El municipio de Othón P. Blanco ya es el nuevo epicentro del coronavirus en Quintana Roo.
No solo concentra casi el 36% de los casos activos en las últimas dos semanas, no solo supera ya en casi un 20% a los casos acumulados en Solidaridad, que ocupó el segundo lugar en contagios durante tres meses, sino que registra la mayor tasa de incidencia del estado por cada 100,000 habitantes.
En el boletín técnico diario de la Secretaría de Salud de este jueves, que dicho sea de paso está mucho más preciso y claro en la información que proporciona, se desprende que en el municipio capitalino hay casi 67 contagios activos por cada 100,000 habitantes.
Casi duplica la tasa de incidencia que se registra en Cancún, donde hay poco más de 34 activos por cada 100,000 habitantes.
Y por lo menos yo no entiendo qué fue lo que pasó en Chetumal, sobre todo porque fue la primera ciudad que adoptó estrictas medidas de aislamiento. Desde abril nadie que no fuera residente de la capital podía entrar.
Ciertamente, conforme pasaron las semanas los chetumaleños se confiaron, creyeron que ya había pasado lo peor. Fue un error.
De alguna manera eso mismo ocurrió en todo el estado y por eso hubo un repunte importante, que el martes llevaron al gobernador Carlos Joaquín a lanzar advertencias hacia un nutrido sector de la población que ha pecado de irresponsabilidad.
La manera en que Quintana Roo camina sobre dos carriles o sobre dos pistas, una para reactivar su economía y otra para controlar la pandemia, es observada a nivel internacional por la importancia que tiene el Caribe Mexicano en la industria turística internacional.
Con mucha razón medios franceses hablan del dilema de sacrificar la salud por la economía.
Es la ecuación imposible entre conservar y volver a impulsar el turismo de masas y la lucha contra el coronavirus.
Indudablemente se tiene que caminar con mucho cuidado esas pistas calientes. La economía, la sociedad no pueden esperar más tiempo a que se tenga control absoluto de la pandemia para volver a las actividades productivas a las que estamos acostumbrados.
Si la debacle económica continúa, surgirá peor: una crisis social que será mucho más difícil de controlar. El hambre puede generar en casos y por eso los gobiernos y los empresarios decidieron empezar a permitir la reactivación gradual de las actividades productivas.
Pero la válvula tiene que abrirse poco a poco. Se debe actuar como lo hacen los ingenieros de sonido que van ecualizando los hertz, bajando por aquí, mediando por allá, subiendo un poco en otro lado.
Sin duda, ya lo vimos, esta el riesgo de que en el proceso hayan más contagios y, lamentablemente, más fallecimientos, pero por eso debe apelarse a la responsabilidad de todos. Desde luego, en muchos hay desesperación, pero sucumbir a ella sería lo peor.
Hay que apaciguar la desesperación con un poco de paciencia, para que en la medida de lo posible nos podamos acerca a resolver aunque sea de manera aproximada esa ecuación imposible, reactivar nuestra economía y controlar exitosamente al coronavirus.
Responsabilidad es la clave.
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