Adiós, Enrique Metinides, fotógrafo de emergencias, “el hombre que vio demasiado”.
Con su muerte, la noticia inundará las páginas de los diarios, aquellos en los Enrique Metinides, legendario fotógrafo de nota roja, derrochó su talento periodístico en un género que lleva implícito su nombre y apellido.
Para Enrique Metinides (Ciudad de México, 1934) la fotografía es como el cine: un testimonio para el futuro, un pasatiempo que en medio siglo le permitió observar los cambios de la ciudad y sobrevivir a 19 accidentes que le provocaron nueve costillas rotas, un infarto y la caída desde un acantilado. Pero en todo ese tiempo, asegura, fueron las ranas de la suerte y la Virgen de Guadalupe quienes lo cuidaron.
Todo empezó con las películas, reconoce. Entonces vivía en la calle de Vizcaínas y cada domingo iba a los cines de San Juan Letrán para ver las películas policiacas, con las persecuciones, los incendios y las balaceras que tanto le emocionaban.
A los nueve años su papá le regaló una cámara Braun, hecha en la Alemania de los años 30, con la que empezó a fotografiar algunas escenas de sus películas favoritas. Luego decidió caminar por Paseo de la Reforma y la avenida Juárez para retratar la ciudad. Ahí nació el germen que lo llevaría a ser un fotógrafo policiaco.
Para entonces su papá tenía un restaurante en San Cosme, a media cuadra de la séptima delegación, donde a menudo comían desde el ministerio público hasta el juez calificador y los policías. “Un día les enseñé mis fotos y me dijeron que fuera a la delegación para tomar fotos de los detenidos y los muertos.
“Y así comenzó todo”.
Metinides abre un álbum y muestra una fotografía donde aparece un hombre decapitado. En la escena hay un policía que sujeta la cabeza del hombre, mientras el cuerpo yace a un lado. “¡Ah, mira!, fue mi primer muerto”, dice como si acabara de descubrir una reliquia.
“Fue mi primer cadáver y tenía 9 años. Lo mataron y luego pusieron su cuello en la vía del ferrocarril de Buenavista para amputarle la cabeza. Imagínese a un niño tomando esa foto. Sí que me fui acostumbrando pero ésta me dio miedo”, reconoce.
Un año después Metinides estaba en el restaurante de su papá. Cuando llegó un policía y le dijo que corriera al cruce de San Cosme y Altamirano porque un carro se había hecho pedazos. El Niño corrió como si fuera una carrera de obstáculos. Al llegar vio un carro destrozado y empezó a tomar fotos. De pronto llegó un taxi con un fotógrafo de La Prensa y le dijo:
-¡Hey tú!, ¿por qué tomas fotos?
-Ah, las guardo de colección.
-¿Y no vas a la escuela?
-Sí, pero entro a las dos y media.
-¿Y no te gustaría trabajar conmigo? Veme a ver a Humboldt y avenida Juárez. Pide permiso a tus papás y traes tus fotos. No te voy a pagar, pero vas a aprender.
Entonces el niño llegó a casa, juntó sus fotos y al otro día empezó a trabajar. “Nunca pedí permiso. Pero me gustó porque íbamos al Palacio de Lecumberri, donde retrataba presos y conocí a los delincuentes más famosos de la época. También íbamos al Semefo, que antes estaba dentro del Hospital Juárez.