El Atlante se ha dedicado a cosechar lo que ha sembrado en los últimos años. Un equipo abandonado que se encomendó a todos los santos para poder respirar más de lo que su estado de salud hubiera permitido imaginar. Siempre hizo más con menos. Se apretó el cinturón y funcionó la estrategia, pero intentaron hacer de aquella maravillosa excepción que terminó con título de por medio, un modus vivendi.
Pero los milagros no tienen segundas o terceras partes. Nadie le resta mérito con aquel campeonato, pero ellos mismos saben que la fórmula era irrepetible. Muchas manos, muchas cabezas y pocos resultados.
Lo del fin de semana sólo confirmó la grave depresión anímica y futbolística por la que atraviesa el equipo.
Pocas cosas son casuales en el futbol, más aún cuando no hay planeación de por medio. Ridículo escuchar que los siete goles recibidos forman parte de un accidente, de una mera anécdota. Tan escandalosa cantidad de goles es el resultado de un enfrentamiento entre dos equipos con rutinas de vida diametralmente opuestas.
Y sí, pobre Atlante. Un equipo que a pesar de todo mantiene una afición de años que recuerda con melancolía cuando los 11 de adentro verdaderamente representaban al pueblo. Hoy, no hay pueblo que exista. Atlante vive en el país del nunca jamás. Pensó ser protagonista de la Historia sin fin, pero su fin está más cerca que nunca.
http://www.excelsior.com.mx/opinion/miguel-gurwitz/2013/10/01/921185