Nuestro paraíso perdido

José Enrique Velasco

Ad-Ephesios

Nuestro paraíso perdido

Siempre hemos reconocido que nuestro país es recipiente de un gran saber, que somos los afortunados herederos de corrientes culturales llenas de energía vital como la maya y la azteca. Y que muchos mexicanos hoy vivimos directa o indirectamente del legado indígena y para muestra ahí está el creciente turismo antropológico, que además goza de la cocina prehispánica, de los telares oaxaqueños, de los bordados yucatecos o de los tejidos a mano de mujeres chiapanecas.

El tejido de las mujeres indígenas para tejer un revitalizado concepto de nación.

Sin embargo, millones de connacionales no son conscientes de ello o simplemente esta información no les ha llegado porque nuestro más elemental sistema educativo alaba aquellas añejas y distantes grandezas que hoy aparecen ante nosotros como ajenas, tan extrañas, que corremos el riesgo de disociar el esplendor de aquellas culturas con el indígena de hoy.

Estamos en riesgo de perder el valor de una parte esencial de nuestra historia patria, por el precio al que podemos vender Tulum, Chichen Itzá o Tenochtitlán.

Admiramos el mestizaje, por considerarnos parte de él, porque le damos características de modernidad, porque nos identificamos con esa europeización  y desdeñamos el indigenismo a tal punto, que somos considerados como uno de los países más racistas del planeta, según ciertos estándares del Instituto Pew para América Latina. En otras palabras, hablar del proceso educativo mexicano es hacer mención de la sistemática alienación a que ha sido sometido el estudiante.

El término ‘alienación’, sinónimo de enajenación significa “proceso de transformación de la conciencia”, según el Diccionario de la RAE. Ese proceso de transformación se da cuando la educación es deficiente, cuando nos quitan la noción de nuestros derechos, cuando nos alejan de nuestros valores, cuando le sirve a quienes detentan ‘los medios de producción’ –diría Marx- en detrimento de nuestra propia riqueza. Pésima educación masiva, programada para generar la obediencia ciega al amo, la ignorancia, la falta de respuesta y la sujeción.

Este minucioso saqueo de nuestros valores y riquezas, trae aparejada como condición sine qua non la pobreza, la violencia y mayores niveles de enajenación. Círculo de sangre y vicios que hoy padece la sociedad mexicana en su conjunto.

A mitad de este escenario, es refrescante la visita del premio Nobel de Literatura 2008, el francés Jean-Marie Le Clézio, a la Feria Universitaria del Libro organizada por la Universidad Autónoma de Nuevo León en Monterrey. Literaria y políticamente correcto, declinó hablar de la situación mexicana actual, en cambio sí dijo que el fomento a la educación y la cultura no sólo alivian los problemas económicos sino que también ayudan a resolver las dificultades de violencia y desigualdad social que vive México.

“La violencia es una enfermedad de sociedades complejas…, no hay país que sea más violento que otro”. La solución política, económica y cultural está en manos de los mexicanos y aseguró que hay un segmento de la población “ajeno a la cultura, que no sabe leer ni escribir; esa parte está más expuesta a ser víctima de la violencia”.

Considerado “el novelista más leído en Francia”, aprovechó la oportunidad para hablar de nuestro gran poeta –hoy tan desconocido- Alfonso Reyes y señaló que la obra Alfonsina ofrece una buena posibilidad de intercambio, de necesidad de la multiplicidad entre culturas, “que la cultura no sea una sola lengua, pero que todas las lenguas se unan para hacer un río cultural”.

Aseguró que es absurdo que las culturas prehispánicas mexicanas sean consideradas como “exóticas” y que no sean enseñadas en escuelas europeas o norteamericanas ya que estas culturas “pintaron un retrato complejo de la humanidad y casi nunca se menciona la contribución de estas al tesoro de la humanidad”.

Entonces, parece que no solamente Europa o Estados Unidos ven a nuestras culturas ancestrales como un mero ‘mexican curiosity”. Idea colonial acendrada en aquellas y estas mentalidades que se ha colectivizado y que funciona para hacernos creer que la mexicanidad es una ciudadanía de segunda clase.

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