Siria, una catástrofe humanitaria

Por Santiago Santamaría

En los ‘bestiarios’ dedicados a la guerra civil de Siria, planteaba la existencia de dos lógicas posibles bajo las cuales entender una eventual intervención militar en Siria. La primera nos hablaba de la disuasión, del poder y de la fuerza: resumiendo mucho, si un país (en este caso, EE UU) no cumple sus amenazas y se echa atrás cuando es desafiado, su poder se debilitará y su influencia disminuirá. Obama advirtió muy claramente a Asad de que las armas químicas eran una línea roja y que si usaba armas químicas, “la ecuación cambiaría”. Pero esa lógica no agota todas las posibilidades de pensar en una intervención.  Las armas químicas y las líneas rojas son un ángulo posible, pero no el único. Con más de 100.000 muertos y más de 2 millones de refugiados, sobre un total de 23 millones de personas, el conflicto sirio es, por el momento, la mayor catástrofe humanitaria de nuestro siglo. Esos muertos y esos desplazados no son producto de un desastre natural, sino el producto de un régimen criminal dirigido por Asad. Si a alguien le quedaba alguna duda sobre el carácter genocida y criminal de ese régimen, el uso de armas químicas contra su propia población debería ser suficiente. La inacción de las democracias occidentales en Siria, sigue el argumento, es una vergüenza moral comparable a Rwanda, Darfur o Srbenica. Toda la gente muerta en esos conflictos habla de lo patético de nuestro pacifismo, incapaces de tomar partido en situaciones donde con tanta evidencia sólo hay víctimas y victimarios.

El derecho internacional no puede amparar que bajo el concepto de soberanía se cometan crímenes: el sujeto último y razón de todo derecho es la persona. Los Estados no puede estar más protegidos que las personas, máxime cuando usan esa protección para asesinar a sus propios ciudadanos. El llamado ‘intervencionismo liberal’ sostiene que está justificado intervenir en estos casos y que tenemos una “responsabilidad de proteger” a aquellos que carecen de protección. Por tanto, aunque no tengamos los mexicanos y españoles un interés estratégico directo en Siria y la intervención sea arriesgada, podemos aproximarnos al conflicto sirio con el mismo enfoque que el escritor norteamericano Ernest Hemingway tomó prestado de John Donne para contar al mundo la Guerra Civil Española en “¿Por quién doblan las campanas?”. Los derechos humanos son universales y no pueden ser abolidos ni suspendidos por un dictador.

Lamentablemente, nuestro mundo está organizado de tal manera que estados que nunca han respetado los derechos de sus ciudadanos -China y Rusia- pueden prevenir que los derechos de otros sean respetados y pueden convertirse en cómplices de su violación, con sus constantes vetos a cualquier resolución que se adoptaba desde hace dos años contra el dictador sirio. Una intervención en Siria no sería legal sin el apoyo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Los países occidentales han estado mirando a otro lado durante dos años en los que Bashar Al Asad ha utilizado hasta armas pesadas de guerra para dispersar iniciales manifestaciones reivindicativas de mayores dosis de democracia. El presidente sirio dio la orden de gasear a sus ciudadanos, lo que le va a suponer su salida del poder. Si los inspectores de la ONU demuestran su culpabilidad Rusia va a cooperar directamente para que abandone su cargo. Su traslado a una corte internacional como el de La Haya para que sea juzgado por crímenes de guerra está más que cantada.

Obama convence al Senado

Barack Obama empuja su causa por una intervención militar en Siria en dos frentes igualmente reacios y difíciles: el Congreso de Estados Unidos y la comunidad internacional. En ambos, no en él, recae la responsabilidad de responder adecuadamente al supuesto uso de armas químicas por el régimen de Bachar el Asad, sostuvo el presidente, que trata de romper su soledad actual con garantías de que no estamos ante un nuevo Irak y de que las pruebas de las que dispone para atacar merecen plena confianza.

“No fui yo quien trazó una línea roja, fue el mundo; no es mi credibilidad la que está en juego, es la de la comunidad internacional, la de EE UU y la del Congreso”, declaró este miércoles Obama en Suecia, donde se ha detenido antes de trasladarse a San Petesburgo para participar en la cumbre del G-20, donde la oposición de varios países a sus planes militares, seguramente, quedará patente. Le hace a uno sonrojar la mención que hace constantemente el presidente norteamericano a “la comunidad internacional”. ¿De qué comunidad internacional habla? Me imagino que será la financiera internacional y la de los ‘lobbys’ armamentísticos. Creo que roza la ridiculez el que habla de valores globales. Toda intervención está regida por los intereses nacionales de los que se prestan a castigar aún más a Siria, que está viviendo una ‘guerra civil’ desde hace dos años. Los “Tomahawk’, misiles con un alcance de 1.600 kilómetros están ya apuntando a Damasco y otras ciudades sirias donde su presidente tiene almacenadas sus mil toneladas de armas químicas. Los norteamericanos tienen localizados 50 depósitos. Sus ‘Tomahawk’ van a provocar otro baño de sangre, que nos será presentada en la CNN y en Fox como ‘daños colaterales’, donde los niños volverán a ser esas víctimas sin voz, a quienes no respetan siquiera los francotiradores de ambos bandos.

La situación tampoco parece muy favorable para Obama en el Congreso. El presidente obtuvo este miércoles el respaldo del comité de Relaciones Exteriores del Senado, pero solo por 10 votos contra siete, con únicamente tres republicanos pronunciándose a favor y dos demócratas negándole el apoyo a la Casa Blanca. Obama consiguió, finalmente, el respaldo de John McCain, quien previamente se había manifestado contra las restricciones incluidas en la resolución aprobada, que prohíbe expresamente el uso de fuerzas terrestres y limita la campaña militar a un máximo de 90 días.

“Yo soy alguien que se opuso a la guerra de Irak, y no estoy dispuesto a repetir esos errores basándome en falsos datos de inteligencia”

Esta votación, en la que unos republicanos, como Marco Rubio, se opusieron porque creen que la intervención en Siria es demasiado modesta, otros, como Rand Paul, en consecuencia con su aislacionismo y antiestatismo libertario, y algunos demócratas porque consideran que la intervención va demasiado lejos, es reflejo de lo difícil que va a resultar la aprobación de la resolución en el pleno del Senado y mucho más en el de la Cámara de Representantes.

Uno de los grandes obstáculos con los que Obama se encuentra para ganar apoyos dentro de su país es, precisamente, la diversidad de la oposición a la que se enfrenta. La resistencia de la comunidad internacional, en cambio, está más claramente dominada por el recuerdo a la guerra de Irak. Obama así lo reconoció en Estocolmo. “Soy consciente”, dijo, “de que en el mundo, y aquí en Europa en particular, existe la memoria de Irak y de las acusaciones sobre las armas de destrucción masiva, y que la gente está preocupada sobre cómo de correcta es la información en esta ocasión”. “Tengan en cuenta”, añadió, “que yo soy alguien que se opuso a la guerra de Irak, y no estoy dispuesto a repetir esos errores basándome en falsos datos de inteligencia. Pero, después de haber procedido a una meticulosa evaluación de la información disponible, puedo decir con gran confianza que se usaron armas químicas y que partieron de Asad”.

El presidente ruso, Vladimir Putin, no le cree, y otros Gobiernos, como la propia Suecia, aunque le creen, no estiman correcto proceder a una acción militar sin autorización del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, algo que Obama insistió en que había tratado de conseguir, sólo para estrellarse con lo que llamó “el muro” de Rusia.

Para contrarrestar a Rusia, el presidente norteamericano acude a la ayuda de la comunidad internacional en un momento particularmente desfavorable para él. Países como Alemania, Brasil o México, tres de los participantes en el G-20, están hoy más influidos por el escándalo de las escuchas reveladas por Edward Snowden que por la crisis humanitaria en Siria. Otros -John Kerry dijo en el Congreso que más de 30- le apoyan en privado, pero se resisten a hacerlo en público. Sólo Francia está determinada a poner sus barcos y sus aviones donde pone sus palabras. Llámese hipocresía o llámese ‘realpolitik’, pero lo cierto es que, así como existe una denuncia casi universal a los horrores presenciados en Siria, existe una escasa disposición a acompañar a Washington en una respuesta militar.

En ninguna de las encuestas conocidas hasta ahora el respaldo a la decisión del presidente llega al 30%

Mientras esto sucedía en Europa, en la colina del Capitolio la actividad era frenética y confusa. La declaración inicial de McCain obligó  a consultas y negociaciones en busca de un acuerdo. Si la autorización para la intervención en Siria no consigue pasar el Senado, donde están representadas las fuerzas más centristas y prudentes, qué puede esperarse de la Cámara de Representantes, con decenas de miembros que no tienen escrúpulos en contradecir a sus líderes.

La Administración comenzó este miércoles a ablandar la posición de la Cámara con la comparecencia ante el comité de Relaciones Exteriores del mismo trío que un día antes había defendido el ataque a Siria en el Senado: el secretario de Estado, John Kerry, el secretario del Pentágono, Chuck Hagel, y el jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, general Martin Dempsey. Los tres repitieron, más o menos, los argumentos esgrimidos ante la Cámara Alta: que esta no es una solicitud para llevar al pueblo norteamericano a la guerra, que se trata de una operación limitada en el tiempo y en los objetivos y que los riesgos de no responder son mucho mayores que los de hacerlo.

Todavía no es seguro que esos argumentos sirvan en el Congreso, pero de momento no han servido entre la opinión pública. En ninguna de las encuestas conocidas hasta ahora el respaldo a la decisión del presidente llega al 30%. Durante la comparecencia esta mañana de Kerry, Hagel y Dempsey, se vieron entre el público varias manos teñidas de rojo que ilustran esos datos.

En los últimos días, el Gobierno ha ido aportando discretamente otro elemento a su estrategia en Siria destinado a convencer a un sector de la oposición. Varios medios de comunicación citan fuentes oficiales que aseguran que se va a intensificar y, probablemente, poner en manos del Pentágono el entrenamiento de los rebeldes sirios con el propósito de hacerlos más eficaces y más fiables.

Desde los años 70

Barack Obama se ha resistido a implicarse en el conflicto sirio durante dos años. Sólo la crudeza del ataque químico a las afueras de Damasco le ha llevado a sopesar la posibilidad de una intervención militar. El ataque que baraja está limitado en el tiempo, dos meses, prorrogables a tres, y sin tropas terrestres pisando territorio enemigo, pues pudieran toparse con yihadistas de Al Qaeda quien luchan junto a sus ‘hermanos’ rebeldes. El gobierno de Barack Obama tiene algunas ventajas respecto a un compromiso bélico más sostenido. Pero también entraña algunos peligros que merece la pena destacar.

¿Y si se produce una involuntaria masacre química? La Casa Blanca no puede acreditar el paradero exacto de los arsenales químicos del régimen. Al inicio de la guerra, estaban en unos 50 depósitos esparcidos por el territorio. Muchos en lugares muy poblados como los suburbios de Damasco o las ciudades costeras del Mediterráneo. Pero desde entonces el régimen los ha podido mover. Por eso los expertos subrayan que no están en el punto de mira del ataque estadounidense. Bombardearlos podría desencadenar sin quererlo una nueva masacre y capturarlos requeriría una operación terrestre que Obama no está dispuesto a financiar. Los analistas de inteligencia de Estados Unidos y Europa dicen que una posible opción sería atacar los lugares donde se elaboran las sustancias venenosas que se introducen luego en los misiles sirios. Pero añade que sería una estrategia absurda porque Siria tiene el arsenal químico más grande del mundo.

Es mucho más probable que el ataque de Obama se dirija a otras instalaciones del régimen: aeródromos militares, baterías de misiles y centros de reclutamiento. Pero eso tampoco evitaría del todo el riesgo de un involuntario ataque químico porque el entorno podría haber movido los arsenales en los últimos meses.

¿Y si Asad responde con segundo ataque químico? Obama no deja de subrayar que su intención es llevar a cabo un “ataque limitado”. Pero son varios los expertos que advierten que es difícil calibrar de antemano el alcance de cualquier intervención militar. El entorno del presidente plantea el ataque como una operación de castigo contra el régimen. Pero no explica qué ocurriría si sus líderes responden a los bombardeos con un segundo ataque químico sobre su población.

El régimen ha ido construyendo sus armas químicas durante varias décadas y tiene reservas de sarín y gas mostaza para desencadenar cientos de masacres como la que asoló Guta. Israel estima que el arsenal rozaría las 1.000 toneladas y está gestionado por una institución gestionada por la inteligencia militar.

Siria empezó a desarrollar armas químicas a finales de los años 70 por temor al programa nuclear de Israel. Primero con la ayuda de varias empresas europeas y luego con gracias al respaldo de Rusia y del régimen iraní. El objetivo de la intervención de Obama no es frenar las matanzas de civiles ni cambiar el rumbo de la guerra sino convencer a Asad de que no debe echar mano de sus reservas químicas para ganar la guerra. Pero la inteligencia británica decía el jueves que el régimen ha llevado a cabo hasta 14 ataques químicos desde 2012 y muchos analistas temen que lo vuelva a hacer en cuanto dejen de llover los ‘Tomahawks’.

“Si Asad usara armas químicas de nuevo, esto podría ser un golpe significativo para la credibilidad de Estados Unidos y obligaría a Obama lanzar un ataque más fuerte para lograr los objetivos originales”, decía esta semana el teniente coronel Gordon Miller, miembro del Center for New American Security. ¿Lanzaría Obama un segundo ataque si eso sucede? ¿Sopesaría la posibilidad de una intervención más amplia? Por ahora el presidente no se ha pronunciado sobre esa posibilidad. Pero todos los signos indican que actúa a regañadientes y hará lo posible por no involucrarse más.

¿Y si los rebeldes se apropian de alguno de los arsenales? La Casa Blanca nunca se ha fiado de la oposición siria. No tanto por su desunión como por la preponderancia creciente de elementos islamistas próximos a Al Qaeda que amenazan con añadir más leña al fuego de la inestabilidad de la región. Por eso Obama se ha resistido durante dos años a armar a las milicias contra el criterio de algunos de sus generales y por eso no lo hace tampoco ahora y opta por un ataque punitivo y limitado, dirigido sobre todo a lanzar un mensaje al régimen iraní.

Al presidente le preocupan más la inestabilidad y el caos en la región que las matanzas de civiles. Por eso ha hecho lo posible por mantenerse al margen del conflicto pese a las sugerencias de algunas personas de su entorno y a la insistencia de ‘halcones’ como John McCain.

A principios de junio la Casa Blanca llegó  a anunciar que había tomado la decisión de armar a los rebeldes y fuentes del Pentágono mencionaron la posibilidad de establecer una pequeña zona de exclusión aérea junto a la frontera jordana para entrenar a los elementos menos peligrosos de la oposición. Tres meses después, ninguno de los dos planes se ha llevado a cabo. Un extremo que ha generado malestar en aliados como Turquía o Arabia Saudí, que daban por hecho que Estados Unidos les ayudaría en su empeño de derrocar al régimen.

La renuencia de Obama a actuar ha potenciado la influencia de los islamistas y ha acrecentado los problemas que supondría para Estados Unidos una Siria sin Asad. Pero a corto plazo podría plantear un escenario de pesadilla para el presidente si su ataque ayuda a las milicias próximas a Al Qaeda a apropiarse de los arsenales químicos que por ahora controla el entorno del dictador.

¿Es posible capturar los arsenales para asegurarse de que los rebeldes no se apropien de ellos después del ataque? La respuesta la dio hace unos días el general Martin Dempsey, jefe del Estado Mayor y máxima autoridad militar por debajo del presidente: “Esa opción requeriría una zona de exclusión aérea y un ataque con misiles planteado con cientos de aeronaves, submarinos y otras tropas. Harían falta fuerzas especiales y los costes sobrepasarían los 1.000 millones de dólares por cada mes que durara la misión”.

La respuesta más probable sería un ataque a Israel o a Turquía, los dos aliados a los que Estados Unidos está obligado a defender

¿Y si Asad responde con un ataque a Turquía o a Israel? El régimen sirio ha amenazado con responder al ataque de Estados Unidos. Pero se antoja difícil que sus misiles ‘Scud’ puedan alcanzar a los cinco destructores que lanzarán los misiles o a cualquiera de las bases estadounidenses en Oriente Próximo. La respuesta más probable sería un ataque a Israel o a Turquía: los dos aliados a los que Estados Unidos está obligado a defender.

La fuerza aérea siria tiene unos 400 aviones operativos y su Ejército gestiona una de las defensas antiaéreas mejor preparadas de la región. Los analistas militares atribuían a Damasco un ejército de unos 250.000 soldados antes de la guerra. Pero las cifras podrían haberse triplicado durante el conflicto por la movilización de los reservistas y la creación de nuevas milicias para defender al régimen de los ataques de la oposición.

Y sin embargo la respuesta más probable no la llevaría a cabo el régimen sino sus aliados de la organización libanesa Hizbulá, que podría lanzar su enésimo ataque sobre Israel y caldear aún más la inestabilidad de la región. ¿Hasta dónde llegaría en ese caso la respuesta israelí? Es difícil saberlo. Pero un mero error de cálculo podría desencadenar un conflicto abierto con el régimen de Teherán.

¿Qué hacer después del ataque? Los expertos advierten que el problema fundamental del ataque que plantea Obama es que no responde a una estrategia general sobre lo que ocurre en Oriente Próximo. Hace tiempo que el conflicto sirio dejó de ser una guerra civil para convertirse en un escenario más de la lucha soterrada entre Irán y Arabia Saudí por hacerse con el control de la región.

Los saudíes son los aliados de Estados Unidos. Pero Obama ha optado por mantenerse al margen de la guerra, incapaz de decidir si prefiere un triunfo de los rebeldes respaldados por sus aliados o una victoria de Asad. El ataque que ahora plantea no alterará el equilibrio del conflicto y eso es un problema para el presidente, que se arriesga a dar la impresión de que su intervención es un mero bombardeo cosmético para no desdecirse de la ‘línea roja’ que él mismo se marcó.

“La idea de que un ataque rápido puede produce un impacto duradero y sustantivo es a menudo una ilusión”, advertía esta semana Robin Wright, miembro del Woodrow Wilson International Center. El general James Mattis, responsable hasta hace unos meses de las tropas estadounidenses en Oriente Próximo, advertía recientemente de los peligros de cualquier intervención: “Si Estados Unidos se involucra, ésta va a ser una guerra muy seria y sin limitaciones”. Un mensaje que contrasta con el lenguaje de la Casa Blanca pero que concuerda con las palabras del general Dempsey, que a principios de agosto hizo en una entrevista televisiva una profecía que conviene recordar: “Mientras evaluamos nuestras opciones, deberíamos poder concluir con alguna confianza que el uso de la fuerza nos moverá hacia el objetivo que deseamos. Y una vez actuemos deberíamos estar preparados para lo que venga después”.

Siria, con más de 100 mil muertos y 2 millones de refugiados, la mayor tragedia de nuestro siglo, espera todavía otro castigo ‘bíblico’, el de los ‘Tomahawk’ de Barack Obama, Nobel de la ‘Guerra’.

@SantiGurtubay

www.revistavortice

www.educacionyculturacancun

Salir de la versión móvil