes judiciales consultadas, que las hijas de Mandela no prosperen en su causa contra ellos. Es aún más probable que, después de que muera Mandela, la pelea por su herencia se vuelva aún más fea, que el terreno de batalla se extienda, hermanos pleiteen contra hermanos y todos se vuelquen contra su tercera mujer. Un amigo de Graça Machel decía esta semana que lo más sensato que podría hacer ella, por su propio bien, sería abandonar Sudáfrica a las 24 horas del funeral de su marido. No exageraba. O no mucho. Todo indica que el sórdido epílogo a la vida de Nelson Mandela apenas ha comenzado.
La policía sudafricana reabre un caso que implica a la exesposa Winnie en el asesinato en 1988 de un supuesto ‘traidor’ a la causa negra
Una mañana de 1990 estaba hablando Jhon Carlin con un señor llamado Nico Sono en la esquina de una calle en Soweto, una ciudad pobre y polvorienta en la periferia de Johanesburgo habitada solo por gente negra. El señor Sono le dijo que estaba convencido de que Winnie Mandela había matado a su hijo. Hoy, casi un cuarto de siglo después, la policía sudafricana ha empezado a investigar el caso, abriendo la posibilidad de que la exesposa de Nelson Mandela, que ahora tiene 76 años, sea imputada por asesinato.
Lo curioso no es tanto por qué la policía esperó tanto tiempo para iniciar la investigación sino por qué no hicieron nada cuando ocurrieron los hechos. Lolo Sono, de 21 años, desapareció el 13 de noviembre de 1988. Fue el último día en que su padre lo vio, golpeado en la cara, sangrando y temblando de miedo en una furgoneta en la que viajaban media docena de jóvenes matones bajo el mando de Winnie Mandela. Según le contó al guionista de “Invictus”, Nico Sono, ella, que también estaba en la furgoneta, se negó a entregarle a su hijo, acusándole -falsamente, como después trascendió- de “traidor” a la causa de la liberación negra. Todo lo que le dijo Nico Sono a Jhon Carlin, y más, se lo había dicho ya a la policía, que además tenía un espía a sueldo en la casa de Winnie Mandela que debía haber informado de lo que había ocurrido.
En aquella época Nelson Mandela aún permanecía en la cárcel y su esposa era la figura más visible de la lucha contra el ‘apartheid’. El caso Lolo Sono presentaba a las autoridades una oportunidad de oro para detener a Winnie Mandela, someterla a juicio por la muerte de un chico negro, desprestigiar ante el mundo al movimiento de liberación que encarnaba su marido y mandarla a ella a la cárcel también. Pero no hicieron nada.
¿Por qué? Porque en aquellos tiempos la justicia estaba al servicio del poder y al poder ya no le interesaba que Nelson Mandela, que llevaba 26 años en la cárcel y desde la distancia amaba a su esposa con locura, sufriera más. El gobierno blanco sabía que los días del ‘apartheid’ estaban contados. Altos mandos del Gobierno llevaban dos años conversando en secreto con Mandela cuando desapareció Lolo Sono. Apostaban a que una negociación política con un Mandela liberado les daría la posibilidad de lograr un acuerdo que les permitiría conservar una alta proporción del poder político en manos blancas. Se equivocaron, pero en aquel momento no querían correr el riesgo de someter a Mandela a un disgusto que lo podría radicalizar, o incluso abandonar la negociación por las armas. Por eso protegieron a su mujer del peso de la ley. La pregunta ahora es, ¿por qué en una Sudáfrica plenamente democrática, con un presidente negro, las autoridades han optado por volver a perseguirla? Según una teoría ampliamente difundida en Sudáfrica y avalada por los hechos de los últimos años, porque la justicia sigue estando al servicio del poder. Winnie Mandela no tiene una buena relación con el presidente, Jacob Zuma. En una conferencia en diciembre del año pasado del partido gobernante, el Congreso Nacional Africano, el principal tema sobre la mesa fue la permanencia de Zuma como líder del partido. Ella dio su apoyo a un grupo opuesto a Zuma. El secretario general del partido, leal a Zuma, declaró que la posición adoptada por Winnie Mandela era “peligrosa”. Tres meses después la policía halló en una fosa lo que creía haber sido el cuerpo de Lolo Sono, e inició su investigación.
¿Casualidad o conexión? Aún no se sabe. Ni se sabe si la investigación de la muerte de Sono llegará a las últimas consecuencias o si el Gobierno intervendrá y todo se quedará en una advertencia a la señora Mandela para que se calle. Lo cierto es que si ella no fuera quien es, si no hubiera estado casada con Nelson Mandela, si no hubiera cometido los crímenes que cometió cuando los cometió, hubiera pasado muchos años de su vida en prisión.
Ahí, en prisión, es donde estaba su marido, en la segunda mitad de los años ochenta, cuando ella y su banda de jóvenes matones lanzaron lo que muchos en Soweto llamaban el “reino de terror de los chicos de Winnie”. Aparte de Lolo Sono hubo al menos tres asesinatos más de jóvenes negros claramente cometidos por miembros de la banda. También hubo violaciones, secuestros y asaltos. Un juez dictaminó en 1991 que imaginar que los chicos de la señora Mandela actuarían en tales episodios sin su conocimiento era igual de imposible que imaginar “la obra Hamlet sin el príncipe”. El juez la declaró culpable del secuestro de cuatro jóvenes, de complicidad en posteriores agresiones contra ellos y la condenó a seis años de cárcel. Pero ella recurrió y nunca los cumplió. Un Tribunal de Apelación redujo la condena en 1993 de los seis años a una multa de lo que hoy serían unos 4.000 euros.
Su suerte, mientras se acerca el final de su vida, es que Winnie ya no es capaz de provocarle más disgustos
Pocos dudaban que una vez más el Gobierno, aún blanco en aquel momento, había influido en el poder judicial. Faltaba un año para que se llevaran a cabo las primeras elecciones democráticas de la historia de Sudáfrica y encarcelar a la popular y populista Winnie Mandela suponía demasiado riesgo para la entonces frágil estabilidad del país. Para su fortuna existía en aquellos tiempos la percepción de que una justicia imperfecta era el precio que se tenía que pagar para lograr la transición a la democracia y evitar un baño de sangre. Muchos más fueron perdonados por sus crímenes, especialmente miembros del régimen blanco. La diferencia fue que los crímenes de Winnie Mandela poco tuvieron que ver con política y más con las actividades de una banda mafiosa.
Nelson Mandela, que al principio no quiso creer que la mujer que había sido el amor de su vida era un monstruo, acabó entendiéndolo al final. Durante el juicio de divorcio entre los dos en marzo de 1996, cuando él ya era presidente, su abogado le preguntó si estaría dispuesto a contemplar la posibilidad de reconciliarse con su esposa. “Si el universo entero intentara convencerme de que me reconciliara con ella no lo haría”, contestó. Hoy, una vez más, los fantasmas del pasado de Winnie Mandela han vuelto a despertar. Pero hoy su exmarido, a los 94 años, se entera de muy poco de lo que le rodea. La noticia de que finalmente se ha abierto la investigación por la muerte de Lolo Sono no la habrá podido asimilar. Su suerte, mientras se acerca el final de su vida, es que Winnie ya no es capaz de provocarle más disgustos.
Nelson Mandela, ‘invictus’ en Sudáfrica, no logró la paz en su familia, el sainete ‘La bruja Winnie’ no respeta el ‘crepúsculo’