Ciudad de México. El maestro José Solé, fundador de la Compañía Nacional de Teatro y de la Muestra Nacional de la especialidad, falleció la noche del miércoles a los 87 años, así lo informó Eduardo Vázquez M., secretario de Cultura de la Ciudad de México, a través de su cuenta de Twitter.
El trabajo de Solé, Creador Emérito del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca), es un referente de las artes escénicas en México, donde realizó una destacada labor en la promoción del teatro, además de haber dirigido todos los géneros, desde infantil hasta comedia musical, ópera, teatro clásico, tragedia griega o el Siglo de Oro español.
Los títeres guiaron su vocación
En 2008, el maestro Solé, en entrevista con La Jornada, recordó sus primeros contactos con el arte teatral, su juventud y su hoy reconocido trabajo como director.
El joven Solé nació y vivió en Mixcoac, entonces pueblo de la periferia de la Ciudad de México; además de los juegos tradicionales de su época, jugaba a hacer teatro de títeres, fundamental en el desarrollo de su vocación, dice. Realizaba funciones para sus hermanas y amigas.
“Con ese juego aprendí cosas importantes que me han servido hasta la fecha, 70 años después, como el tiempo y el ritmo que hay que dar a un espectáculo, pues por más que a uno le guste una escena, ésta no puede durar media hora.”
Con un abuelo charro, “que sabía hacer de todo” y que le enseñó a pintar y a dibujar, además de un padre arquitecto, “con un gran sentido del humor”, el hecho que reforzó su pasión por el teatro fue cuando a los 10 años pidió a su padre 800 pesos para comprar y agrandar su teatro de títeres. “Mi padre se rio de mí, me dio sólo dos pesos y me dijo que comprara un billete de lotería, ‘y con lo que te saques compras tus títeres’. El caso es que sí me saque la lotería, mil 200 pesos. Aconsejado por mi padre, una parte se la di a mi madre, otra la ahorré y con la última compré todos los títeres que quise.”
Haber reprobado en primaria lo despertó del sueño de seguir jugando con su teatro de títeres. “Iba caminando con mi papá mientras me decía muy serio: ‘los niños que no corresponden a lo que gastan los papás en su educación cometen un robo; no estudiar es un robo y se castiga con la cárcel, así que vamos para adentro’, y le guiñó un ojo al juez; estuve preso como 10 minutos. Mi padre me sacó con la promesa ante el juez de que seguiría estudiando”, rememora Solé con humor.
Otro hecho que marcó al joven Solé la puesta en escena de Cyrano de Bergerac, con Fernando Soler, en Bellas Artes. “Recuerdo la temporada como algo maravilloso.”
En secundaria, Solé creó su grupo de teatro. Su primer actor fue Carlos Ancira, también adolescente en ese entonces. Amigos desde kínder, ingresaron a la recién instituida Escuela de Teatro del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). “No habíamos acabado la secundaria, pero debido a que a esa edad ya habíamos visto mucho teatro nos admitieron.”
Más tarde continuó sus estudios de actuación en París, con una beca que le otorgó el gobierno de Francia. A su regreso, Solé comenzó a estudiar actuación y medicina, de manera paralela. “Iba para médico, pero desde secundaria a la fecha nunca dejé el teatro y sí la otra carrera, un drama en la familia.”
Entre sus maestros recuerda a André Malraux, Clementina Otero, Xavier Villaurrutia, Salvador Novo y Fernando Warner, entre otros, con quienes no sólo aprendió las bases de la profesión, sino la pasión por el teatro.
A lo largo de su amplia trayectoria, entre los diversos cargos que ocupó están el de director de la Escuela Nacional de Arte Teatral del INBA, de la que fue alumno de la primera generación; también fue titular de la Coordinación Nacional de Teatro, e impulsó la Compañía Nacional, encabezada por Luis Gimeno. Solé también se desempeñó como consejero cultural de la embajada de México en la desaparecida Unión Soviética.
Un momento importante para Solé como director fue el movimiento que generó la construcción de varios teatros a cargo del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS).
Entre los creadores que participaron estaban Villaurrutia, Warner, Novo, Seki Sano, Julio Bracho e Ignacio Retes. “Yo era el más joven; para mí fue la gran oportunidad, brindada por Julio Prieto, para hacer teatro de gran formato.”
Su gusto por el teatro clásico se originó por una contingencia; recuerda: “Criticaba mucho cómo se montaba el teatro griego en nuestro país; en cierta ocasión me escogieron para dirigir Romeo y Julieta, pero al regresar de unas vacaciones, durante las que trabajé en el montaje, la obra se la habían dado a otro director. Yo era joven y dramático, así que hice un panchote; lloré, renuncié al IMSS; entonces, Benito Coquet propuso: ‘ya que Solé siempre está criticando, denle una obra importante’, y me dieron Las troyanas, que en principio no me gustó, pero me dijeron que la hiciera con el reparto que yo escogiera, así que llamé a Ofelia Guilmain y Carmen Montejo, entre otras. La puesta fue un éxito y de ahí siempre me llamaron para hacer teatro griego, hasta que me lo acabé.
“Lo que aprendí, y quizá pueda ser cuestionable, es que con los clásicos no hay pierde; las obras han llegado a nuestro tiempo ya peinadas, se le ha quitado toda la basura y han quedado obras perfectas; entonces, en relalidad uno no se arriesga con la obra, más bien es el autor el que arriesga con el director, quien generalmente la despedaza.”
Solé no sólo es director de los clásicos; de hecho, comenzó su trayectoria con obras de autores como Ionesco y Becket.
“Mis primeras obras eran de teatro contemporáneo del momento, pero cuando me dieron clásicos, en lugar de modernizarlos traté de ajustarme al canon primario, de hacerlas como eran originalmente; pero no por el prurito antropológico, sino para de ahí partir a lo contemporáneo.”
La versatilidad creativa del maestro José Solé como director de teatro, escenógrafo y diseñador de vestuario lo ha llevado a hacer cabaret, teatro comercial, zarzuela, ópera, teatro infantil, hasta –como ya se mencionó– teatro contemporáneo y tragedia griega, pasando por los clásicos del Siglo de Oro.
Para Solé “el teatro es un arte que se alimenta de todas las otras artes, entonces se vale todo, pero hay que tratar de hacerlo bien, comprometer el pellejo y el alma, es decir, con pasión y honestidad. El teatro se hace para el público, pero sin concesiones”.
Entre las gratas e ingratas experiencias recordó cuando en una gira, al solicitar junto con el reparto una habitación en un hotel barato en Veracruz, en la recepción el encargado les preguntó que si eran actores. “Cual coro griego contestamos que sí, el encargado entonces nos señaló un letrero que decía: Se prohíbe el hospedaje a toreros y cómicos. La primera actriz salió ofendidísima, pero yo iba –comenta Solé– orgulloso, porque en ese momento sentí que ya estaba dentro de la profesión.
“Me tocó transitar por dos épocas, en su momento, un parteaguas. En mis primeras obras como actor hacíamos un teatro todavía de concha, con apuntador; luego otro, el que conocemos ahora, en el que se deben memorizar los textos. Al principio de aquel cambio algunos críticos decían: ‘con tan buena memoria mejor deberían (ciertos actores) estudiar una carrera más redituable’.”
En su momento como director le tocó también trabajar a partir de la creación colectiva, así como en la época en que se consideraba al director como el creador de todo el montaje, y otra época más reciente, en la revaloración del trabajo del dramaturgo y el actor.
Respeto y miedo al arte
Para Solé, “el director debe oír a todos, pero finalmente hacer lo que ha planeado, y apoyarse en el sentir y las opiniones del reparto”.
Respecto del trabajo con el escenógrafo, dijo: “Yo ya sé lo que quiero antes de hablar con él, aunque luego lo mejora. En algunas obras, como La Orestiada, he hecho el trabajo de dirección, de diseño de escenografía y de vestuario, la música y hasta el cartel”.
Para concluir, Solé hace un paralelismo con el torero Silverio Pérez, quien, dice el creador escénico, “tenía mucho respeto y miedo del toro.
“Me pasa lo mismo –confiesa–; para cada obra que voy a empezar armo mucha bronca, pero en el momento en que me dicen ‘sale’ me da un miedo horrible; me pregunto cómo voy hacerla y pienso que es la obra más difícil de todos los tiempos; cuando sale bien no saben cómo descanso. Por eso, para mí todas las obras son un desafío. Soy una especie de neurótico educado, para que no se me note, y parafraseando a Cocteau, doy gracias a los dioses, porque no existe la policía teatral, ya que de existir, por algunas cosas que he hecho, estaría en la cárcel”.