Si bien el estrés figura desde hace tiempo en la lista de factores que aumentan las chances de sufrir un infarto, ahora científicos descubrieron por qué ocurre esto. Una mayor actividad en la amígdala, zona de los lóbulos temporales que procesa las emociones, sería la causante, según investigadores de la Universidad de Harvard, en Estados Unidos. A esa conclusión llegaron a partir de dos estudios realizados sobre más de 300 personas, que fueron publicados en la revista médica británica The Lancet. Cardiólogos argentinos aseguraron a Clarín que se trata de un avance significativo.
Hasta el momento, se sabía que el estrés podía generar un exceso de algunas hormonas, como la adrenalina, y que esto dañaba el aparato cardiovascular. Sin embargo, no se contaba con detalles sobre el modo en el que se daba ni las partes del organismo implicadas. Los nuevos análisis realizados indican que es la amígdala la que, cuando incrementa su actividad, envía señales a la médula ósea para producir más glóbulos blancos. Estos últimos actúan sobre las arterias provocando su inflamación y causando ataques cardíacos o apoplejías.
“Nuestros resultados aportan una revelación única de cómo el estrés puede llevar a enfermedades cardiovasculares”, expresó al respecto el autor de la investigación, Ahmed Tawakol, quien equiparó los efectos esta afección con los del tabaco o la presión alta.
El hallazgo está respaldado por dos trabajos. Uno de ellos se basó en una evaluación del cerebro, la médula ósea, el bazo y las arterias efectuado a 293 personas. La revisión se extendió durante casi cuatros años. En ese tiempo, 22 pacientes sufrieron algún trastorno cardiovascular y fue en ese contexto que detectaron que todos tenían en común un mayor ejercicio de la amígdala. En el otro estudio se observó la conexión entre el estrés y la inflamación corporal, y otra vez se notó un aumento en la actividad de esta parte del cerebro en los estresados. Los especialistas remarcaron de la segunda investigación, en la que fueron analizadas 13 personas, que los que tenían más estrés, también presentaban más movimiento en la amígdala y más hinchazón en las arterias y la sangre.
“Esa zona del cerebro se conoce como la de la recompensa. Es la que normalmente se activa con el placer: cuando uno tiene relaciones sexuales, come golosinas o consume drogas. Esta investigación sorprende porque, por primera vez, se asocia la amígdala con consecuencias negativas para el aparato cardiovascular”, dice el médico Jorge Lerman, expresidente de la Sociedad Argentina de Cardiología y la Fundación Cardiológica Argentina. El cardiólogo, que es profesor de la UBA, señala que los adelantos en la materia es clave ya que “el estrés es uno de los factores de riesgo más difíciles de combatir porque en gran medida no depende de la persona y no hay medicación para tratarla”.
Para Domingo Turri, director del Centro de Prevención Cardiovascular del Hospital Universitario Austral, el avance de esta investigación radica en que se le da “sustento fisiopatológico al vínculo entre estrés y enfermedad cardiovascular: es decir que se especifican los mecanismos reales por los cuales el organismo empieza a fallar”. El experto aclara que existen dos tipos de estrés asociados al desarrollo de la aterosclerosis (endurecimiento de los vasos sanguíneos). “El primero se conoce como el de la humillación. Y se da cuando la persona sufre defraudaciones o pérdidas sentimentales o económicas. La segunda se registra cuando la persona vive situaciones de hostilidad o agresión ya sea en el ámbito laboral o en la casa”, agrega Turri.
Según Norberto Debbag, cardiólogo y deportólogo, los resultados de este trabajo deben considerarse un “gran primer paso” que seguramente requerirá más investigaciones. Mientras tanto, afirma que hay que continuar trabajando para vencer el estrés “con psicoterapia, que sirva de apoyo para abordar los problemas de la mejor forma posible y tener control mental; y con actividad física”. Por último, señala que otra buena estrategia para disminuir el riesgo cardiovascular es llevar una vida saludable para prevenir otros factores de riesgo, tales como el sedentarismo, la obesidad, el tabaquismo, la hipertensión y el colesterol alto.