La comparecencia del presidente del Tribunal Electoral de Quintana Roo (Teqroo), Sergio Avilés Demeneghi, esta semana ante el Congreso fue, sin lugar a dudas, un mal espectáculo que no dejó a nadie satisfecho.
Fue una triste muestra de lo que sucede cuando un funcionario público se aleja de su deber de ofrecer certeza, legalidad, confianza y probidad.
Desde el comienzo, Avilés Demeneghi pareció subestimar a los legisladores al no cumplir con el simple requisito de entregarles una copia física de su presentación. Parece que en su mente, las reglas no aplican a él, y el respeto por las normas es opcional.
Avilés Demeneghi se ha destacado por su parcialidad a la hora de juzgar, sin importar que instancias superiores reviertan sus sentencias.
Avilés Demeneghi no solo demuestra parcialidad en sus decisiones como juzgador, sino que raya en la misoginia. Su falta de respeto hacia la magistrada Claudia Carrillo fue evidente en su actuación previa y en su omisión de incluir el trabajo de la magistrada en su informe, razón por lo que la juzgadora decidió no acudir al acto.
sta animadversión personal debería ser inaceptable en un funcionario público de su rango.
La estrategia de Avilés Demeneghi de victimizarse durante su comparecencia, respaldado por una porra que llevó para intimidar a los legisladores, fue patética. Intentó confundir a los legisladores con su desconocimiento de los términos jurídicos y su enredada retórica.
Hace unas semanas, en lugar de ser un defensor de la justicia, se convirtió en el principal abogado de Luis Gamero Barranco, quien trató de que se anule su inhabilitación para ser candidato a cargos de elección, poniendo en duda su imparcialidad y su capacidad para ejercer su cargo de manera objetiva.
Su defensa de Gamero Barranco como un acto de “autonomía e independencia” del Tribunal Electoral de Quintana Roo fue un argumento que nadie compró, ya que si fuera válido, debería impugnar todos los fallos desfavorables.
En lugar de ser un juzgador electoral imparcial, se convirtió en el abogado personal de un individuo, abandonando su deber ético y profesional.
En su comparecencia, Avilés Demeneghi demostró ser un funcionario opaco, continuando con una época de excesos en la clase política quintanarroense, que tiene aún connotados protagonistas enquistados en posiciones de mucho poder.
La comparecencia de Avilés Demeneghi nos deja con la preocupante pregunta de si la justicia y la integridad en la política de Quintana Roo están en manos de actores poco preparados para sus papeles y más interesados en servir a sus amigos.
Es un recordatorio de que el pueblo merece funcionarios públicos que actúen con responsabilidad, integridad y respeto por las leyes y la ética, en lugar de convertirse en actores de un drama político lamentable.
Platea
En contraste, la comparecencia de Rubí Peniche Pérez, presidenta del Instituto Electoral de Quintana Roo, fue un ejemplo de cómo un funcionario público debería actuar. Atendió las preguntas con claridad y transparencia, ofreciendo información completa.
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