Pone el #COVID19 “una lupa” sobre el medio ambiente

Un trazo de nubes alargadas que repentinamente aparece en medio del cielo se convierte en la huella instantánea del vuelo de un avión. Es un espectáculo atractivo; sin embargo, su costo es alto. Son las llamadas estelas de condensación, creadas con el vapor de agua que se genera alrededor de los gases emitidos por las aeronaves en vuelo. Los cristales de agua que albergan en su interior estas nubes son capaces de atrapar el calor y contribuir en gran medida al calentamiento atmosférico.

¿Cómo se relaciona el Covid-19 con estas blancas estelas que pintan el cielo de manera imperfecta? El punto de unión entre un terrenal virus y este subproducto de los aviones parecería poco probable, pero los científicos de la NASA encontraron una conexión afortunada para generar uno de sus proyectos de estudio.

William Smith y Dave Duda, investigadores del Centro de Investigación Langley de la NASA en Hampton, Virginia, han estudiado estos fenómenos de condensación desde hace más de 20 años, pero la baja en la actividad aérea por la pandemia brindó una nueva ventana de acercamiento a este fenómeno.

De 100 HASTA 35 mil kilómetros de altitud orbitan los satélites artificiales de la Tierra.

Con las reducciones de viajes aéreos se han generado menos estelas de condensación, así que los investigadores han podido contrastar el fenómeno mediante información recabada antes de la pandemia contra datos de la temporada de mayores restricciones de vuelos en el mundo.

Máquinas de nubes 

Las estelas de condensación son un tipo de nube que se forma en altitudes elevadas, donde hace suficiente frío para producirlas, al menos -39 ° C. A esa temperatura, el vapor de agua se congela en pequeñas partículas, pero cuando el fenómeno involucra partículas del escape de un avión, la nube se alarga y estrecha, por lo que se clasifica como una estela. El proyecto comandado por Smith y Duda se ha centrado en cuantificar cuántas estelas de este tipo se producen para estimar en qué grado podrían contribuir realmente al cambio climático.

Lo que observaron a través de años de estudio fue que estas nubes de manufactura humana tenían un efecto incluso más perjudicial que el dióxido de carbono que emiten los aviones. Las circunstancias globales ofrecen un momento histórico idóneo para comprobar su teoría. Las imágenes satelitales, ese entramado de grises y blancos que se convierte en representación visual de la información capturada por sensores en satélites artificiales, contienen pistas únicas. Satélites como el GOES-16 muestran el rastro de estas estelas de vapor.

Los investigadores utilizan MODIS para determinar las propiedades ópticas de las estelas y comprender mejor cómo reflejan la luz solar y atrapan la energía. Este instrumento capta datos en diferentes franjas espectrales de longitudes de onda para cartografiar el planeta. El corredor entre EU y México es uno de los más transitados en el mundo por el tráfico aéreo; sin embargo, hay temporadas y rutas que favorecen estas formaciones.

La atmósfera debe ser lo suficientemente fría y húmeda, por eso hay más estelas durante el invierno. El objetivo de los investigadores es fortalecer la comprensión de cómo y cuándo se forman las estelas de condensación; esto podría ayudar a generar información sobre las rutas ideales para volar aviones con la posibilidad de reducir sus efectos de calentamiento con ajustes ocasionales en altitud de vuelo o trayectorias, como lo hacen las aerolíneas para evitar turbulencias.

Un proyecto global

Las imágenes captadas por los satélites se están desmenuzando para conocer el impacto de la actividad humana en muchos aspectos. La División de Ciencias de la Tierra de la NASA gestiona proyectos que encuentran nuevas formas de utilizar los datos de observación de la Tierra para comprender mejor los impactos ambientales, económicos y sociales de la pandemia y encontrar nuevas herramientas para intentar minimizar el desgaste de los ecosistemas con o sin Covid-19.

Otro de estos proyectos tiene que ver con el estudio de los arrecifes. Robert Griffin, profesor de la Universidad de Alabama en Huntsville, trabaja en un proyecto de la NASA para estudiar la Barrera de Coral de Belice, la segunda más grande del mundo después de la Gran Barrera de Coral de Australia. Este investigador ha señalado que la pandemia creó una oportunidad única para comprender de mejor forma cómo los contaminantes urbanos afectan la calidad del agua y la salud de los arrecifes de coral.

VIIRS, un radiómetro de exploración, está siendo de gran utilidad en la investigación de Griffin. Este instrumento satelital capta imágenes visibles e infrarrojas. También realiza mediciones radiométricas de la atmósfera, la criósfera y los océanos. Los datos de VIIRS permiten observar y estudiar variables clave relacionadas con el tiempo y el cambio climático, como propiedades de las nubes, color del océano, la temperatura de la superficie terrestre y del mar.

1959 AÑO en que fue captada la primera imagen satelital de la Tierra

Este arrecife es uno de los ecosistemas con mayor biodiversidad del Atlántico, donde se albergan muchas de las tortugas en peligro de extinción en el mundo. El equipo de Griffin está trabajando con funcionarios de Belice para ayudar a crear una guía de desarrollo marino para los próximos cinco años.

Recientemente, el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) presentó su Informe Planeta Vivo 2020, donde precisamente se hablaba de que las poblaciones de vida silvestre han disminuido en el mundo dos tercios en los últimos cincuenta años, pero en América Latina el porcentaje es aún más alarmante. En la decimotercera edición de este informe bianual se subraya cómo la principal causa de la drástica disminución en las poblaciones de especies es la pérdida y degradación del hábitat.

Estos impactos en la vida silvestre hacen eco en la salud humana y en cada uno de los aspectos de nuestras vidas.

En otro de los proyectos apoyados por la NASA, Pablo Méndez-Lázaro, profesor de la Universidad de Puerto Rico en San Juan, investiga en qué forma el polvo africano estacional, también conocido como “Polvo del Sahara”, que viaja al Caribe entre mayo y agosto tuvo un impacto significativo en la salud y la mortalidad asociadas con el SARS-CoV-2. El polvo que viaja desde el desierto a través del Océano Atlántico contiene microorganismos que pueden estar relacionados con diversas enfermedades infecciosas.

Riqueza Natural La Barrera de Coral de Belice es la segunda más grande del mundo después de la Gran Barrera de Coral de Australia

El catedrático del Departamento de Salud Ambiental y su equipo están trabajando con epidemiólogos para poner una lupa sobre el fenómeno actual, pero en realidad buscan conocer de manera más amplia cómo este fenómeno puede afectar la salud pública relacionada con diversas enfermedades.

El equipo está utilizando VIIRS para medir aerosoles en la atmósfera, pero también emplea MODIS y el Sistema de Monitoreo Atmosférico Copernicus de la Comisión Europea.

Los satélites y su instrumental siguen de cerca otros fenómenos como el desarrollo de los cultivos, el tráfico vehícular, los incendios y las concentraciones de contaminantes en la atmósfera. Los investigadores encontraron en la pandemia un parteaguas que está mostrando pruebas más contundentes de lo que pasa con los altibajos en las actividades humanas y que puso una lupa en las muestras de deterioro que tienen los ecosistemas.

En la presentación del mencionado reporte ambiental de la WWF se consignaba que las cinco principales amenazas para nuestro bienestar son ambientales. El Covid, como una muestra del avance de las enfermedades emergentes por la invasión de los ambientes naturales, es una muestra de esto; pero paradójicamente también se ha convertido en una oportunidad de visualizar las cosas con más claridad, tal como lo hacen los satélites desde el espacio.

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