Se convierte en todo un clásico el comic Logan

Los fans de Wolverine pueden dormir tranquilos. James Mangold ha hecho un cierre digno y la única película rescatable de –acaso– la trilogía más irregular basada en un comic. Irregular y muy inmerecida, teniendo en cuenta el personaje tan popular y la estrella de cine que lo encarnó todos estos años. De eso, a que Logan sea una de las joyas en la corona de Marvel, es un tema que tendremos que discutir.

Es el año 2029 y los mutantes están al borde de la extinción a causa de un virus creado por el proyecto Transigen. Este declive en la genética mutante ha hecho que Logan empiece a envejecer y se adapte a esa vulnerabilidad buscando un trabajo ordinario. Ahora es chofer de limosinas y vive en una planta fundidora abandonada, junto a otro mutante llamado Caliban (Stephen Merchant, el compinche de Ricky Gervais, en el papel más atípico de su carrera.) Ambos cuidan de un senil Charles Xavier, quien ahora sufre una enfermedad que es un peligro para él y el mundo. En este escenario apocalíptico para los mutantes, Logan es contactado por una misteriosa mujer de origen mexicano que insiste en pedir su ayuda para llevar a una niña de once años, llamada Laura, a un lugar en Dakota del Norte para ponerla a salvo. Sin ningún interés en continuar salvando a la humanidad, Logan se rehúsa a este llamado de auxilio, sin saber que se trata de una misión que tocará profundamente su vida.

Más que fallas, Wolverine es una trilogía de inconsistencias. Recordemos cómo, en X-Men Origins: Wolverine (2009), se le dedicó tiempo en pantalla a explicarnos cómo este superhéroe consiguió su icónica chamarra de piel. O a la insípida villana de The Wolverine (2013). En Logan, el director James Mangold resuelve esta tibieza de tono, historia y look con una transfusión de estilo.

Con peleas infinitamente más gráficas que coquetean con el gore, Wolverine finalmente habita un universo fiel a su energía incontenible y bestial. Hacer cine de comics con clasificación C, subiendo la intensidad de la sangre y el lenguaje verbal, parece la idea fácil y millonaria del momento. Lo cierto es que, si hay un personaje que llegó antes que Deadpool o Kick Ass a la pantalla grande, y necesitaba librarse de la censura para alcanzar su verdadero potencial, ese es Wolverine.

Su austeridad narrativa es otro gran acierto. Sin intros pretenciosos, monólogos en voz en off o flashbacks que expongan demasiada información y le entreguen a la audiencia la trama desmenuzada, Logan nos permite interpretar cosas sin crear confusión. Hoy en día eso es un riesgo grandísimo para los productores de cine y un regalo de lujo para el espectador fatigado de las fórmulas en cine de superhéroes. En el guión, la influencia de Stranger Things (la trama de la niña especial y muda que huye de una organización macabra) y la de Mad Max: Fury Road (la acción árida, lineal, el villano con una prótesis metálica en el brazo) son ideas que impregnan demasiado al argumento como para concederle ingenio u originalidad. Si vamos a defender a esta película, es mejor buscarle atributos por el lado de su ejecución.

Enteramente disfrutable e irreprochablemente bien realizada, Logan rompe con la indiferencia e impacto a corto plazo que inspiraba la trilogía Wolverine. Sus cualidades recién adquiridas, en todo caso, no resultan en una cinta excepcional, sino en una que sigue el ejemplo que ya pusieron otras. Es una lástima que esta evolución en el personaje se dé en la última ocasión que Hugh Jackman interpretara el personaje. Cuando ya se había encontrado al director ideal para la franquicia, llega el momento de buscar a otro actor.

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