Considerando las condiciones en las que se construyó –sin una planeación arquitectónica especializada, con retrasos y sobreprecio- es mejor contar ya con sus servicios, que seguir careciendo de ellos.
Sin embargo, el nuevo hospital general de Cancún inaugurado el viernes queda chico a las necesidades de la población abierta del norte del estado al que estará dirigido, pero es lo que hay, es lo que dejaron los que se fueron, es lo que pudo rescatar el gobierno de Carlos Joaquín González.
Alejandra Aguirre Crespo, secretaria de Salud estatal, dijo durante la inauguración del inmueble que el hospital entrará en operación en dos meses, una vez que concluyan las adecuaciones que se le realizan.
Las adecuaciones no son menores, pues requieren habilitar importantes áreas de trabajo que no fueron consideradas por los constructores contratados por el gobierno de Roberto Borge, sencillamente porque la obra se entregó a empresas que no saben construir hospitales.
Edificar hospitales implica una amplia especialidad por parte de quienes estén a cargo de la obra. No lo puede construir quien se dedica a redes de drenaje o a hacer carreteras.
Quien tuvo a su cargo la construcción del hospital general de Cancún no sabía nada de nosocomios y por tanto no consideró áreas complementarias que son indispensables.
Ocurrió lo mismo que con el denominado auditorio “del bienestar”, donde no se consideraron bodegas y otras áreas importantes para el funcionamiento del inmueble. Sólo le pusieron gradas, fachada y ya. Se olvidaron de lo demás o no les alcanzó tiempo ni dinero.
Sin embargo, a pesar de las condiciones en que fue entregado, el nuevo hospital por lo menos suplirá en mejores condiciones al viejo inmueble de la supermanzana 65 que cayó en el olvido de las autoridades y lo dejaron en peores condiciones que cualquier nosocomio de algún depauperado país africano.
Mario Villanueva Madrid fue el último gobernador que invirtió en ese hospital, lo amplio y construyó modernos quirófanos. Incluso, fue intervenido quirúrgicamente allí, pero en los siguientes años el lugar quedó en el olvido. Hasta los pasillos quedaron chicos para amontonar a los enfermos en espera de atención.
El gobierno de Roberto Borge decidió cerrarlo como hospital. Ojalá que la administración de Carlos Joaquín cambie esa decisión, porque el inmueble puede y debe ser rescatado, pues cuenta con costoso equipamiento entre sus paredes, muy especializado para hospitales.
Además, es una instalación que renovada complementará los servicios del nuevo hospital que arranca chico.
De acuerdo con la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), México cumple con la norma mínima de contar con una cama de hospital por cada 1,000 habitantes.
Con base en esa norma y considerando que, según se dijo en la inauguración, el nuevo hospital atenderá a una población de 500,000 habitantes, se debería contar con un nosocomio con por lo menos 500 camas y el nuevo, que se planeó en 2010 cuando la población era mucho menor, apenas tiene 180.
Nuevo, sí; imponente, desde luego, pero el pantalón volvió a quedar corto.
Platea
Carlos Joaquín dijo que hay más pendientes en materia de salud que son urgentes atender, con el fin de combatir el rezago que hay en esa materia. Sin duda, la labor será titánica y no admite desfallecimientos o desánimo.