Hace 12 meses un PRI renovado, con caras nuevas, con un promedio de edad por debajo de los 40 años, recuperó la presidencia de la República, luego de que el PAN la tuvo durante dos sexenios.
En las recientes elecciones locales, ese mismo PRI postuló una mezcla de candidatos jóvenes, pero curtidos, experimentados en la tarea de gobierno, como Mauricio Góngora y Fredy Marrufo, y militantes que apenas empiezan sus carreras políticas y que irán aprendiendo de quienes forjaron la mayor parte de su historial fuera del PRI hegemónico que se acabó en los 90.
En contraste, en su mal llamada alianza de facto, perredistas y panistas postularon a los mismos de siempre. De pronto tanto el PRD como el PAN se convirtieron en la sucursal del parque jurásico. De hecho, sus dirigentes, los propios candidatos, estaban tan conscientes de ello, que prefirieron ya no tachar de dinosaurios a los priistas.
Como en muchas otras cosas, los perredistas y panistas se quedaron sin argumentos, sin balas en sus fusiles de saliva. Hicieron a un lado a sus jóvenes, a sus caras nuevas y le apostaron a las “vacas sagradas”, aquellas a las que han reciclado en las últimas seis elecciones locales y federales.
Esas figuras ajadas, muy vistas, nunca han sido capaces por sí solas de liderar proyectos exitosos y quedó demostrado hace dos semanas, cuando salieron son su domingo siete.
Los éxitos del PRD-PAN siempre han estado ligados a figuras que logran cautivar al electorado. Cuando más y mejores posiciones han logrado en el Congreso y los Ayuntamientos ha sido gracias a Gastón Alegre López, Juan Ignacio García Zalvidea y Gregorio Sánchez, ninguno de ellos perredistas en el momento en que fueron postulados como candidatos. El propio Julián Ricalde ganó la presidencia municipal en gran medida por la influencia de su antecesor.
Ahora, sin un Gastón, “Chacho” o “Greg” a quien venderle la franquicia, con sus jóvenes arrinconados y las “vacas sagradas”, las de siempre, en el confort de las posiciones que lograron negociar mucho antes de la elección para colocarse en posiciones de privilegio que les permita acceder por la vía plurinominal a los cabildos y al Congreso, perredistas y panistas no tienen un futuro halagüeño en los próximos seis años.
Y esas son pésimas noticias para ellos, pero también son malas para la sociedad que se queda sin opciones y malas para los priistas, porque la competencia siempre obliga a la mejora continua y hoy están sin ese retrovisor, sin los espejos laterales por los cuales puedan verificar constantemente que van por el camino correcto.
Los perredistas debieron optar en este proceso electoral por el cambio generacional. No aprendieron la lección que en ese sentido les dio el PRI y de golpe y porrazo se convirtieron en los nuevos dinosaurios.