¿Se puede recibir la segunda dosis de la vacuna del covid-19 más tarde de lo recomendado inicialmente? ¿Podrían administrarse medias dosis? ¿Y utilizar una vacuna diferente entre la primera y la segunda dosis, es igual de eficaz?
Los gobiernos de todo el mundo se enfrentan ahora a estas preguntas ante una epidemia devastadora y la aparición de variantes del coronavirus al parecer más contagiosas.
Las autoridades británicas marcaron la pauta al anunciar que retrasarían la administración de la segunda dosis de las vacunas hasta tres meses después de la primera, bastante más de las tres o cuatro semanas recomendadas.
El objetivo es lograr que más personas reciban una inyección lo antes posible, incluso si el nivel de protección es menor que el adquirido tras recibir ambas dosis.
La Organización Mundial de la Salud apoyó la posición británica el martes, estimando que la segunda inyección podría retrasarse unas semanas “en circunstancias excepcionales de contextos epidemiológicos y limitaciones de suministro”.
Y en caso de que la vacuna utilizada para la primera dosis ya no esté disponible para la segunda, las autoridades británicas también autorizaron la administración de una vacuna diferente.
Estados Unidos, por el contrario, ha adoptado una línea mucho más prudente.
El lunes por la noche, el director de la agencia de medicamentos (FDA), Stephen Hahn, dijo que se trataba de “preguntas razonables para considerar y evaluar”, pero que tomar una decisión de ese tipo era “prematuro” y “no sustentado sólidamente en la evidencia disponible”.
Ligeros cambios
El debate ha dejado en evidencia las divisiones entre los expertos, pues destacados científicos se han posicionado en lugares opuestos.
Idealmente, las políticas públicas deberían aferrarse a lo que se ha demostrado en los ensayos clínicos. Pero con una epidemia que amenaza con descontrolarse, para algunos la situación está lejos de ser ideal.
“No elegimos tres semanas para (la vacuna) Pfizer o cuatro semanas para Moderna porque pensáramos que es perfecto”, dijo a la AFP Howard Forman, experto en salud pública de la Universidad de Yale.
Estima, no obstante, que retrasar la segunda dosis, considerada crucial para la protección a largo plazo, solo debe hacerse con personas menores de 65 años y sin riesgos específicos.
Estados Unidos había fijado el objetivo de personas vacunadas en 20 millones para fines de diciembre, pero al 4 de enero solo 4,8 millones habían recibido una primera inyección.
El país, al igual que el Reino Unido, ha cubierto alrededor del 1,4% de su población. Europa está muy por detrás, mientras que Israel está en el 13,5%.
Último recurso
Las vacunas de Pfizer/BioNTech y Moderna tienen aproximadamente un 95% de efectividad después de la segunda dosis. La de Moderna en particular mostró un alto nivel de efectividad después de la primera dosis, alrededor del 90%, una cifra que, sin embargo, debe tratarse con precaución porque se basa en una muestra pequeña.
Para Saad Omer, director del Instituto de Salud de Yale, un cambio de estrategia solo está justificado en países donde la oferta es escasa.
En Estados Unidos, donde ya se han distribuido 17 millones de dosis a los estados, la prioridad es administrar estas dosis ya disponibles, dijo.
En cuanto a inyectar una vacuna diferente entre una y otra dosis, para la inmunóloga Akiko Iwasaki podría funcionar en teoría, pero los expertos coinciden en que requiere más investigación y no debería hacerse por ahora salvo como último recurso.
Una forma de contar con mayor información podría ser combinar los resultados de varios estudios ya realizados para determinar qué umbral de anticuerpos resulta eficaz para la protección contra el covid-19, estiman Saad Omer y Natalie Dean, bioestadística de la Universidad de Florida.
Y luego hacer ensayos más pequeños para determinar qué dosis de vacuna alcanza ese nivel.
Se está llevando a cabo un estudio de este tipo para determinar si la inyección de medias dosis de la vacuna de Moderna proporciona la misma protección que las dosis completas, según John Mascola, de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos (NIH), citado por el New York Times.
Pero una preocupación atormenta a la científica Natalie Dean: que estos cambios están contribuyendo a alimentar la desconfianza del público hacia las vacunas. Según ella, cualquier modificación debe seguir, por tanto, el mismo protocolo de autorización que se utiliza para aprobar vacunas urgentes.