Las elecciones están cada día más cerca pero los candidatos están cada día más lejos. Se pñiensa en el hoy pero no en el mañana. Es importante lo que sucederá el domingo cinco de junio, pero hay que pensar también en el lunes seis. Al amanecer del lunes seis ya se sabrá con certeza el nombre del próximo gobernador y quizá de la mayoría de los nuevos ayuntamientos y de los futuros diputados locales. Y comenzará un nuevo tiempo para Quintana Roo.
Pero este nuevo tiempo no debe tener el signo de la fractura ni de la división. Parece que el tono de los discursos ya no es el de las propuestas sino el de los improperios y el de las imputaciones y las imprecaciones. Ya Carlos Fuentes, en La región más transparente, escribió: “En México no hay tragedia: todo se vuelve afrenta”.
Y es cuando menos patético que la política, que es o debe ser el escenario de los acuerdos y de los debates civilizados, se convierta en el territorio de la afrenta.
Fernando Savater, el reconocido filósofo español que todos deberían leer, en El valor de elegir, escribe:
“Preguntarse por la libertad es hacerlo a la razón y al corazón de nuestra vida. Reconocer el valor de ser, sentirse y vivir libre es reconocerse como humano y por ello aceptar el compromiso feliz e inexcusable del esfuerzo continuado. Una tarea para toda la vida. Es el temas de este libro. Para empezar, ingenuamente, puede plantearse así: Es una incitación a continuar pensando y repensando. La filosofía nunca es para mí la cancelación definitiva que nos permite salir de dudas sino el acicate que nos arroja a ellas, permitiéndonos vivir con dignidad inteligente en la ausencia de certidumbres absolutas”.
Los candidatos no pueden apostarle al caos. Sería una terrible decisión. La confrontación debería ser de ideas y de proyectos distintos para que la ciudadanía las confronte y elija la opción con la que mejor se identifique.
Después de las elecciones el paisaje no debe ser el de una guerra, sino de un ejercicio democrático. El que gane debe reconocer el valor de los que no fueron favorecidos en las urnas. Y el que perdió debe reconocer la victoria del que haya ganado. Así debería ser en un sistema democrático.
Si sigue, como parece que seguirá la guerra de lodo, después de las elecciones habrá un paisaje de heridos. Y una sociedad dividida no es fácil de gobernar. Ojalá acabe la guerra.
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