El extremismo religioso planea sobre el Sudeste Asiático, donde permanecen enquistados enconos antiguos y han surgido nuevos focos de tensión entre los dos credos mayoritarios, islam y budismo.
Desde su llegada en el siglo 13 a través de intercambios comerciales, el islam no ha dejado de ganar terreno hasta convertirse en la primera religión del subcontinente, en el que lo profesa más del 65 por ciento de sus habitantes.
La expansión islámica se ha producido en detrimento del budismo, cuyos seguidores solo suponen en la actualidad menos del 30 por ciento de la población cuando ha sido la creencia religiosa en que la región cimentó su identidad histórica.
Pese a esa inversión proselitista y excepto en Myanmar -donde el viejo recelo de la mayoría budista local desembocó en la marginación de la minoría islámica-, ambas comunidades habían mantenido en general una relación de coexistencia.
“El panorama comenzó a cambiar hace unos diez años, con la llegada de la corriente salafista en sustitución de la sufí en el islam que se practica en el Sudeste Asiático”, relata Archan Saki, experto del Instituto de Estudios por la Paz.
“Desde entonces se ha producido una división entre budistas y musulmanes que puede derivar en un conflicto”, dijo el académico, hijo del gran mufti Aziz Phitakkumpon, considerado la máxima autoridad islámica de Tailandia.
El estudioso musulmán contrapuso el carácter tolerante del sufismo, la corriente islámica que tradicionalmente predominaba en el Sudeste Asiático, y el carácter excluyente del salafismo, importado recientemente de Medio Oriente.
Al académico no le extraña que, con esas coordinadas, el salafista autonombrado Estado Islámico (EI) se haya fijado como objetivo crear un califato regional en Indonesia -el país islámico más poblado-, que dependa del que ha establecido en Irak y Siria.
“La idea no es nueva, el Estado Islámico ya la ha planteado en otras partes del mundo”, recordó Saki.
La situación difiere en cada país de la región; el riesgo de enfrentamiento en Laos es actualmente nulo por la casi ausencia de musulmanes, mientras que en Camboya es reducido por el desequilibrio abrumador entre la mayoría budista y la minoría islámica.
Filipinas es un caso aparte; en Mindanao y otras islas sureñas operan milicias musulmanas como las del Frente Moro de Liberación Islámica (MILF) y el grupo yihadista Abu Sayyaf, pero luchan contra un poder político en manos de cristianos.
Las rebeliones armadas musulmanas se enmarcan desde hace décadas en reclamaciones y litigios territoriales en Filipinas, como también lo hacen las que persisten en Tailandia, que es el otro escenario regional de una insurgencia islámica.
La novedad en Tailandia es la aparición en este siglo de focos radicales budistas.
El Centro para la Protección del Budismo en Tailandia (BPCT) se creó en 2001 como reacción a la cada vez mayor presencia social, económica y política de la comunidad musulmana, que tiene su versión armada en el sur del país.
En esa área se encuentran Pattani, Yala y Narathiwat, donde el Frente Revolucionario Nacional (BRN) y la Organización para la Liberación Unida de Patani (PULO) combaten por el autogobierno o la incorporación de esas provincias en la vecina e islámica Malasia.
Una de las voces más extremistas del budismo local, el fundador del BPCT, el monje Phra Thepvisutthikawee, mantiene que ese activismo armado se ha visto acompañado en los últimos años de una penetración musulmana en todos los estamentos de la sociedad.
El clérigo afirma que esa penetración se inició a fines del siglo 20, y aseguró que anticipa una próxima mayoría islámica.
“El crecimiento natural entre los budistas es menor que entre los musulmanes, que tienen todos los hijos que les manda su dios”, explica.
El 90 por ciento de los tailandeses son budistas frente a casi un 10 por ciento de musulmanes.
“(Pero) en 50 años el budismo será minoritario en este país”, auguró Thepvisutthikawee, que forma parte de quienes piensan que la demografía es el arma del futuro.
Agencias