A fines de 1989, cuando era demolido el Muro de Berlín, un líder empresarial me dijo que llegarían tiempos en los que se desvanecerían las fronteras ideológicas.
Y esos tiempos los estamos viviendo justo ahora, cuando ha llegado a niveles nunca antes visto el transfugismo político en México.
No es que no existiera antes, pero ahora es cuando se da sin el mínimo recato, atendiendo más a cuestiones del interés personal de políticas y políticos, que de pronto quedan en el lugar equivocado y buscan corregir su rumbo.
En las últimas semanas hemos visto cómo varias personas abandonan los partidos donde se formaron y obtuvieron beneficios, para aterrizar en las agrupaciones de la Cuarta Transformación, en primer lugar en MORENA y en segundo lugar en el Verde.
Recientemente, un grupo de ex gobernadores y legisladores federales del PRI, que le deben todo a la estructura de ese partido, anunció la conformación de un grupo para vincularse a Claudia Sheinbaum, la virtual candidata presidencial de MORENA. Argumentaron que se iban a MORENA por amor al país. ¿Y a poco no sintieron el mismo amor cuando se formaron e hicieron carrera política en el PRI o en el PAN? Es solo la justificación de su oportunismo.
En Quintana Roo ha pasado en los últimos años y hace apenas unos días la diputada Alicia Tapia anunció su salida del PT y su llegada al Verde, partido que desde el inicio de la actual legislatura buscó pepenar entre los legisladores electos para engordar sus filas y tener el control del Congreso del Estado.
Este transfugismo político revela una carencia flagrante de congruencia y respeto hacia quienes depositaron su confianza en estos personajes. Es todo un fraude.
Aunque existen excepciones, la mayoría de los tránsfugas no muestra el mínimo compromiso con sus principios ni el respeto debido a quienes votaron por ellos.
La política, en lugar de evolucionar, se ha convertido en un chiste, una politiquería, como dice el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Así, los partidos que reciben a los tránsfugas acumulan fuerza política de manera artificial, al margen de la legitimidad que otorgan las urnas, sin importar si hay choques ideológicos, sin importar las consecuencias a largo plazo.
El tránsfuga de hoy, obsesionado con ganar terreno en el juego político actual, podría encontrarse mañana elogiando un paraíso que antes tildaba de infierno.
Este cambio oportunista revela la falta de convicciones y la disposición a morderse la lengua cada vez que critica el pasado del cual formaba parte.
Es un indicio de la decadencia moral que permea en la política actual.
La traición a los ideales, en caso que los haya, así como a los electores se ha vuelto moneda corriente, desdibujando la línea entre la responsabilidad pública y la conveniencia personal.
En tiempos en que la confianza ciudadana en la política se desvanece, el tránsfuga político contribuye a socavar aún más los cimientos de la democracia, dejando en entredicho la integridad de quienes deberían ser los defensores de los intereses del pueblo.
Y luego andan buscando las causas del abstencionismo. Es tiempo de reflexionar sobre la ética en la política y demandar una mayor responsabilidad de aquellos que eligen el camino del oportunismo y la traición.
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