Julio César Silva Cetina
El triunfo de Lula Da Silva en las elecciones presidenciales de Brasil es ejemplar, porque demuestra un profundo pragmatismo por parte de los votantes.
La opinión pública brasileña todavía no le persona a Lula los actos de corrupción cometidos en sus dos períodos presidenciales y además lo hace responsable de los errores de Dilma Ruself a quien patrocinó como sucesora.
Pero con todo y ello, los brasileños apostaron por volver a encumbrarlo en la presidencia motivados más por el miedo a una escalada autoritaria de Jair Bolsonaro, que por creer que Lula sea la solución a sus problemas, con todo y que es considerado la figura más relevante de la izquierda latinoamericana de la historia reciente.
En los hechos, la victoria de Lula es más una respuesta al miedo combinado con la capacidad del hoy candidato triunfador de convencer a antiguos críticos y rivales políticos para que olvidaran enemistades, hicieran a un lado egos y le acompañaran en una misión vital: salvar la democracia y las instituciones brasileñas.
Desde que asumió la presidencia brasileña hace casi cuatro años, Bolsonaro polarizó al país, como lo ha hecho Andrés Manuel López Obrador en México.
Hizo que soplen vientos de autoritarismo.
Como López Obrador, Bolsonaro se apoyó en las Fuerzas Armadas. A sus integrantes les entregó puestos clave del Gobierno como el Ministerio de Salud y se dedicó también a socavar el sistema electoral brasileño, de modo tal que las elecciones se convirtieron en dura prueba para una de las mayores democracias del mundo.
Siendo contextos similares, Brasil debe significar para México una especie de laboratorio.
No hay duda de que los brasileños han enseñado el camino que debemos seguir los mexicanos rumbo a la renovación presidencial de 2024.
Habrá que construir, como lo hicieron los brasileños, un gran movimiento democrático por encima de los partidos políticos, de los intereses personales y de las ideologías.
Pero para lograrlo hay varios retos que superar.
El primero que la llamada sociedad civil se organice y encuentre eco entre los líderes de lo que queda de la oposición mexicana.
Aquí no caben alitos o cosas similares.
Lo segundo es estructurar un proyecto de nación sólido, que dicte con precisión el rumbo que tome deba tomar el país a partir de 2024.
Tercero, encontrar al Lula mexicano y quizá aquí esté el mayor de los retos, porque lo que han demostrado los opositores en México es que tienen una cola muuuy larga, que les pueden pisar fácilmente.
Y no es que Lula no la tuviera. Ya dijimos que su historial de corrupción todavía sigue sin ser perdonado, pero los tribunales brasileños cometieron errores y lo dejaron libre, sin exhonerarlo, pero habilitado para competir por la Presidencia.
Aún con su autoritarismo, Bolsonaro no lo persiguió judicialmente, no aprovechó sus antecedentes para sacarlo de la competencia electoral, pero López Obrador tiene un estilo más parecido al del nicaragüense Daniel Ortega y, como hace el centroamericano, el tabasqueño suele aprovecharse de que la justicia es ciega para al menos hacer de sus adversarios políticos, sus incondicionales.
Por lo pronto no hay ningún Lula mexicano a la vista, pero tampoco se ve a una oposición activa. Más bien está distraída en las bombas de humo que le mandan desde Palacio Nacional.
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